por Anette Jiménez MARATA
John Lennon. Quinta de los Molinos. Mausoleo a José Miguel Gómez. Tres espacios citadinos, tres historias, tres víctimas del vandalismo social.
El primero de ellos, ubicado en 15 y 6, en el Vedado, constituye, de las mencionadas, la obra más levemente agredida. No sé si se deba a la gran popularidad que tuvo y sigue teniendo el ex–Beatle en Cuba o, tal vez, al magnetismo que despierta su figura, devenida mito musical y socio-cultural en todo el país. Lo cierto es que al John Lennon del Vedado le han robado, en reiteradas ocasiones, los espejuelos.
La hermosa estatua que José Villa nos regaló un día a todos los amantes de Imagine y Let it be, ha sufrido frecuentes saqueos que, de modo casi fetichista, han provocado en el parque (para asombro y risas de unos, y lamentaciones de otros) la presencia de una persona cuyo trabajo es custodiar al Lennon de bronce.
La Quinta de los Molinos, recinto de alto valor histórico, científico y cultural, es lamentablemente otro ejemplo de la indolencia civil. Los que, a menudo, transitamos por sus áreas, hemos sido testigos de su creciente depauperación. De lo que fue aquel lugar (donde realizara parte de sus investigaciones el célebre naturalista Felipe Poey y donde residiera el General Máximo Gómez) sólo quedaban, hasta hace poco tiempo, adoquines rotos, bancos destruidos, estatuas mutiladas y árboles truncos. Felizmente en la actualidad una brigada de constructores y restauradores se encarga de devolverle la vida a este pulmón de la ciudad. Ojalá todos seamos capaces de mantenerla…
La tercera parada la hacemos en el Mausoleo a José Miguel Gómez, joya de la arquitectura cubana y también reservorio de graffittis y “mensajes” menores (carentes de la más mínima elaboración textual y artística). Luego de la amplia y costosísima restauración que hace unos años devolvió el brillo a sus mármoles, hoy la hermosa obra de G y 27 comienza a desandar el ya conocido sendero del maltrato pues, aunque en menor cuantía que en épocas anteriores, ya se observan, en algunos de sus laterales, los polícromos signos de la desidia popular.
Un destino similar corren, día a día, muchas de las construcciones del paisaje urbano. La ciudad tiene hoy demasiadas cicatrices, y no todas son consecuencias de su vejez. Algunas de ellas le han nacido en los más insospechados lugares: paradas, interiores de guaguas, teléfonos públicos, latones de basura, balcones y azoteas. La ciudad no tolera una marca más en su piel.
El hombre –ya lo reza el refrán– es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra. Tratemos de evitar el tercer golpe: su efecto puede ser fatal.
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