Saturday, May 3, 2008







por Perla Cartaya COTTA

Teatro Tacón.

Desde el arribo del siglo XIX, La Habana tenía fama de ser una ciudad alegre. Algunos viajeros la llamaron París de América. La música y el baile, en primer lugar, y después el teatro, eran las diversiones preferidas de los habaneros; pero también las peleas de gallo y el juego.

Creo que tiene razón mi amigo Rolando Aniceto cuando afirma en Primeros en La Habana que es difícil aseverar quién fue el primer criollo de San Cristóbal de La Habana dedicado a la música. Pero sí es posible afirmar que los primeros músicos que ejercieron aquí su arte fueron el violinista Pedro Almanza, de Málaga; el sevillano Pascual de Ochoa, el violón; el portugués Jácomo Viceira, el clarinete; y una negra horra de Santiago de los Caballeros, Micaela Ginez, que tocaba la vihuela, instrumento parecido a la guitarra, quien según algunos autores venía de Santiago de Cuba. El trabajo de ellos era muy solicitado y era difícil que no estuvieran comprometidos en alguna fiesta.

Todo el mundo bailaba en La Habana: desde el niño que comenzaba a caminar hasta las ancianas; desde el Capitán General hasta las esferas más humildes y discriminadas. Era usual oír tocar las danzas, ya en las viviendas, ya en los órganos que andaban por las calles, a cuyos sonidos solían moverse a veces hasta los paseantes. La juventud prefería la danza y la contradanza, aunque también tenían partidarios el vals, la galopa y las piezas de cuadro. En las casas particulares se ofrecían reuniones bailables a las amistades y, de tiempo en tiempo, las autoridades brindaban las exclusivas fiestas de gala. La Sociedad Filarmónica y la Academia de Declamación, entre otros lugares, también organizaban bailes. Muy pintorescos resultaban, por los vistosos disfraces y el misterio de las máscaras, los que se realizaban en época de carnaval.

Las familias más humildes, que vivían en el barrio de Campeche (Jesús María, Acosta, Merced…), tenían que permanecer en los barrios marginales, y sólo podían transitar por otros lugares de la villa en calidad de vendedores ambulantes o sirvientes. Por cierto, algo asombraba a los viajeros: mientras que en otros países las mujeres dedicadas a esos menesteres vendían sus mercancías cantando, aquí lo hacían –también los isleños y los negros–, tarareando y bailando. Carecían de lugares públicos de reunión, y era en sus casas, tal como narra Cirilo Villaverde en Cecilia Valdés, donde realizaban sus fiestas. Los negros se reunían en lugares cerrados, a los que llamaron cabildos. Pero el cabildo negro no era una mera agrupación para cantar y bailar... Los investigadores de este tema afirman que esa institución marcó el punto de partida de la presencia del negro en la economía habanera, en la primera mitad del siglo XIX.

Desde finales del siglo XVIII, los habaneros habían visto comedias de famosos autores españoles, ya fuera por compañías extranjeras de paso por estos lares, por aficionados, en barracones y locales no adecuados, o en casas particulares de buen ver. También en la casa de Jústiz, entre Baratillo y Oficios, donde refiere Aniceto, se presentaban entonces comedias de cierta importancia. La irrupción del Iluminismo en Cuba –tardíamente– con sus déspotas ilustrados, hizo posible, junto a otros hechos culturales, que el marqués de la Torre decidiera erigir el primer teatro: el Coliseo, construido en un lugar llamado El Molinillo, en la actualidad la esquina de Luz y Oficios. Su inauguración aconteció el 20 de enero de 1775, con funciones los domingos, y fue Bernardo Llagostero su primer empresario. Derrumbado en 1803, por la decisión del marqués de Someruelos, para edificar en su lugar uno de más vuelo, El Principal, inspirado en su homónimo de Madrid, llegó a ofrecer tres presentaciones por semana. Así las cosas, ya en tiempos del Capitán General don Miguel Tacón, era un reclamo de las clases cultas el buen teatro, pero la capital contaba nada más que con dos: en intramuros el ya mencionado, y el Gran Diorama en extramuros. Por eso Tacón encomienda al catalán Francisco Marty y Torrens, la construcción de un gran teatro dotado de la belleza y las comodidades que entonces eran posibles.

El Gran Teatro o Teatro Tacón, construido frente al Parque de Isabel la Segunda (en la actualidad, Parque Central), edificado con el trabajo de esclavos y presos, estaba considerado entre los tres mejores del mundo. Fue inaugurado el 28 de
Enrique Caruso.
febrero de 1838 con un baile de máscaras, en el que participaron siete mil personas. Basta leer la descripción de Jacobo de la Pezuela para entender el derroche de buen gusto que atesoraba. Tal vez por eso, pronto se hizo popular la copla que decía: Tres cosas tiene La Habana / que causan admiración/ son el Morro, la Cabaña,/ y la araña de Tacón.

Su primera función tuvo lugar el 15 de abril con la puesta en escena de Don Juan de Austria o La Vocación, en cuyo elenco figuraba Francisco Covarrubias. En sus tablas fueron ovacionados artistas de fama mundial, entre ellos Sarah Bernhardt y Enrique Caruso. También José Robreño en su debut y actuaciones posteriores. Allí el exigente público habanero disfrutó por primera vez de la zarzuela. Con la presencia de la soprano Matilde Domínguez y su interpretación de El valle de Andorra, el teatro vibró un día de noviembre de 1853. Cuatro años después, Pancho Marty vendió el Tacón a la compañía anónima del Liceo de La Habana. Después, pasaría a otras entidades.

Con el paso de los años se han mantenido en los habaneros las preferencias acotadas, las que, por supuesto, han ido evolucionando e incorporando nuevos elementos. Se afirma que cada generación tiene, busca, sus propios códigos musicales.

Sarah Bernhardt, a los 18 años de edad. La capital de Cuba fue una plaza muy codiciada por los artistas foráneos debido a la cultura y exigencias estéticas de los habaneros. Se decía, no sé si con razón, que quien triunfaba aquí, tenía asegurado el éxito en otros países de nuestro continente. Es interesante que, aun sin concluir la guerra organizada por Martí, ocurriera un hecho de notable trascendencia para nuestra cultura: el 24 de enero de 1897 tuvo lugar, en el local número 126 del Paseo del Prado, al lado del Teatro Tacón, la primera función cinematográfica de Cuba, la que ofreció a periodistas e invitados el francés Gabriel Veyre, de la Casa Lumiere. Los hombres de negocio allí presentes vislumbraron en el cine una fuente segura de buenos ingresos, fomentándolo como un comercio desde los inicios del siglo XX, tanto en la capital del país como en sus provincias. La magia del cine cautivó a los cubanos. Llegó para quedarse. El séptimo arte, a mi juicio, mantiene un lugar prominente en nuestros gustos, a pesar de las fuertes y crecientes dificultades que siguen agobiándonos. La afluencia del pueblo al Festival de Cine Latinoamericano de cada año, así lo demuestra.

En 1936 fue inaugurado en la calle Galiano entre Neptuno y Concordia, en los bajos de un elegante edificio, el Radio Cine, cuya espaciosa sala antes había sido dedicada al género teatral. Su nombre se debe al auge de la radio en el país, inaugurada oficialmente en la capital el 10 de octubre de 1922 con un mensaje del presidente Alfredo Zayas, presentado por Raúl Pérez Falcón, el primer locutor (ob. cit.p.84). No fue éste el primer cine de La Habana, pero se mantuvo durante muchos años entre los mejores. Muy cerca, por la calle Neptuno, se hallaban otros de menor capacidad: el Neptuno, el Encanto y el Rialto. Y un poco más allá, por la calle Consulado, el Alcázar (en el sitio donde había estado el famoso teatro Alhambra), el Verdún y el Majestic. Por el Paseo del Prado exhibían sus carteleras: el Fausto, Lara, Payret, Nisa y Montecarlo. Posteriormente, cerca del inicio del Prado, sería construido el Negrete.
Es lamentable que de esos cines, antaño tan frecuentados, sólo perviven el Fausto, dedicado al teatro desde hace años, y el Payret, que se mantiene estrenando películas semanalmente y funciona como una de las sedes del Festival de Cine Latinoamericano, lo que le da cierta personalidad, pero cuyo interior se halla en un estado deplorable de abandono. En el otrora Radio Cine funcionó –en la década del 70– el Cine Jigüe, donde se reestrenaban películas clásicas de la cinematográfía norteamericana y europea. Así se mantuvo hasta los ochenta, que pasó a integrar la red de estrenos comerciales, deteriorándose poco a poco, hasta que lo cerraron para remozarlo y reabrirlo como Casa de la Música a principios del actual milenio.

Hacia los años cuarenta, década en la cual se desencadena la Segunda Guerra Mundial, se abre paso entre los empresarios la idea de dotar a La Habana de un cine de más categoría, digno de la moderna ciudad que ya era. Si los negocios florecían, ¿por qué no hacer una fuerte inversión al respecto? La decisión de llevar a cabo esa obra la tomó el conocido hombre de negocios Elier Rodríguez, quien puso el capital. El lugar escogido para erigir un cine-teatro de lujo fue Galiano y Concordia, al lado de Radio Cine. Al proyecto se unieron los arquitectos Fernando Martínez Campos y Pascual de Rojas, así como el señor José Valcarce Gutiérrez –que tenía a su cargo los cines-teatros Campoamor (en la esquina de San José y Consulado), Rialto, Payret, Radio Cine y Milanés (en Pinar del Río)–, quien se sumó como futuro arrendatario de la obra en construcción. Se llegaría así a constituir el circuito cinematográfico América, que comprendía los cines-teatros Radio Cine, Cine 23 y 12, Avenida y el Rodi (actual Mella).

Crecía por días la expectación popular ante la construcción que avanzaba. Ante la mirada gratamente sorprendida del pueblo, el América, que así se llamó, fue inaugurado el 29 de marzo de 1941 con el estreno en Cuba del filme El cielo y tú, de Anatole Litvak, producido por la Warner Bros, y protagonizado por Bette Davis y Charles Boyer. Fue un rotundo éxito de taquilla, la espaciosa sala cinematográfica, con mil 775 lunetas resultó pequeña para acoger a los invitados y al público en general. Todos admiraron la elegancia y sobriedad de las líneas de su lobby, de dignidad clásica dentro del estilo Art Decó; la perfecta acústica y la excelente visibilidad desde cualquier lugar de la platea o de sus balcones. Para satisfacción general, en la semana del lunes 22 al domingo 28 de septiembre comenzaron a presentar shows o variedades musicales, en esa ocasión a cargo de Pedro Vargas, acompañado por el pianista Pepín Agüero y la orquesta de Alfredo Brito. Es destacable que el famoso tenor mexicano siempre que vino a Cuba, y lo hizo con frecuencia, su escenario preferido fue este teatro, que algunos llamaron coliseo.

El América ofreció, de lunes a sábado, dos shows diarios (tarde y noche) y los domingos, además, uno especial a las dos de la tarde. Al terminar el show de cada tanda, todos los días, se exhibía en la pantalla la película de estreno. Mantuvo esa programación habitual desde 1945 (en 1944, parece que debido a la Segunda Guerra Mundial, disminuyeron las representaciones teatrales, pero no los estrenos de películas) hasta 1953. Al analizar su impresionante currículum, de acuerdo con la valiosa investigación de Pedro Urbezo, volcada en Teatro América: el gran templo de la cultura cubana, es evidente que fue sede de notables acontecimientos artísticos y radiales, con presentaciones de famosas figuras de la cultura universal y del patio, y la sostenida exhibición de lo mejor de su tiempo en lo que respecta al cine. Con el tiempo, acompañaba los estrenos, otro buen filme ya exhibido. Por eso fue el favorito de muchas familias, entre ellas la mía.

El 31 de diciembre de 1941, el América inició la tradición de esperar el año con un buen show y, justamente a las doce de la noche, estrenar una película: El escuadrón suicida, de la Warner Bros, protagonizada por Errol Flynn, uno de los actores de Hollywood de mayor popularidad entonces. A partir de 1950, obsequiaron a cada espectador un ramito de doce uvas para festejar el advenimiento de un nuevo año. Parece que esa tradición pervivió hasta el año 1957, con el filme documental de variedades Satchmo, de la Metro Goldwyn Mayer.


Teatro América en la actualidad.
El lunes 25 de enero de 1943, mientras transcurría la Segunda Guerra Mundial, otro estreno de la Warner Bros devino acontecimiento inolvidable para los espectadores: la película Casablanca, con las interpretaciones de Ingrid Bergman, Humphrey Bogart, Paul Henreid, Claude Rains, Conrad Veidt y Sydney Greenstreet, y dirigida por Michael Curtiz, y cuyo tema musical, As time goes by, en la voz de Dooley Wilson, es una de las melodías que prefiero. Su exhibición rompió todos los records de entradas hasta ese momento, y a petición del público regresó a la pantalla (del 22 al 28 de febrero), en esta ocasión junto a Siempre en mi corazón (reposición), con la música de Ernesto Lecuona, y protagonizada por Gloria Warren, Kay Francis y Walter Huston. Este doble programa provocó largas y sostenidas colas en los portales del cine. La noche del 24 de septiembre debe haber sido memorable para la concurrencia: se produjo el estreno mundial de la cinta de la Universal El fantasma de la Ópera, con las actuaciones protagónicas de Nelson Eddy, Susan Foster y Claude Rains como el Fantasma. Pero antes, gracias a los esfuerzos unidos de la empresa del teatro y la radioemisora CMQ, ofrecieron un gran concierto de música culta (Mozart, Meyerbeer, Raymond A. Thomas, Tchaikowsky, Chopin…), sin precedentes en las tablas cubanas, con las interpretaciones de la soprano Carmelina Rosell y del barítono Charles Vaida, logrando su momento más alto con la solenme apertura de la obra El fantasma de la Ópera, ejecutado por la orquesta del maestro Gonzalo Roig.

Casablanca. Como la famosa productora Metro Goldwyn Mayer (fundada por Louis B. Mayer en 1924), había firmado un contrato con la Empresa de Espectáculos Teatrales S.A., mediante el cual sus producciones serían estrenadas en los cines del circuito América, en 1954, para celebrar el trigésimo aniversario de esa casa productora, el América anotará dos hitos en su historia puesto que la afluencia de público fue muy superior a la de los otros cines: el Festival de la Metro Goldwyn Mayer durante la semana del 15 al 21 de febrero, con un estreno cada día; y la inauguración oficial de la pantalla ancha de cinemascope (24 de mayo), con el estreno de la primera película de la Metro en esta modalidad y technicolor: Los caballeros del Rey Arturo, de Richard Torpe, protagonizada por Robert Taylor y Ava Gardner, filme que se mantuvo en cartelera, con un lleno completo, durante tres semanas consecutivas.

Aunque la empresa de este teatro mantenía contratos con las distribuidoras norteamericanas y basaba en ellas su programación cinematográfica anual, periódicamente cedía espacio a películas cubanas, por ejemplo: Embrujo Antillano, comedia musical de bajo presupuesto, de Gaza P. Polsty, con las actuaciones de María Antonieta Pons, Blanquita Amaro, Ramón Armengol y Carlos Badías , entre otros (1946). El 19 de mayo de 1947 estrena Como tú ninguna, dirigida por Roberto Ratti, que tuvo entre sus principales intérpretes a Otto Sirgo y Ana María Lynch, y el debut en el cine de Maritza Rosales. También exhibió películas de otros países habladas en español, por ejemplo Casa de muñecas, con Delia Garcés; El rebelde, con Jorge Negrete, Romeo y Julieta, con Mario Moreno (Cantinflas) y Todo un hombre, con Francisco Petrone

El pueblo disfrutó en el escenario del América de una notable representación del arte universal y nacional, en distintas aristas. Del patio algunos nombres: Fernando Albuerne; Ernesto Lecuona; Ester Borja; Marta Pérez; Rosita Fornés; María de los Ángeles Santana; Miguel Ángel Ortiz; Ignacio Villa (Bola de Nieve); Rita Montaner; Antonio Palacios; René Cabel; Orlando Guerra (Cascarita); Alba Marina; Olga
Claudia Cardinale
en Rocco y sus hermanos.
Guillot; Celia Cruz; Benny Moré y su orquesta; trío Servando Díaz; Olga Chorens; Tony Álvarez; Xiomara Alfaro; Panchito Naya; Fernando Mulens; María Valero; Gina Cabrera; Carlos Badías; Enrique Santiesteban; Armando Bianchi; Ernesto Galindo; Candita Quintana; Luis Echegoyen; Vitola; Mimí Cal; Carlos Pous; Leopoldo Fernández; Enrique Arredondo; la orquesta Aragón; el ballet de Alicia Alonso; ballet de Alberto Alonso con Sonia Calero y Elena del Cueto; y las compañías de Mario Martínez Casado y Miguel de Grande, con el apoyo de numerosas orquestas, entre ellas: las Anacaonas, Armando Oréfiche y sus Lecuona Cuban Boys, la Riverside y la América, dirigidas indistintamente por los maestros Enrique González Mantici, Adolfo Guzmán, Gonzalo Roig, Rodrigo Prats y otros.

Y de las figuras extranjeras, junto a muchos otros: Toña la Negra; Alberto Gómez; Agustín Irusta; Tito Guizar; Mercedes Simona; Magda Haller; Los Bocheros; Los Chavales de España; Bobby Capó; José Mojica; Carlos Morelli (figura estelar del Metropolitan Opera House); Ernesto Bonino; Los Churumbeles; el trío Los Panchos; Roland Gerbeau; Josephine Baker; Libertad Lamarque; Lola Flores e Imperio Argentina, quienes conjuntamente con Pedro Vargas, establecieron récord de taquilla; el ballet de la Ópera de París; Chelo LaRue y su ballet mexicano; Carmen Amaya y su espectáculo gitano y la actuación impecable de la compañía argentina de teatro de Gloria Guzmán y Juan Carlos Thorry. Del séptimo arte merecen ser evocados los filmes: La Loba, de William Weyler, con Bette Davis (1942); Madonna de las siete lunas, película inglesa con las actuaciones de Stewart Granger y Phillips Calvert (1946); Las campanas de Santa María, protagonizada por Ingrid Bergman y Bing Crosby (1946); Lo mejor de nuestra vida, de William Wyler, con Frederich March, Teresa Wright, Mirna Loy, Dana Andrews, Virginia Mayo y otros (1947, para esperar el año), Arco de Triunfo, de Lewis Milestone, con Ingrid Bergman y Charles Boyer (1948, para esperar el año); Sinfonía de París, con música de George Gershwin e interpretada por Gene Nelly y Leslie Caron (1951).Y del período 1959-69: La dulce vida de Federico Fellini, con Marcelo Mastroniani y Anita Ekberg (ocho semanas de récord); Rocco y sus hermanos, de Luchino Visconti, con Alain Delon y Claudia Cardinale; El hombre de río, de Phillipe de Broca, con Jean Paul Belmondo y Francoise Dorleac; El samurai, de Jean Pierre Melville, con Alain Delon; y Vértigo, de Alfred Hitchcock, con James Stewart y Kim Novak.

El América continuó dedicado al cine durante la década del setenta del pasado siglo. Por falta de recursos fue deteriorándose en sus interiores, reclamando una urgente reparación. Su última función tuvo lugar el 2 de mayo de 1976 con la cinta de la Columbia Otra vez con amor, de Stanley Donen, con Yul Brynner y Kay Kendall. Así se despidió. Completamente remozado reabrió sus puertas el 31 de mayo de 1978 con el estreno de la película italiana Los herederos, de Mauro Bolognini, con Anthony Quinn y Dominique Sanda en los roles estelares. Poco a poco dejó de ser lo que fue cuando en la década de los ochenta lo incluyeron dentro del circuito de arte y ensayo, y dejó de responder a las demandas de un público más general. Esta decisión condenó al fracaso a una instalación de más de mil 700 lunetas.

El 17 de marzo del presente año se cumplió el 67 aniversario de su fundación. En la actualidad está dedicado a variedades musicales y al teatro. Hay programas variados por las noches, entre ellos humorísticos, y los domingos por la mañana, funciones para los pequeños de la casa. Sin negar el esfuerzo que artistas de la televisión y el teatro realizan para satisfacer las demandas del pueblo que, por cierto, hace largas colas para adquirir las entradas, es una pena que lo hayan eliminado –¿definitivamente?– como cine. Apuesto con fuerza para que así no sea. El América es un lugar de recuerdos muy gratos para quienes gustamos del séptimo arte. Un cine más, y no cualquiera, perdido para los habaneros.

No comments: