Saturday, May 3, 2008

Origen de la Santa Misa

Origen de la Santa Misa

El pueblo del A.T. se reunía cada año delante del Arca de la Alianza que contenía las tablas de la Ley, palabra permanente del Señor y el vaso del maná, comida de salvación para el pueblo (Ex. 25, 10.16 y Dt. 10, 1.5), pan ácimo que evocaba la huída de Egipto con el pan a medio hacer sin levadura. Se sacrificaba el cordero y su sangre lanzada al aire por los sacerdotes, borraba los pecados del pueblo.
JELatorre




El mandato del Señor
Pero semanalmente, el sábado era el día establecido por Dios para que su pueblo le diera culto público y su total dedicación era una obligación grave.

El descanso sabático era de naturaleza estrictamente religiosa y por eso culminaba y manifestaba en la oblación de un sacrificio. Este día era para los judíos un signo de la Alianza Divina, por lo que lo celebraban con una fiesta que contenía la promesa de una realidad que aún no había tenido lugar.

Nuestro Salvador, en la última cena, instituyó el sacrificio eucarístico de su cuerpo y sangre, como memorial de su muerte y resurrección, ordenando a sus apóstoles celebrarla "hasta que vuelva" (1C 11,26) y constituyéndoles en sacerdotes del Nuevo Testamento, de forma que a través de la Santa Misa se le reciba a El mismo, como alimento.

El mandamiento de Jesús de repetir sus gestos y sus palabras, requiere la celebración litúrgica por los apóstoles y sus sucesores del memorial de Cristo, de su vida, de su muerte, de su resurrección y de su intercesión junto al Padre, o sea, no solamente acordarse de El y de lo que hizo.

Aunque los primeros cristianos se reunían diariamente en el templo y escuchaban los sermones de los Apóstoles, es más bien con la Resurrección de Cristo, ocurrida el primer día de la semana, cuando definitivamente el sábado da paso a la realidad que se anunciaba, la fiesta cristiana que se verificaba ese primer día, el Día del Señor –Doménica Dies–. Por eso nuestros antecesores en la fe cristiana tenían el Domingo sus reuniones litúrgicas para escuchar la Escritura, que consistía en lecturas del A.T. y así poco a poco, se iban juntando en casas particulares para oficiar la Santa Eucaristía (Liturgia) con el fin de comulgar los Santos Cuerpo y Sangre de Jesucristo. Mientras tanto, los cristianos helenistas –o sea, los que habían adoptado la cultura griega– se irán apartando de la sinagoga judía para reunirse en Asamblea, alrededor de las mesas en sus casas privadas, para compartir también el pan de vida de la Palabra y conmemorar la fracción inolvidable del pan, recordando aquel primer día, el de la Resurrección, cuando camino de Emaús, Jesús encuentra a dos de discípulos, Cleofás y otro que no sabemos su nombre (y que podía ser incluso su propia mujer, María) y accede a la invitación de ellos para permanecer aquella noche y compartir la comida, procediendo a bendecir el pan, partiéndolo en trozos y dándoselos, signo claro de la presencia del Maestro con ellos.

La liturgia de las dos mesas El encuentro en el camino de Emaús marcó, por así decirlo, el orden litúrgico a seguir en nuestra Iglesia (Lc 24, 13.35)

Sus palabras: "El que me ama guarda mi palabra" (Jn. 14,15) y aquellas de "Haced esto en memoria mía" de la Cena Pascual, aún resonaban vivas y fueron incorporadas prontamente a la Iglesia primitiva de los primeros siglos.

Y de este modo, la misma realidad transformada por Cristo, sella una nueva alianza con el Verbo o Palabra encarnada y su nuevo maná eucarístico que da vida eterna y en abundancia.

El Apóstol Santiago compuso la primera Liturgia cristiana, de la cual derivan las actuales de San Juan Crisóstomo y San Basilio El Grande.

Nunca este pueblo de Dios (o sea, nuestra Iglesia) debiera olvidar los eventos salvíficos realizados por Nuestro Señor Jesucristo, que dieron vida a nuestra liturgia, siendo nuestra Iglesia Católica una Iglesia de Memoria.

Por eso y a causa de nuestras debilidades, necesitamos repasar y recordar las Escrituras que –leídas desde la mesa del ambón– nos recrean los pasajes mesiánicos y de los profetas que hablan de El, como lo hacemos en las Lecturas Sagradas durante la Liturgia de la Palabra.

Luego tras reafirmar esa fe recitando el Credo, nos movemos de la mesa del ambón a la mesa del altar para la Liturgia de la Eucaristía y procedemos como en Emaús, a dar gracias y a la fracción del pan, donde ya lo reconocemos presente, para recibirlo luego como alimento en la Sagrada Comunión.

En esencia En cuanto a las lecturas, estas fueron incorporando las cartas o epístolas –que con tanta especial veneración conservaban los primeros cristianos– escritas por San Pablo a los Romanos, a los Corintios, a los Gálatas, a los Efesios, a los Filipenses, a los Colosenses, a las comunidades en Tesalónica, a Timoteo, a Filemón, la carta o disertación a los Hebreos, la carta de Santiago que termina como un sermón dirigido a todos los creyentes esparcidos en el mundo, las cartas de San Pedro a las diversas comunidades y las de San Juan. De igual modo, posteriormente fueron incorporando los Evangelios y el Libro del Apocalipsis. En los siglos IV y V, todos estos escritos fueron declarados por la Iglesia como inspirados por el Espíritu Santo e incluidos en el canon, formando los libros del A.T. –escritos en griego– los que componen hasta el día de hoy nuestra Biblia de 73 libros (46 del A.T. y 27 del N.T.)

De la misa actual solo conservamos en griego el Kyrie, que es el Señor, siendo el Papa San Dámaso quien cambió en el siglo IV los textos de la misa del griego al latín, ya que todas las lecturas eucarísticas eran leídas en griego.

Si pensamos hoy en el profundo sentido de la Santa Misa, están estos dos momentos de Jesús:

1. En la Liturgia de la Palabra se nos revela el sentido de nuestra vida e historia, a veces oculto por nuestra falta de fe y de convicciones sólidas y
2. La liturgia eucarística nos permite acercarnos a lo central del misterio (consagración) y en la comunión compartir el pan sacramental y unirnos a los hermanos.

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