por Monseñor Carlos M. de Céspedes GARCÍA-MENOCAL
REFLEXIONES A LOS CUARENTA AÑOS DE SU ASESINATO
Constituye un lugar común comentar acontecimientos del pasado –del que hemos vivido, no del que hemos conocido por testimonios ajenos– añadiendo la coletilla: “el tiempo vuela, me parece que fue ayer”. Cuando ya acumulamos muchos años en nuestra vida, se incrementan los hechos importantes que nos parecen de ayer. Uno de ellos, sin duda, es el asesinato de Martin Luther King. Me parece que fue la de ayer aquella noche del 4 de abril de 1968 –oscura en su integridad–, en la que supimos, casi inmediatamente, que acababa de ser asesinado el Pastor Bautista Martin Luther King Jr., nuestro hermano en tantas realidades, en un balcón del hotel en que se hospedaba, en la ciudad de Memphis, Tennesse.
Había nacido en Atlanta, el 15 de enero de 1929 y se le impuso el nombre de Michael, que más tarde cambió por el de Martin, homologándose así con el promotor inicial de la Reforma, el sacerdote agustino alemán Martín Lutero (1483-1546). Su abuelo había sido pastor de la Iglesia Bautista Batutista Ebenezer, desde 1914 hasta 1931. Después lo sería su padre. El propio Martín Luther serviría en ella, como co-pastor, junto a su padre, desde 1960 hasta su muerte.
Martin Luther estudió la enseñanza primaria y la secundaria en escuelas públicas, todavía bajo el régimen de segregación racial. De 1948 a 1951 estudió en Crozer Theological Seminary, en Pennsylvania; prestigiosa institución en la que King llegó a presidir la asociación de estudiantes. Luego pasó a la Boston University, en donde obtuvo un doctorado en Teología en 1955. En Boston conoció a su esposa Coretta Scott, con la que tuvo dos hijos y dos hijas. Ya en 1954 se desempeñaba pastoralmente en la Iglesia Bautista de la Dexter Avenue, en Montgomery, Alabama. Desde su primera juventud, Martin Luther King había sido un fuerte luchador por los derechos civiles de los negros y mestizos en su país. En 1954 pasó a formar parte del Comité Ejecutivo de la National Association for the Advanced of Colored People, probablemente la asociación más eficaz como fermento de la lucha por la igualdad racial en los Estados Unidos. En 1955 Martin L. King dirigió la primera gran demostración no violenta de la época a favor de la igualdad racial: el boicot de los autobuses públicos. Duró 382 días. Finalmente, el 21 de diciembre de 1956, la Corte Suprema de Justicia declaró inconstitucional la segregación en los autobuses y declaró que negros y blancos eran iguales con relación al uso de esos medios de transporte. Durante los meses del boicot, explotó una bomba en la casa de Martin Luther King y él fue arrestado y sufrió abusos de diversa índole, pero al mismo tiempo apareció ante los ojos de la nación y del mundo como un líder negro de excepcional condición.
En 1957 fue electo Presidente de la Southern Christian Leadership Conference, organización indiscutiblemente cristiana, que tomaba en préstamo sus estrategias de acción al movimiento antaño dirigido por Mahatma Ghandi, en la India. La no violencia activa es el sustrato de tales estrategias, no el mero pacifismo pasivo, que suele reducirse a empantanamiento social. Entre 1957 y 1968, King viajó alrededor de 6 millones
de millas y habló aproximadamente en 2 mil 500 ocasiones; escribió cinco libros e incontables artículos, dirigió una protesta masiva en Birmingham, Alabama, que captó la atención de todas las latitudes con relación al problema racial en los Estados Unidos y alimentó lo que el propio King llamó “coalición de conciencia” e inspiró su “Carta desde Birmingham”, en la que el pastor expuso sus criterios acerca de la “revolución negra”, orientada como todas sus gestiones en este campo hacia la obtención de la igualdad legal de las razas en su país. En 1963 organizó y lideró la marcha pacífica sobre Washington, que reunió 250 mil personas, a las que dirigió su conocidísimo discurso “I have a dream”, el 28 de agosto de 1963, en el Lincoln Memorial de la capital norteamericana. Se encontró en varias ocasiones con el presidente John F. Kennedy y, después del asesinato de éste, hizo campaña por su sucesor Lindon B. Johnson. Por entonces, fue arrestado 20 veces y asaltado cuatro, recibió cinco grados honorarios y fue designado como el “hombre del año” por la revista Time en 1963. En 1964, cuando contaba 35 años de edad, recibió el Premio Nobel de la Paz. Tan pronto como fue informado de esta designación, anunció que dedicaba el dinero concedido al premio –$54 123 US Dollars de la época– a la continuación del movimiento por los derechos civiles. Ya Martin Luther King había pasado a ser una figura de nivel mundial, no sólo el líder y el símbolo de la lucha por los derechos civiles de las personas negras en los Estados Unidos.
Abraham Lincoln.
James Earl Ray, un preso blanco escapado de prisión, fue encontrado culpable del asesinato. En 1969 fue sentenciado a 99 años de cárcel. Ignoro hoy cuál ha sido su suerte posterior. El lugar de nacimiento y la tumba de Martin Luther King, en Atlanta, han sido declarados “lugares históricos nacionales”. La mayor parte de los norteamericanos lo venera hoy, por sobradas razones, como una de sus máximas figuras nacionales contemporáneas. Forma parte del martirologio civil de los Estados Unidos, junto a los dos presidentes asesinados, Lincoln, en el siglo XIX, y Kennedy, en 1963. Lamentablemente, venerar visiblemente a hombres así, no siempre equivale a interiorizar sus criterios e imitarlos.
Cierto es que las cosas no han sido totalmente iguales en los Estados Unidos de Norteamérica después del movimiento por los derechos civiles que tanta lágrima y sangre ha costado en los Estados Unidos. Creo que se puede afirmar que todo comenzó con el movimiento antiesclavista, que condujo al asesinato de Lincoln y a la Guerra de Secesión, la mayor que los norteamericanos han sufrido en su propio territorio. Lamentablemente, no ha habido un movimiento similar, de tal magnitud, con relación a la población aborigen en Norteamérica. Es una cuestión que se ha hecho presente a lo largo de la historia de nuestros vecinos, pero nunca ha adquirido el mismo peso social y las mismas dimensiones que la “cuestión racial”. ¿Asignatura pendiente o cuestión ya irremediable, reducida a su dimensión histórica?
John F. Kennedy. Ya en el siglo XX, la lucha por los derechos civiles de las personas negras comenzó a manifestarse más bien tímidamente, como entre sombras. La sensibilidad era muy fuerte. Las reacciones, violentas. Desde fines de los años cincuenta, Martin Luther King fue el catalizador de la lucha por la igualdad racial y la expuso a una luz mejor, pero lo que hoy llamamos luchas por los derechos humanos, en todas sus manifestaciones (religión, raza, sexo, libertades sociopolíticas, etcétera) y renovación o puesta al día de la sociedad y de sus instituciones, ya estaba en la atmósfera. Y no sólo de los Estados Unidos.
Los años sesenta y setenta fueron, de manera especial para nosotros, los católicos, los años del Beato Juan XXIII, de Pablo VI y del Concilio Ecuménico Vaticano II, cuya proyección llega más allá de las fronteras de la Iglesia (¡si es que se puede hablar de “fronteras” con relación a la Iglesia!). Para nosotros, los cubanos, fueron los años de la instalación en el poder político de la revolución triunfante del primero de enero de 1959. En África, fueron los años de la liberación de Argelia y del inicio y expansión de los movimientos independentistas y descolonizadores tanto en África, cuanto en
Asia, América y Oceanía. Fue también, y para todos, el tiempo de los Beatles y del movimiento –o más bien revolución cultural– que ellos generaron y que trajo, como reacción, el asesinato de su figura emblemática, John Lennon; los años del asesinato del “Che” Guevara en Bolivia y del inicio de su iconografía, de la expansión de sus criterios y de su mitología y sus espejismos, que han dado la vuelta al mundo. Fue el caldo de cultivo del “mayo del 68” en París, con sus derivaciones en toda Europa y en el resto del mundo (recordemos las jornadas de Tlaltelolco, en México); año 68 que vio también la celebración de la Asamblea de Uppsala del Consejo Mundial de Iglesias, que marcó un giro copernicano de esta institución ecuménica. A larga distancia, y en un contexto cultural y socio-político diverso, fueron también los años de la Revolución Cultural en China y de las simientes de su evolución contemporánea. Last but non least, los años de la Guerra de Vietnam y de la cadena de reacciones que provocó universalmente. Me parece que se puede decir que ese período de los años sesenta y setenta marca, al mismo tiempo, el cenit y el inicio del ocaso del paradigma social de corte norteamericano –el llamado “sueño americano”–, vigente todavía, treinta años después, pero herido y agónico.
Insisto, nada ha sido totalmente igual después de los años sesenta y setenta, pero no todo es distinto. Todavía. Cambios en proceso, sí, con el dinamismo propio de los contenidos y las situaciones de los diversos ámbitos, pero no siempre en la línea positiva y correcta. Ambigüedad sostenida. La mayoría de los problemas de aquella época siguen estando vigentes, de algún modo, en muchas regiones de esta aldea en la que la tecnología, la economía y la política han convertido nuestro mundo. Mota de polvo en la inmensidad del espacio, pero mota con hombres y mujeres: hogar de seres humanos. Mundo que alberga diversidades casi inimaginables y, sin embargo, globalizado. “Planetarizado”, decíamos en los sesenta. Seguimos escuchando las canciones y los versos de los Beatles –Imagine...– y recordamos a Martin Luther King, pero no deja de haber discriminaciones e injusticias de todo tipo. Las guerras no cesan: ahí están Irak y todo el Medio Oriente, golpeando nuestras conciencias. Ahí está la miseria rampante –solapada o evidente– en casi todas partes. Ahí están, ante nuestros ojos...tantas cosas.
Pero dado que Martin Luther King ha sido el acicate de esta “apostilla”, no puedo dejar de subrayar que ahí están, también, los problemas raciales derivados del racismo del corazón, del que se asienta en la sensibilidad más interior de las personas generando demonios absurdos. En la actual campaña electoral de los Estados Unidos se hace presente, a pesar de que uno de los precandidatos con probabilidades de elección es mestizo. No hubiésemos imaginado, hace cuarenta años que, tan pronto, la Casa Blanca se disputaría entre un mestizo y una mujer. Pero tampoco habría imaginado que, todavía a estas alturas, a los cuarenta años del asesinato de Martin Luther King, las cuestiones se plantearían en los términos en que todavía se están planteando. No es el caso analizar ahora todos los componentes de la compleja cuestión racial. Contra algunos planteamientos vergonzantes no estamos vacunados tampoco los cubanos. La historia del racismo cubano no es exactamente igual a la del racismo norteamericano pero, en el meollo de la cuestión, coinciden. Como coinciden, allí, en el meollo, todos los racismos. Trátese de blancos, negros, cobrizos, amarillos o de la gama de mestizajes posibles.
La historia de nuestras manchas cubanas es propia. Cada pueblo y región tienen las suyas. Las hay en todas partes. Pero en ninguna parte, en ningún corazón humano, deberían faltar la esperanza en la superación, la lucha ética por la búsqueda de la limpieza del alma y por la justicia y el amor entre los hombres y mujeres del mucho, sin exclusiones. No puede faltar la generosidad que este esfuerzo requiere. Generosidad que puede llevar hasta el derramamiento de sangre. Como en el caso de nuestro hermano Martin Luther King.
Deseos tengo de citar por entero I have a dream – “Yo tengo un sueño”– de Martin Luther King. Ojalá pudiese ser comprendido por todos en el idioma en que fue pronunciado, con la belleza del inglés de King, como valor añadido a la fuerza de su argumentación y de sus evocaciones poéticas. Con mi hermano negro repito y les repito: “Nos negamos a creer que el banco de la justicia está en bancarrota”. Aquí pongo mi punto final: LA JUSTICIA Y EL AMOR NO ESTÁN EN BANCARROTA. Lo demás, lo que viene después de esa constatación, lo dejo a todos. A mí también.
La Habana, 19 de marzo de 2008.
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