Aunque la Semana Santa comienza el Domingo de Ramos hemos querido hacer primero este comentario sobre el Jueves Santo porque fue cuando se instituyo la Eucaristia en la ultina cena. Los hijos e hijas de San Pablo tienen la Adoracion Eurastica como uno de sus carismas y es la oracion de todo Paulino o Paulina.
JUEVES SANTO
MISA DE LA CENA DEL SEÑOR
PRIMERA LECTURA
Lectura del libro del Éxodo 12, 1-8. 11-14
En aquellos días, dijo el Señor a Moisés y a Aarón en tierra de Egipto:
-«Este mes será para vosotros el principal de los meses; será para vosotros el primer mes del año. Decid a toda la asamblea de Israel: "El diez de este mes cada uno procurará un animal para su familia, uno por casa. Si la familia es demasiado pequeña para comérselo, que se junte con el vecino de casa, hasta completar el número de personas; y cada uno comerá su parte hasta terminarlo. Será un animal sin defecto, macho, de un año, cordero o cabrito.
Lo guardaréis hasta el día catorce del mes, y toda la asamblea de Israel lo matará al atardecer. Tomaréis la sangre y rociaréis las dos jambas y el dintel de la casa donde lo hayáis comido.
Esa noche comeréis la carne, asada a fuego, comeréis panes sin fermentar y verduras amargas.
Y lo comeréis así: la cintura ceñida, las sandalias en los pies, un bastón en la mano; y os lo comeréis a toda prisa, porque es la Pascua, el paso del Señor.
Esta noche pasaré por todo el país de Egipto, dando muerte a todos sus primogénitos, de hombres y de animales; y haré justicia de todos los dioses de Egipto. Yo soy el Señor.
La sangre será vuestra señal en las casas donde estéis; cuando vea la sangre, pasaré de largo; no os tocará la plaga exterminadora, cuando yo pase hiriendo a Egipto.
Este día será para vosotros memorable, en él celebraréis la fiesta del Señor, ley perpetua para todas las generaciones."»
Palabra de Dios.
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Salmo responsorial
Sal 115, 12-13. 15-16bc. 17-18 (R.: cf. ICo 10, 16)
R. El cáliz de la bendición es comunión con la sangre de Cristo.
¿Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho? Alzaré la copa de la salvación, invocando su nombre. R.
Mucho le cuesta al Señor la muerte de sus fieles. Señor, yo soy tu siervo, hijo de tu esclava; rompiste mis cadenas. R.
Te ofreceré un sacrificio de alabanza, invocando tu nombre, Señor. Cumpliré al Señor mis votos en presencia de todo el pueblo. R.
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SEGUNDA LECTURA
Cada vez que coméis y bebéis, proclamáis la muerte del Señor
Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios 11, 23-26
Hermanos:
Yo he recibido una tradición, que procede del Señor y que a mi vez os he transmitido:
Que el Señor Jesús, en la noche en que iban a entregarlo, tomó pan y, pronunciando la acción de gracias, lo partió y dijo:
-«Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros. Haced esto en memoria mía. »
Lo mismo hizo con el cáliz, después de cenar, diciendo:
-«Este cáliz es la nueva alianza sellada con mi sangre; haced esto cada vez que lo bebáis, en memoria mía.»
Por eso, cada vez que coméis de este pan y bebéis del cáliz, proclamáis la muerte del Señor, hasta que vuelva.
Palabra de Dios.
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Versículo antes del evangelio Jn 13, 34
Os doy un mandamiento nuevo -dice el Señor-: que os améis unos a otros, como
Yo os he amado.
EVANGELIO
Los amó hasta el extremo
+ Lectura del santo evangelio según san Juan 13, 1-15
Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo.
Estaban cenando, ya el diablo le había metido en la cabeza a Judas Iscariote, el de Simón, que lo entregara, y Jesús, sabiendo que el Padre había puesto todo en sus manos, que venía de Dios y a Dios volvía, se levanta de la cena, se quita el manto y, tomando una toalla, se la ciñe; luego echa agua en la jofaina y se pone a lavarles los pies a los discípulos, secándoselos con la toalla que se había ceñido. Llegó a Simón Pedro, y éste le dijo:
-«Señor, ¿lavarme los pies tú a mí?»
Jesús le replicó:
-«Lo que yo hago tú no lo entiendes ahora, pero lo comprenderás más tarde.» Pedro le dijo:
-«No me lavarás los pies jamás.»
Jesús le contestó:
-«Si no te lavo, no tienes nada que ver conmigo.»
Simón Pedro le dijo:
-«Señor, no sólo los pies, sino también las manos y la cabeza.»
Jesús le dijo:
-«Uno que se ha bañado no necesita lavarse más que los pies, porque todo él está limpio. También vosotros estáis limpios, aunque no todos.»
Porque sabía quién lo iba a entregar, por eso dijo: «No todos estáis limpios.»
Cuando acabó de lavarles los pies, tomó el manto, se lo puso otra vez y les dijo:
-«¿Comprendéis lo que he hecho con vosotros? Vosotros me llamáis "el Maestro" y "el Señor", y decís bien, porque lo soy. Pues si yo, el Maestro y el Señor, os he lavado los pies, también vosotros debéis lavaros los pies unos a
otros; os he dado ejemplo para que lo que yo he hecho con vosotros, vosotros también lo hagáis.»
Palabra de Dios
El misterio del sacerdote
Benedicto XVI, homilía en la misa del Crisma, Jueves Santo, 13 abril, 2006
Queridos hermanos en el episcopado y en el sacerdocio,
queridos hermanos y hermanas:
El Jueves Santo es el día en el que el Señor encomendó a los doce la tarea sacerdotal de celebrar, con el pan y el vino, el Sacramento de su Cuerpo y de su Sangre hasta su regreso. Al cordero pascual y a todos los sacrificios de la Antigua Alianza, le sustituye el don de su Cuerpo y de su Sangre, el don de sí mismo. De este modo, el nuevo culto se fundamenta en el hecho de que, ante todo, Dios nos ofrece un don, y nosotros, colmados por este don, nos hacemos suyos: la creación vuelve al Creador. Y también así el sacerdocio se ha convertido en algo nuevo: ya no es una cuestión de descendencia, sino que es algo que se sitúa en el misterio de Jesucristo. Siempre es él quien da y nos eleva hacia él. Sólo él puede decir: «Esto es mi cuerpo - Esta es mi sangre». El misterio del sacerdocio de la Iglesia está en el hecho de que nosotros, míseros seres humanos, en virtud del Sacramento, podemos hablar con su «yo»: «in persona Christi». Quiere ejercer su sacerdocio a través de nosotros. Este misterio conmovedor, que en toda celebración del sacramento nos vuelve a tocar, lo recordamos de manera particular en el Jueves Santo. Para que el ajetreo diario no marchite lo que es grande y misterioso, necesitamos este recuerdo específico, necesitamos volver a aquella hora en la que Él puso sus manos sobre nosotros y nos hizo partícipes de este misterio.
Por tanto, reflexionemos nuevamente en los signos con los que se nos ha entregado el sacramento. En el centro está el gesto antiquísimo de la imposición de las manos, con el que él tomó posesión de mí diciéndome: «Tú me perteneces». Pero de este modo nos ha dicho también: «Tú estás bajo la protección de mis manos. Tú estás bajo la protección de mi corazón. Tú estas protegido bajo el hueco de mis manos y te encuentras en la inmensidad de mi amor. Estás en el espacio de mis manos; dame las tuyas».
Recordamos, además, que nuestras manos han quedado ungidas por el óleo, que es el signo del Espíritu Santo y de su fuerza. ¿Por qué las manos? La mano del hombre es el instrumento de su acción, es el símbolo de su capacidad para afrontar el mundo, para «tomarlo en la mano». El Señor nos ha impuesto las manos y ahora quiere nuestras manos para que, en el mundo, seamos las suyas. Quiere que dejen de ser instrumentos que toman las cosas, los hombres, el mundo para nosotros mismos, para someterlos a nuestra posesión, y que por el contrario transmitan su toque divino, poniéndose al servicio de su amor. Quiere que sean instrumento de servicio y por tanto de expresión de la misión de toda la persona que se convierte en su garante y que le transmite a los hombres.
Si las manos del hombre representan simbólicamente sus facultades y, más en general, la técnica como poder capaz de dominar el mundo, entonces las manos ungidas tienen que ser un signo de su capacidad para dar, de la creatividad para plasmar el mundo con amor y para esto tenemos necesidad sin duda del Espíritu Santo. En el Antiguo Testamento, la unción es signo de asumir un servicio: el rey, el profeta, el sacerdote hace y entrega mucho más que aquello que procede de sí mismo. En cierto sentido, queda expropiado de sí en virtud de un servicio, en el que se pone a disposición de uno más grande que él. Si Jesús se presenta hoy en el Evangelio como el Ungido de Dios, el Cristo, entonces esto quiere decir precisamente que actúa por misión del Padre y en unidad con el Espíritu Santo y que, de este modo, entrega al mundo una nueva realeza, un nuevo sacerdocio, una nueva manera de ser profeta, que no se busca a sí mismo, sino que vive por aquel por quien el mundo ha sido creado. Pongamos hoy nuestras manos nuevamente a su disposición y pidámosle que nos lleve siempre de la mano y que nos guíe.
En el gesto sacramental de la imposición de las manos por parte del obispo, el mismo Señor nos impuso las manos. Este signo sacramental resume todo un recorrido existencial. En una ocasión, como los primeros discípulos, nos encontramos con el Señor y escuchamos su palabra: «¡Sígueme!». En un primer momento, quizá le seguimos de manera insegura, mirando hacia atrás y preguntándonos si era éste realmente nuestro camino. Y en un determinado momento del camino, quizá hemos hecho la experiencia de Pedro tras la pesca milagrosa, es decir, nos asustamos por su grandeza, la grandeza de la tarea, y por nuestra pequeñez, que nos lleva a echarnos para atrás: «¡Aléjate de mí, Señor, que soy un hombre pecador!» (Lucas 5, 8). Pero después, con gran bondad, nos ha tomado de la mano, nos ha atraído hacia sí y nos ha dicho: «¡No tengas miedo! Estoy contigo. ¡No te dejo, y tú no me dejes!». Y en más de una ocasión a cada uno de nosotros quizá le ha sucedido lo que a Pedro, cuando al caminar sobre las aguas dirigiéndose hacia el Señor de repente se dio cuenta de que el agua no le sostenía y de que estaba a punto de hundirse. Y como Pedro hemos gritado: «Señor, ¡sálvame!» (Mateo, 14, 30). Al ver la furia de los elementos, ¿cómo podíamos atravesar las aguas estruendosas y espumosas del siglo pasado y del milenio pasado? Pero, entonces, hemos dirigido la mirada hacia él… y él nos ha tomado de la mano y nos ha dado un nuevo «peso específico»: la levedad que se deriva de la fe y que nos eleva hacia lo alto. Y después nos da la mano que nos sostiene y nos lleva. Él nos sostiene. Volvamos a dirigir siempre nuestra mirada hacia él y démosle la mano. Dejemos que su mano nos tome, y entonces no nos hundiremos, sino que nos pondremos al servicio de la vida, que es más fuerte que la muerte, y del amor que es más fuerte que el odio. La fe en Jesús, Hijo del Dios vivo, es el medio por el que volvemos a dar la mano a Jesús y por el que nos toma de la mano y nos guía. Una de mis oraciones preferidas es la petición que la liturgia pone en nuestros labios antes de la Comunión: «… no permitas que me separe de ti». Pidámosle que no caigamos nunca fuera de la comunión de su Cuerpo, de la comunión con el mismo Cristo, que no caigamos nunca fuera de su misterio eucarístico. Pidámosle que no deje de llevarnos de la mano…
El Señor ha puesto su mano sobre nosotros. El significado de este gesto lo expresó con las palabras: «No os llamo ya siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su amo; a vosotros os he llamado amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer» (Juan 15, 15). No os llamo ya siervos, sino amigos: en estas palabras se podría ver ya la institución del sacerdocio. El Señor nos hace amigos suyos: nos confía todo; se confía a sí mismo para que podamos hablar con su «yo» «in persona Christi capitis». ¡Qué confianza! Verdaderamente se ha puesto en nuestras manos. Los signos esenciales de la ordenación sacerdotal son en el fondo manifestaciones de esa palabra: la imposición de las manos; la entrega del libro --de su palabra que nos confía--, la entrega del cáliz con el que nos trasmite su misterio más profundo y personal. De todo esto forma parte también el poder de absolver: nos hace partícipes de su conciencia sobre la miseria del pecado y la oscuridad del mundo y pone en nuestras manos la lleve para volver a abrir la puerta hacia la casa del Padre. No os llamo ya siervos, sino amigos. Este es el significado profundo de ser sacerdote: ser amigo de Jesucristo. Tenemos que comprometernos con esta amistad cada día. Amistad significa comunión de pensamiento y de voluntad. En esta comunión con Jesús tenemos que ejercitarnos, nos dice san Pablo en la Carta a los Filipenses (Cf. 2, 2-5). Y esta comunión de pensamiento no es algo simplemente intelectual, sino que es también comunión de sentimientos y de voluntad, y por tanto, de acción. Esto significa que tenemos que conocer a Jesús de una manera cada vez más personal, escuchándole, viviendo junto a él, estando con él. Escucharlo --en la «lectio divina», es decir, leyendo la Sagrada Escritura, pero no de una manera académica, sino espiritual; de este modo aprendemos a encontrar a Jesús presente que nos habla. Tenemos que razonar y reflexionar sobre sus palabras y sobre su manera de actuar ante él y con él. La lectura de la Sagrada Escritura es oración, tiene que ser oración, tiene que surgir de la oración y llevar a la oración. Los evangelistas nos dicen que el Señor se retiraba continuamente --durante noches enteras-- «a la montaña» para rezar a solas. También nosotros tenemos necesidad de esta «montaña»: es la altura interior que tenemos que escalar, la montaña de la oración. Sólo así se desarrolla la amistad. Sólo así podemos desempeñar nuestro servicio sacerdotal, sólo así podemos llevar a Cristo y su Evangelio a los hombres. El simple activismo puede ser incluso heroico. Pero el actuar exterior, a fin de cuentas, queda sin fruto y pierde eficacia si no nace de la comunión íntima con Cristo. El tempo que dedicamos a esto es realmente tiempo de actividad pastoral, de una actividad auténticamente pastoral. El sacerdote tiene que ser sobre todo un hombre de oración. El mundo en su activismo frenético pierde con frecuencia la orientación. Su actuar y sus capacidades se convierten en destructivas si desfallecen las fuerzas de la oración, de las que surge el agua de la vida capaz de fecundar la tierra árida.
No os llamo ya siervos, sino amigos. El corazón del sacerdocio consiste en ser amigos de Jesucristo. Sólo así podemos hablar verdaderamente «in persona Christi», a pesar de que nuestra lejanía interior de Cristo no puede comprometer la validez del Sacramento. Ser amigo de Jesús, ser sacerdote, significa ser hombre de oración. De este modo le reconocemos y salimos de la ignorancia de los siervos. De este modo aprendemos a vivir, a sufrir y a actuar con él y por él. La amistad con Jesús es siempre por antonomasia amistad con los suyos. Sólo podemos ser amigos de Jesús en la comunión con Cristo total, con la cabeza y el cuerpo; en la lozana vid de la Iglesia animada por su Señor. Sólo en ella la Sagrada Escritura es, gracias al Señor, Palabra viva y actual. Sin el sujeto viviente de la Iglesia que abarca las edades, la Biblia se fragmenta en escritos que con frecuencia son heterogéneos y se convierte en un libro del pasado. Es elocuente en el presente sólo allí donde está la «Presencia», donde Cristo sigue haciéndose nuestro contemporáneo: en el cuerpo de su Iglesia.
Ser sacerdote significa ser amigo de Jesucristo, y serlo cada vez más con toda nuestra existencia. El mundo tiene necesidad de Dios, no de un dios cualquiera, sino del Dios de Jesucristo, del Dios que se hizo carne y sangre, que nos amó hasta morir por nosotros, que resucitó y creó en sí mismo un espacio para el hombre. Este Dios tiene que vivir en nosotros y nosotros en él. Esta es nuestra llamada sacerdotal: sólo así nuestra acción de sacerdotes puede dar fruto.
Quisiera concluir esta homilía con una palabra de Andrea Santoro, ese sacerdote de la diócesis de Roma que fue asesinado en Trebisonda mientras rezaba; el cardenal Cè nos la comunicó durante los ejercicios espirituales. La frase dice: «Estoy aquí para vivir entre esta gente y permitir que Jesús lo haga prestándole mi carne… Sólo somos capaces de salvación ofreciendo la propia carne. Hay que cargar con el mal del mundo y compartir el dolor, absorbiéndolo en la propia carne hasta el final, como hizo Jesús». Jesús asumió nuestra carne. Démosle nosotros la nuestra, para que pueda venir al mundo y transformarlo. ¡Amén!
VALENCIA: CÁLIZ DE LA ULTIMA CENA
El sentido del Santo Cáliz de la Última Cena
La Catedral de Valencia, España, guarda una de las más preciadas reliquias. Se trata de un Cáliz de piedra marrón que, según una antigua tradición, es el original usado por Jesucristo para celebrar la primera Misa: La Ultima Cena.
¿Será autentico? Algunos rechazan todas las reliquias. Alegan que en la historia han surgido en diversas partes varios cálices con el mismo reclamo. Sin embargo, todos esos han sido declarados fraudulentos bajo el escrutinio de estudios mas modernos. No así con el cáliz que hoy está en Valencia. Al mismo tiempo debemos clarificar que nuestra fe NO se fundamenta en ninguna reliquia sino en Cristo Resucitado. Cuando nos referimos a reliquias como este cáliz, hablamos de "tradición" con "t" minúscula y no de La Tradición que es parte de la Revelación. Esto no quita que sepamos apreciar prudentemente todo lo que esté vinculado con Nuestro Salvador. Pienso que el paso del tiempo va filtrando los fraudes y va quedando lo auténtico. Entonces, nos podemos referir a las reliquias como símbolos que nos inspiran a avivar la fe. El amor a Jesús nos mueve a tener una veneración a las reliquias en referencia a El y a la fe que El nos comunicó.
Es razonable pensar que, después de Pentecostés, los Apóstoles hayan hecho lo posible por guardar, como grandes tesoros, las reliquias asociadas con la vida del Señor. Entre estas, el cáliz de la Ultima Cena (La Eucaristía es el centro de la vida cristiana), pedazos de la Santa Cruz y el Santo Sudario deben haber tenido prioridad.
Y recibiendo (Jesús) una copa, dadas las gracias, dijo: "Tomad esto y repartidlo entre vosotros" -Lucas 22:17
Sabemos que el pasaje de arriba se refiere al mandato de celebrar por siempre la Eucaristía, pero no podía faltar para ellos un valor literal en lo referente al precioso Cáliz en las manos del Maestro.
Según las Sagradas Escrituras, Jesús y sus discípulos celebraron la Ultima Cena el Jueves Santo, el día antes de la Pasión y muerte del Señor. En esa cena pascual Cristo instituyó la Eucaristía y el Sacerdocio. Según la costumbre se utilizaba para la cena pascual lo mejor que se pudiese. El Cáliz, por lo tanto debía ser digno de la misión que celebraba.
No hay conocimiento del itinerario del Cáliz en los primeros siglos. Una tradición cuenta que fue confiado a San Pedro quién lo tenía en Antioquia y después en Roma. Según la misma tradición, San Pedro y 23 Papas que le siguieron guardaban el Cáliz como un gran tesoro y lo utilizaban para celebrar la Santa Misa. El Cáliz sería entonces un poderoso testimonio de la fe en la Iglesia primitiva: Todos los sucesores de Pedro, recibiendo la Preciosa Sangre del Señor del mismo Cáliz, signo de unidad en Cristo.
El último Papa en usar el Cáliz en la antigüedad sería Sixto II (243-258). Según una tradición, antes de morir martirizado bajo el emperador Valeriano, este Papa le confió al diácono San Lorenzo, uno de los siete diáconos de Roma y, según se dice, oriundo de España, la misión de distribuir el dinero de la Iglesia entre los pobres y esconder las reliquias.
San Lorenzo también murió mártir, pero antes pudo enviar el Cáliz a sus padres, Orencio y Paciencia, en España. El Cáliz estuvo en Huesca hasta el 711 d.C., cuando los moros invadieron España. Para protegerlo, el Cáliz fue enviado al monasterio de San Juan de la Peña, que está alto en la cordillera de los Pirineos. Allí estuvo escondido en la gruesa pared del monasterio por 400 años.
Durante este tiempo se propagaron por Europa las leyendas sobre el Cáliz de La Ultima Cena, escondido por unos monjes entre las montañas. Las tres leyendas mas famosas ubicaban la reliquia en Inglaterra, en el occidente de Francia y el norte de España. Las dos últimas son regiones próximas al monasterio de San Juan de la Peña.
En 1399, Martín el Misericordioso regía un territorio que incluía San Juan de la Peña. Martín le pidió a los monjes que le enviasen el Cáliz a su corte, en Zaragoza, a cambio de otro hecho de oro. Al morir Martín en 1410, el trono y el Cáliz pasaron a Alfonso V quién, en 1437, llevó tanto su corte como el Cáliz a la ciudad de Valencia, donde ha estado hasta el presente.
Los Valencianos siempre han hecho grandes esfuerzos para defender el Cáliz de los peligros. Ante el avance de las tropas de Napoleón sobre Valencia, en 1809, el Cáliz fue llevado, para salvarlo, a las Islas Baleares, hasta el 1812. Durante la Guerra Civil Española, que comenzó en el 1936, las Iglesias eran con frecuencia atacadas por los comunistas. El Cáliz fue envuelto en seda y escondido, hasta que, en 1939 se devolvió a la abatida catedral y fue puesto en un lugar de honor.
En 1982, el Papa Juan Pablo II visitó a Valencia y celebró la Santa Misa con el precioso Cáliz. Los presentes comentaron sobre el gran gozo que el Papa expresó al consagrar la Preciosa Sangre.
El Cáliz se puede visitar en la Catedral de Valencia donde se guarda en un relicario de oro, en una hermosa capilla gótica. La Santa Misa se celebra cada día a las 9:30 de la mañana y, después, los peregrinos pueden acercarse a venerar el precioso Cáliz. No hay absoluta certeza de la autenticidad del cáliz, pero si tenemos la certeza de la fe que no defrauda, que los eventos de la Ultima Cena, Pasión, muerte, Resurrección, la Eucaristía y la sucesión Apostólica hasta nuestros días. Estas verdades históricas desatan un poder que las fuerzas del mal no podrán jamás detener.
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EL SENTIDO DEL SANTO CÁLIZ DE LA ÚLTIMA CENA, QUE VENERARÁ EL SANTO PADRE BENEDICTO XVI EN VALENCIA
Según el profesor Salvador Antuñano Alea
MADRID, viernes, 7 julio 2006 (ZENIT.org).- El Santo Cáliz de la Última Cena, que custodia la Catedral de la ciudad española de Valencia y venerará Benedicto XVI el sábado, funda su verosimilitud en indicios muy razonables --arqueológicos, históricos y de tradición--, pero para los cristianos lo más importante es «su condición de icono sacro».
Y es que el pueblo cristiano lo venera porque «le representa y le traslada al momento sublime en que el Hijo de Dios nos dejó su Sangre como bebida antes de derramarla en la Cruz»: éste es el sentido del Cáliz de Valencia, explica Salvador Antuñano Alea a Zenit.
Doctor en Filosofía y profesor universitario en Madrid (en la Universidad Francisco de Vitoria), Antuñano se interesó por el Santo Grial a la vista de las conjeturas, los presuntos «poderes mágicos» que le atribuye la leyenda y la confusión de fronteras con historia y realidad. Fruto de su estudio fue el volumen «El misterio del Santo Grial. Tradición y leyenda del Santo Cáliz» (EDICEP, www.edicep.com, Valencia 1999).
La voz firme de la arqueología
Desde el punto de vista arqueológico, el conjunto del Santo Cáliz «está formado por tres partes --describe--: dos vasos de piedra y una montura de orfebrería». Ésta «puede fecharse, de acuerdo con su estilo artístico, entre el siglo XIII y el inicio del XIV», mientras que «el vaso que sirve de pie al Cáliz» «puede datarse en la Medina Azahara de Almanzor, en el siglo X o, si procediera de otro taller, entre ese siglo y el XII».
«La Copa propiamente dicha [el Cáliz], sin embargo, es mucho más antigua», expone el profesor Antuñano siguiendo ahora al catedrático de Arqueología de la Universidad de Zaragoza, Antonio Beltrán, quien estudió el Cáliz por encargo del Arzobispo Olaechea (emérito de Valencia, fallecido en 1972).
Su precisión científica, la comparación que realizó con objetos similares y el análisis crítico de documentos «apuntan a un taller oriental --Egipto o Palestina-- y a los últimos momentos del arte helenístico (siglos II a.C.-I d.C.). –comenta Antuñano--. Se corresponde con el tipo de vasos usados para solemnidades o pertenecientes a casas ricas».
Tras sus estudios, el catedrático de Arqueología concluyó que esta ciencia confirma la verosimilitud histórica del Santo Cáliz, así como que «el pie es un vaso egipcio o califal del siglo X u XI y fue añadido, con rica orfebrería, a la copa, hacia el siglo XIV, porque se creía entonces, firmemente, que era una pieza excepcional».
Historia y tradición
«El documento histórico escrito más antiguo que nos habla con toda claridad del Santo Cáliz es la escritura de donación del Cáliz, hecha por los monjes de San Juan de la Peña al Rey de Aragón Don Martín I el Humano», fechada «el 26 de septiembre de 1399», sigue el profesor Antuñano explicando a Zenit.
El texto describe «fielmente el cáliz de piedra que se conserva hoy en Valencia. A partir de ese momento su trayectoria está completamente documentada», si bien «antes de esa fecha no conservamos documento que nos hable de él», constata.
Por lo tanto, a «la propia realidad material del Cáliz» se suma «una antigua tradición apoyada por vestigios e indicios razonables», aclara.
Es así que una antigua tradición, que corrobora el fundamento arqueológico, apunta que el Cáliz pasó de Jerusalén a Roma con San Pedro, y con él celebraron los misterios los primeros Papas. Y llegaría en torno al año 258 a España, a la zona de Huesca, enviado por San Lorenzo tras el martirio del Papa Sixto y antes del suyo propio, con la intención de preservarlo así del expolio de la persecución contra la Iglesia decretada por Valeriano.
«Allí estaría hasta la invasión musulmana, cuando los fieles lo salvarían ocultándolo en diversos puntos de la montaña --relata el profesor Antuñano--. A medida que la Reconquista avanza, se consolida también una discreta veneración en diversas iglesias», y «es muy posible que a mediados del siglo XI estuviera en Jaca, conservado por los obispos y que, al instaurarse el rito romano en el Reino de Aragón --año 1071-- pasara al Monasterio de San Juan de la Peña», en cuyo silencio «se conservaría durante más de tres siglos».
«Indicios suficientemente verosímiles» se desprenden por su parte del Nuevo Testamento: «resulta posible que Cristo celebrara la Última Cena en la casa de san Marcos»; éste era como un «secretario de san Pablo y de san Pedro, con quien parece que va a Roma», por lo que «no sería extraño que el evangelista hubiera conservado el vaso --un vaso de su vajilla-- en el que el Maestro consagrara la Eucaristía», ni sería raro «que se lo entregara a Pedro y éste a Lino», y de uno a otro a Cleto, a Clemente, y así sucesivamente.
No se puede olvidar que «el canon romano de la misa se elabora sobre el rito usado por los Papas de los primeros siglos» (recién citados), y «en una de sus partes más antiguas, la fórmula de la consagración, presenta una ligera variante con otras liturgias», pues establece las palabras: «del mismo modo, acabada la cena, tomó este cáliz glorioso en sus santas y venerables manos, dando gracias te bendijo, y lo dio a sus discípulos diciendo....», «de tal forma que parece insistir en un cáliz particular y concreto: el mismo que usara el Señor en su Cena», apunta Salvador Antuñano.
El itinerario histórico, bien documentado a partir de 1399, nos lleva a la ciudad de Valencia, que está a punto de visitar Benedicto XVI, donde en 1915 el Cabildo catedralicio decide transformar la antigua sala capitular de la Catedral en Capilla del Santo Cáliz, donde éste quedó instalado en la Solemnidad de la Epifanía de 1916.
Hubo de ser sacado de allí a toda prisa a los veinte años, en el estallido de la guerra civil, tres horas antes de que la Catedral ardiera. «Cuando se extinguió el fuego de la guerra, se entregó solemnemente el Cáliz al Cabildo el 9 de abril de 1939, Jueves Santo, y se instaló en su capilla reconstruida el 23 de mayo de 1943», recuerda el profesor Antuñano.
A partir de entonces se intensifica el culto y la devoción al Santo Cáliz. Y «el arzobispo actual, monseñor Agustín García-Gasco, ha logrado difundir la veneración más allá de los límites de la Comunidad Valenciana», reconoce.
La verdadera mística del Santo Cáliz de la Cena
Visto el trasfondo de arqueología, historia y tradición de esta reliquia, si algo importa es su valor como icono sacro. Y es que, «para el Cristianismo, un icono sagrado no es sólo una imagen piadosa», ni siquiera una «representación de un motivo religioso»; es mucho más –advierte el estudioso--: «es un medio para la contemplación espiritual, para la meditación y para la oración».
Lejos de albergar «propiedad “mágica”» alguna, «el icono es sagrado porque su imagen evoca un misterio salvífico y, de una forma espiritual pero real, tiene como finalidad poner a quien lo contempla en comunión con ese misterio, hacerlo partícipe de él», subraya.
Y como «los datos de la tradición y de la historia nos apuntan seriamente la posibilidad de que fuera el mismo Cáliz que el Señor usó la noche en que iba a ser entregado», los cristianos lo veneran porque «traslada al momento sublime en que el Hijo de Dios nos dejó su Sangre como bebida antes de derramarla en la Cruz» por nuestra salvación, precisa.
«Por eso --sintetiza-- el núcleo y fundamento de la veneración del Santo Cáliz está en el Misterio Eucarístico».
Para el profesor Salvador Antuñano, uno de los momentos más importantes de la historia del Santo Cáliz fue la visita del Santo Padre Juan Pablo II a Valencia el 8 de noviembre de 1982: «tras venerar la Reliquia en su Capilla, el Papa celebró la Misa con ella en el paseo de la Alameda».
«La historia del Santo Cáliz seguirá, como sigue la historia de la propia Iglesia, pero el gesto de Juan Pablo II al consagrar en él la Sangre del Señor puede considerarse como el hito que introduce la reliquia en el tercer milenio», concluye.
Tomado de (ZENIT.org), 7 julio 2006
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