Friday, April 11, 2008

TERESA: Maestra de costura y catequista - Primera Entrega

TERESA: Maestra de costura y catequista



En Castagnito vive la familia Merlo, con el padre Héctor, la madre Vicenta Rolando y sus cuatro hijos: Juan Bautista, nacido en 1892; María Teresa, nacida el 20 de febrero de 1894; Constancia León, en 1896 y Carlos, en 1898.

Ahora la guerra irá llamando poco a poco a los tres varones, incluido Constancio León, seminarista, que, sacerdote más tarde, será por largo tiempo párroco de Barolo. Juan Bautista y Carlos seguirán “destripando terrones”, como suele decirse, bajo la guía del padre.

Los Merlo son agricultores independientes.

Una familia que puede considerarse “conspicua” en su ambiente, pero no porque sobresalga en riqueza o poder. Goza más bien de una cordial autoridad, fundada únicamente en las cosas que realmente importan en el campo: las tierras, de las mejores cultivadas, la familia serena y sobria, autosuficiente a lo largo de las generaciones, el hablar ponderado. Por eso muchos en el pueblo optan por aconsejarse con papá Héctor sobre el campo, la familia o los contratos: es la personificación auténtica y rural del justo, hombre de trabajo y de fe, cristiano de una sola pieza, en la iglesia durante las Vísperas cantadas, en él – típico también esto del campo – el prestigio de su mujer Vicenta, a quien nadie ve nunca ociosa. Mandan a sus hijos a las funciones de la iglesia y asiduamente al catecismo del párroco, don Pistone; pero son ellos, Héctor y Vicenta los primeros que sientan cátedra de vida cristiana en casa.

En este ambiente ha nacido y crecido María Teresa, a quien sus familiares llaman simplemente Teresa. En Castagnito ha frecuentado las primeras clases elementales.

Para continuar los estudios había que ir a Guarene, a dos kilómetros de distancia, y Teresa después de los primeros meses se quedó en casa, interrumpiendo el cuarto curso. Era demasiado peligroso coger frío en invierno con una salud tan frágil como la suya. Su madre le hizo continuar los estudios en privado con una maestra de Castagnito: María Chiarla. Con ella Teresa terminó anticipadamente los programas de cuarto y quinto. Pero no sólo. Como escribe Luis Rolfo, la maestra Chiarla hizo algo más por ella: “ con pleno consentimiento de sus padres la ayudó también a conocer mejor la vida espiritual y, en particular, le enseñó a hacer todos los días una breve meditación, para la cual le proporcionó un libro que le gustó mucho y que conservaba todavía cuando entró en la vida religiosa. (Alle sorgenti)

Esta niña debía de poseer algún otro don además de la inteligencia, a juzgar por los resultados de los estudios. Le resultaba fácil, por ejemplo, sobresalir sin contrastes entre sus coetáneas. Y así lograba establecer sin dificultad relaciones de confianza con personas adultas. En efecto, después de la maestra Chiarla se ocupó de ella la señorita Cassinelli, persona acomodada del lugar, gracias a la cual podría ir durante algún tiempo la montaña beneficiándose en la salud. Irán juntas también a hacer ejercicios espirituales donde las religiosas de María Auxiliadora en Nizza Monferrato.



Primera comunión a los ocho años, confirmación a los trece, misa y comunión diarias, animadora de los cantos en la iglesia, catequista precoz… Reunía casi todas las condiciones para ser religiosa. Y en el pueblo no faltaba tampoco un modelo preciso de religiosas: las del Cottolengo, que atendían el asilo infantil. Pero como ya se ha visto, a causa de su salud, Teresa no es admitida a vestir el hábito.

Entonces, para hacer frente a cualquier necesidad, tendrá que aprender bien un oficio. O sea, no basta que se apañe simplemente con algún trabajo: debe destacar, como su padre y hermanos en el campo. En aquella época y con su poca salud, no hay mucho que elegir: costura y bordado ocupan el primer lugar; y ella los aprende yendo adonde sea necesario.

Su primera escuela es el Ritiro della Divina Providenza en Alba, donde se enseña a fondo la costura . Después pasa a un taller de Turín para hacerse maestra de bordado. En total, dos años fuera de casa con sacrificios para ella y los suyos. Pero ven que vuelve contenta: domina un arte seguro.

Así que abre su taller-escuela de costura y bordado en casa, y pronto se la ve reinar sobre graciosos círculos de alumnas, que acuden también de los pueblos cercanos: muchachitas principiantes y otras que quieren perfeccionar o preparar el ajuar de bodas. Tiene su propio atelier, diríamos hoy. Pero para ella es también otra cosa: las alumnas serán al mismo tiempo buenas modistas y buenas cristianas. Para ella el trabajo bien hecho, y la oración bien recitada, y la explicación bien entendida, y el pobre ayudado y la enemistad olvidada son un todo indivisible. No concibe una cualidad sin las demás: como su padre Héctor, que es buen cristiano cuando poda a su debido tiempo las vides y cuando se encuentra en el coro para las Vísperas antes de que el párroco entone el primer salmo: Dixit Dominus Domino meo…

Por su parte, las alumnas como sucede a menudo con quien se admira, absorben inconscientemente sus buenos modales; algo que se notaba mucho en las familias de un tiempo; y no raramente de los modales derivaba la elección de la maestra de costura. Decir: He aprendido con la Tal, significaba también haber aprendido un comportamiento. Y el que ha aprendido con Teresa lo revela con pequeños detalles amables, delicadezas de trato que proceden directamente de ella.



En cuanto a Teresa, quién sabe si con estas chiquillas no estará haciendo un aprendizaje para algo que todavía no se imagina. Pero de momento, debe sentirse realizada ya con todo esto y con la satisfacción que le proporciona la actividad de catequista.

Mucho antes de los veinte años ya era la mejor por solidez, preparación y por eficacia de enseñanza. Con gran alegría de don Pistone, párroco de Castagnito, sin la menor duda.

Pero Castagnito y su párroco, así como la diócesis de Alba y su obispo, y muchos de sus sacerdotes, en esta época son lugares y gente de punta precisamente en materia de catequesis. El mundo católico sufre la durísima y amarga prueba del ataque modernista con relativos contraataques, todo ello combinado con la realidad de una ignorancia religiosa que da miedo.



Obispos y sínodos particulares se quejan de la deserción de la doctrina; es decir, de la enseñanza sistemática de la fe. Pero ¿cómo acusar simplemente a los fieles, si esta instrucción es deficiente incluso en ciertos seminarios menores? Sin contar con la trágica influencia de las condiciones sociales: “el duro trabajo de los niños, con frecuencia superior a sus fuerzas, impide en las ciudades y en el campo que asistan al catecismo. Por ejemplo, en particular en el Polesine, los niños no pueden acudir a la doctrina cristiana porque durante el invierno no tienen ni calzado ni vestido, y en verano se dedican a los trabajos del campo, escriben los párrocos y los obispos” (L. Nordera, II catecismo di Pio X)



Sobre el gravísimo problema intervino en abril de 1905 el mismo papa Pio X con la encíclica Acerbo nimis, en la que escribía entre otras cosas: “Y que también entre los cristianos de nuestros días hay muchísimos que viven en una extrema ignorancia de las cosas necesarias que se han de saber para la salvación eterna, es lamento hoy común, y, por desgracia, lamento justísimo (…) Sabemos que el oficio de catequista no es bien visto por muchos, porque generalmente no es muy estimado ni apropiado para recibir aplausos (…) De lo que se sigue que, languideciendo en nuestros días y habiendo desaparecido en muchos la fe, se cumple muy superficialmente, cuando no se olvida del todo, el deber de la enseñanza del catecismo.”

Y ordenaba: “Todos los párrocos, y en general todos los que tienen cura de almas, todos los domingos y fiestas del año, sin excepción alguna, amaestren con el texto del catecismo, durante una hora, a los niños y niñas.

La diócesis de Alba no tiene necesidad de estímulo en materia de catecismo. Está en la vanguardia desde hace decenios. Bien representada ya por el primer congreso catequístico de Piacenza (1889), ha puesto inmediatamente en práctica el capital postulado relativo a la escuela para profesores de religión. Entonces se usaba mucho el catecismo compilado en 1765 por el milanés mons. Casati, obispo de Mondoví, que con algunas modificaciones se convirtió desde 1896 en texto único para la enseñanza elemental de la religión en todas las diócesis piamontesas y lombardas. Y a partir de 1912, cuando salió el catecismo único llamado de Pio X, Alba estaba preparada para la puesta al día, con una comisión catequística diocesana para la formación de catequistas en sintonía con la renovación de programas y metodologías.

En una diócesis tan pequeña, convocar asambleas del clero para el catecismo y acudir a ellas unos 150 sacerdotes, quiere decir algo sin duda. Pero dice también algo más un hecho aparentemente sin importancia de vida militar durante la guerra. Dos seminaristas de Alba llamados a las armas asisten en el cuartel a una disputa sobre religión, escuchando atónitos la argumentada defensa del catolicismo hecha por un simple soldado. Hablan con él creyendo que es un sacerdote o clérigo y descubren que es un campesino con las simples clases elementales. Pero el catecismo lo ha aprendido justamente en la diócesis de Alba, en Castagnito, de labios del párroco, don Pistone. Se llama Juan Bautista Merlo. Así ambos clérigos llegan a conocer a toda su familia, y todo esto llega a oídos del Padre Alberione: incluida la historia de Teresa, maestra local de costura y de cristianismo, que cuenta ya con veintiún años. También se encuentra en el seminario uno de los Merlo, Constancio León. Y a él el señor Teólogo le da un recado para su madre: ¿le permitiría a Teresa enseñar costura y bordado en Alba, en el taller recién abierto?

¡Pero si ya lo hace en casa!, debe de haber pensado Vicenta Merla, muy poco atraída por la propuesta. Tras algunas palabras en familia, se toma la decisión de hacerse explicar la propuesta oralmente. Así, pues, el domingo 27 de junio de 1915 hay una entrevista en Alba en la iglesia de los santos Cosme y Damián. El Padre Santiago habla primero con la madre y después con la hija en la sacristía. Conversaciones por separado, pero argumento único. Se trata, explica él, de dirigir al grupito que debe coser ropa para los soldados. Pero no sólo. De aquel grupo y del experimento de vida en común debe nacer más tarde otro. Y para Teresa se tratará de realizar de manera totalmente inesperada el sueño de hacerse religiosa. Será una cosa nueva, con sus dificultades; requerirá tiempo, habrá que esperar y rezar.

Teresa acepta. No sin haber obtenido antes el sí explícito de su madre, como es costumbre entre los Merlo. Y para empezar en seguida se puede quedar ya en Alba aquel domingo. Al no vivir en Alba, se hospedará en la casa de Boffi durante algún tiempo. A fines de 1915 se encontrará una sede más apropiada para taller y vivienda, en la vía Accademi.

Boffi, por su trabajo, sólo puede dedicar al taller algunas horas al día. Teresa Merlo le dedica en cambio todo el tiempo, aunque, eso sí, al mismo nivel que las demás; trabajando como ellas. Pero debido a la competencia en el oficio y a sus cualidades espirituales, que no pasan desapercibidas para las compañeras, va adquiriendo cierto ascendente. La vida del pequeño grupo se orienta gradualmente hacia el rumbo previsto por el Padre Santiago. Desde el mismo momento de la apertura del taller se va hacia la transformación en comunidad, hacia los futuros votos y el nuevo apostolado con la prensa. Así, entre una plegaria y una meditación, entre las conferencias del Padre Alberione y las del canónigo Chiesa, el grupo empieza a plasmarse. Perderá por el camino a muchachas sólo interesadas por la escuela profesional, pero atraerá a otras, orientadas hacia la vida religiosa.

De cara al exterior todo resulta aún mimetizado y cauto. La Gazzetta d´Alba publica anuncio sobre la “Escuela de costura”, “de corte”, o “de bordado”, que se encuentra en la vía Accademia (el P. Santiago Alberione procura evitar denominaciones que llamen la atención); al par comunica que en esa misma dirección se pueden encontrar también buenos libros.

Pero atendamos a los números. Después del desafortunado comienzo con la comisión para el ejército (Que acaba mal, al parecer, por errores de parte militar) en el taller se enseña el oficio a algunas alumnas externas, mientras que sólo las internas navegan por la “ruta Alberione” hacia el estado religioso y el apostolado con la prensa. Pero aquí los números son pequeños, mínimos. Apenas si hay tres internas el 16 de febrero de 1916, cuatro a primeros de abril de 1917 y cinco un año más tarde. Esto se lee en las relaciones periódicas enviadas al obispo por el Padre Alberione, que habla siempre de “hijas” con el significado piamontés de “muchachas”. Son realmente pocas en verdad. Parece que a la planta le cuesta bastante crecer. Mientras tanto la azotan las tempestades.

Y qué tempestades. Cosas poco menos que increíbles, cuando se las recuerda hoy. La idea del P. Santiago es combatida primero con reclamaciones al obispo para que decrete su liquidación. Luego, al no funcionar este método, con cartas a Roma, a las Congregaciones vaticanas, solicitando intervenciones represivas de una vez por todas. Pero no basta: hay incluso quien recurre a las autoridades civiles, comprendido al parecer un subsecretario, siempre contra Alberione, siempre para acabar con aquellas obras tan minúsculas, apenas visibles: un grupito de muchachos y otro de muchachas.

Pero, ¿Por qué tanto encarnizamiento?

La razón es la de costumbre: estos adversarios son cristianos bien intencionados, no enemigos de la Iglesia decididos a desarraigarla. A sus ojos, el extirpador y casi el enemigo – el Gran peligro – es justamente el Padre Santiago Alberione. Se le acusa de empobrecer el seminario llevándose a los clérigos, que serán lanzados a la aventura junto con muchas chicas sacadas de las familias o eventualmente en órdenes religiosas, donde podrían hacer mucho bien; y seguramente de sus parroquias, donde ya estaban haciendo el bien, como Teresa Merlo en Castagnatito, brazo derecho catequístico de don Pistone, el cual no perdonará nunca al Señor Teólogo que se la llevara.

Además … Esta empresa con máquinas, papel, alquileres, estas iniciativas que cuestan mucho dinero, ¿no son también peligros tremendos, si se tiene en cuenta cómo han acabado otras iniciativas católicas en ese mismo campo de la prensa y de los periódicos? Pues bien, no se trata de personas pérfidas, sino de gente de buena fe, pero corta de vista, para quien el P. Alberione es un aventurero al que hay que parar a toda costa por el bien de la diócesis. Frente a todo esto ya es un milagro cómo aguantan los dos grupitos de seminaristas y de hijas. “En determinados momentos”, escribirá más tarde Teresa, “las cosas parecían tan oscuras que no se entendía nada”.

Naturalmente las habladurías llegaron hasta su misma casa, pues Clelia, la tercera que entró, escribe un buen día a su madre: "No tengo miedo de lo que dice, porque sé perfectamente lo que hago y en dónde estoy. El proverbio dice: “Hablar bien, obrar bien y dejar que los perros ladren”. (…) Gracias al Señor, he adquirido tanta paz y tranquilidad que no puedes ni imaginarte, y ya no me importa nada lo que dicen.”



Fuente: TECLA, Domenico Agasso, Ediciones Paulinas, 1993.

Colaboracion de Romina "Rochi" Agnoletti

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