Sunday, March 30, 2008

La Resureccion de Jesus

80 años Patrona de las Misiones


80 años Patrona de las Misiones
1927 -14 de diciembre- 2007


Dámaso Zuazua, ocd,
Secretario General de las Misiones


“Dejadme aseguraros -en nombre de la tradición constante de la Iglesia- que vuestra vida no solamente puede anunciar el Absoluto de Dios, sino que posee un maravilloso y misterioso poder de fecundidad espiritual”.
Juan Pablo II. Lisieux, 2 de junio de 1980


Con fecha del 14 de diciembre de 1927 la Congregación de Ritos publicaba el decreto por el que, por decisión de Pío XI, se declaraba a “Santa Teresita patrona especial de los misioneros, hombres y mujeres, existentes en el mundo”. Se le confería este nombramiento “al igual que a San Francisco Javier, con todos los derechos y privilegios que comporta este título” . Eran derechos y privilegios del culto litúrgico.
De este modo San Francisco Javier (1506-1552), el mayor misionero de la Iglesia después de San Pablo , compartía su título de protector celeste de las Misiones con la santa Carmelita de Lisieux. A sus 15 años y tres meses ingresó en el Carmelo, del que nunca más salió hasta su muerte. San Francisco Javier había sido declarado ya en 1748 “patrón de todas las tierras al este del Cabo de Buena Esperanza”, para ser nombrado en 1904 “patrón de la Obra de la Propagación de la Fe” . ¿No habrá en este hermanamiento patronal una reflexión a profundizar? Alguien se ha preguntado: “Ser los dos patronos de las Misiones conjuntamente. Este hecho mismo, ¿no tendrá algún mensaje que comunicarnos a nosotros hoy?”

1.- Primeras consideraciones

Entre los numerosos patronatos que la Iglesia ha concedido a Santa Teresita, éste de las Misiones es el más llamativo, más –incluso- que su doctorado eclesial reciente (1997). Sorprende la equiparación con el santo jesuita, el mítico evangelizador de Oriente. Su principio espiritual había sido: “Amar a las personas a las que somos enviados y hacernos amar por ellas”. Teresa del Niño Jesús fue nombrada Patrona de las Misiones sin haber salido jamás del convento, sin haber tocado un terreno de Misión. Pero el lema de su vida claustral fue: “Amar a Jesús y hacerle amar” . A esta tarea se consagró con visceral generosidad: “Como un torrente, arrojándose con impetuosidad en el océano, arrastra consigo cuanto encuentra a su paso, de la misma forma, o Jesús mío, el alma que se sumerge en el océano sin riberas de vuestro amor arrastra con ella todos sus tesoros. Señor, tú lo sabes, no tengo otros tesoros que las almas que te complació unir a la mía; esos tesoros, tú mismo me los has dado…” Es una declaración que refleja la conciencia misional de Teresita. Esta disposición de espíritu abarca, orienta y da sentido a toda su vida.
El mensaje se había percibido bien en el Carmelo y en la Iglesia. Antes de ser Patrona universal de las Misiones, cuatro años y medio antes, el 30 de abril de 1923, justamente Beata, había sido ya declarada Patrona de las Misiones Carmelitanas. La corriente venía de antes. Las aguas venían de atrás. Ya en 1921 la revista “Il Carmelo e le sue Missioni” se pronunciaba en estos términos: “Siendo de todos conocido el espíritu eminentemente misionero de nuestra hermana Sor Teresa del Niño Jesús, es natural que, después de Nuestra Santa Madre Teresa, sean confiadas a su ardiente alma todas nuestra obras misionales. A ti, pues, pequeña Flor transplantada al Carmelo, […] que has llevado tantas almas a Jesús, te confiamos las queridas Misiones, nuestros misioneros, esta revista, sus colaboradores, sus lectores, todos los que de cualquier forma quieren aliviar las múltiples necesidades de tus hermanos, lejanos de la familia, de la patria querida” .
Un mes después, siempre en 1921, la misma revista misional del Carmelo italiano insertaba un artículo sobre “La pequeña patrona de las Misiones”. Comparándola con Santa Teresa de Jesús, “afirmamos que su gran corazón [el de Teresa de Jesús] tenía que exultar al ver de este modo bien reproducido su celo apostólico en el espíritu de Teresita de Lisieux, que podría ser definida como la miniatura de la gran Teresa de Avila” .
A nivel eclesial el 29 de julio de 1926 el Papa Pío XI la había declarado Patrona del Clero Indígena o de la Obra Misional Pontificia de San Pedro Apóstol . En esta determinación se manifestaba una voluntad clara de la Iglesia para recordar a los fieles un principio firme y evangélico que, encarnado en la vivencia de una persona, aparecía más visible y pedagógico o catequético. Por su fuerte atracción carismática de extraordinario relieve con el testimonio de su vida y con el colorido de su lenguaje Teresa del Niño Jesús de la Santa Faz ofrecía la plasmación más visual de la consigna evangélica “rogad al dueño de la mies…” (Mt 9, 38).
Se puede examinar con rigor crítico, teniendo en cuenta las connotaciones teológicas ambientales del tiempo y de su patria, la idea que Santa Teresita tenía de las Misiones. Reproduzcamos una idea de la Misión que pudiera reflejar la mente teresiana en aquel contexto francés del s. XIX: “Salvar almas es ser misionero, es ir a vivir y a trabajar entre las poblaciones que no conocen la revelación de la salvación que les ha merecido Jesucristo, conducirles a aprovecharse de la Sangre redentora, enseñarles las verdades de la fe, ayudarles a entrar en la Iglesia universal. Es también unirse simplemente por la oración a la multitud de los que ignorar a Cristo y a traerles a Él” .
El Concilio Vaticano II definió la actividad misionera en estos términos: “El fin propio es la evangelización e implantación de la Iglesia en los pueblos o grupos humanos en los que todavía no está enraizada” . La consecuencia práctica, general para todos los cristianos, la encontramos en este planteamiento e interrogativo de Pablo VI: “No será inútil que cada cristiano y cada evangelizador examinen en profundidad, en la oración, este pensamiento: los hombres podrán salvarse por otros caminos, gracias a la misericordia de Dios, si nosotros les anunciamos el Evangelio. Pero, ¿podremos salvarnos nosotros si por negligencia, por miedo, por vergüenza –lo que San Pablo llama avergonzarse del Evangelio (Rm 1, 16)- o por ideas falsas omitimos de anunciarlo?”
El mismo Papa Montini había descrito la evangelización en estos términos la tarea de la evangelización: “Es, ante todo, testimoniar de modo sencillo y directo al Dios revelado por Jesucristo en el Espíritu Santo. Testimoniar que en su Hijo ha amado el mundo: que en su Verbo Encarnado ha dado el ser a todas las cosas y ha llamado a los hombres a la vida eterna” .
En su encíclica misionera “Redemptoris missio” el Papa Juan Pablo II describe así el servicio misionero: “Deber ser un ‘contemplativo en acción’. La respuesta a los problemas él la encuentra a la luz de la palabra divina y en la oración personal y comunitaria. El contacto con las tradiciones espirituales no cristianas, especialmente de Asia, me ha confirmado que el futuro de la Misión depende en gran parte de la contemplación. Si el misionero no es un contemplativo no puede anunciar a Cristo de un modo creíble” .
Además de cuanto añade al respecto Juan Pablo II, los contenidos o modos de evangelización de la Iglesia se pueden resumir en estos puntos: 1) La simple presencia y testimonio de la vida cristiana; 2) la promoción humana; la liturgia y la oración; 4) el diálogo interreligioso; 5) el anuncio explícito del Evangelio y del catecismo .
Con esta conciencia Teresita fue misionera de por vida. Su nombramiento como Patrona igualándola con San Francisco Javier no fue por una coincidencia eclesial, frecuente en la historia, de expresar mejor entre dos, como la voz y el eco, una situación, una realidad, un principio. Tenemos el ejemplo de San Pedro y de San Pablo; el primero encarna la autoridad en la Iglesia, mientras que el Apóstol de los gentiles manifiesta su dimensión carismática. En el caso de San Basilio el Grande y San Gregorio Nacianceno, obispos y doctores de la Iglesia, el primero se impuso por sus cualidades de jefe y espíritu organizador, llegando a ser el legislador de los monjes de Oriente, mientras el segundo era un contemplativo y un poeta. Conocemos el caso de los santos Cirilo y Metodio.
Tampoco se pueden aludir razones de complementariedad, como hacemos con San Benito y con Santa Escolástica, con San Francisco y Santa Clara, con Santa Teresa y San Juan de la Cruz.
Por razones propias, personales, por la riqueza de su carisma, porque encarna –ya lo hemos dicho- el principio de una vida de oración por los trabajadores de la mies evangélica Santa Teresa del Niño Jesús es Patrona de las Misiones.

2.- Vocación y carisma

Su patria francesa conocía una efervescencia misionera . A partir de 1850 asistimos a la aparición de un importante número de Institutos misioneros. En 1890 de tres misioneros en el mundo dos eran franceses. En Francia habían nacido las Obras Misionales Pontificias de la Propagación de la Fe, de la Santa Infancia. Particularmente la zona de la Normandía se distinguía por su vinculación con el Oriente . El protomártir Carmelita B. Dionisio de la Natividad (1600-1638) era nativo de Honfleur . Mons. Lambert de la Motte, cofundador de la Sociedad de las Misioneras Extranjeras de Paris, había nacido en Lisieux en 1624. Conocemos la vinculación de Teresita del N.J. a Théophane Vénard, joven mártir en Tonquin (+ 1861). El Carmelo de Lisieux se adelantó en 1861 a la primera fundación misionera del monasterio de Saigón por iniciativa de un vicario apostólico de Normandía . Los dos hermanos espirituales de la Carmelita lexoviense, Adolphe Roulland y Maurice Bellière, eran también normandos.
Los “Anales de la Propagación de la Fe”, con el suplemento semanal que informaba sobre “el edificante cuadro de las tristezas y de las victorias del apostolado católico”, estaban difundidas en la diócesis. Sabemos que la familia Martin estaba suscrita y que Teresita –ella misma- estaba inscrita desde el 12 de enero de 1885 en la Obra de la Santa Infancia.
La conciencia misionera de la joven Martin se reveló en la “conversión” de la Navidad de 1886. Describiendo esta gracia, escribe: “Como sus apóstoles, yo podía decirle: ‘Señor, he pescado toda la noche sin conseguir nada’ […] El hizo de mí un pescador de almas, sentí un gran deseo de trabajar en la conversión de los pecadores, deseo que anteriormente nunca lo había sentido así…” Meses más tarde, en julio de 1887, se verá confirmada en su vocación. Sucedió en la catedral de Lisieux. “Un domingo que contemplaba una estampa de Nuestro Señor en la Cruz, quedé impresionada por la sangre que caía de una de sus manos divinas; experimenté una grande pena pensando en la sangre que caía en tierra sin que nadie se apresurara a recogerla; y resolví de permanecer espiritualmente en pie al pie de la Cruz para recibir el rocío divino que manaba, comprendiendo que después tenía que versarla sobre las almas […] Quería dar de beber a mi Bien Amado y me sentía yo misma devorada por la sed de almas […] Todavía no eran las almas de los sacerdotes que me atraían, sino la de los grandes pecadores…”
El caso concreto se presentó con la condena a muerte del homicida Pranzini, su “primer hijo” . Su comentario muestra la madurez que adquirió con esta ”gracia única”, porque a partir de aquí “mi deseo de salvar almas creció de día en día” . Pranzini será su primero “hijo” de la multitud que han seguido después en el mundo y en la historia. Con este ambiente caldeado emprendió su viaje a Italia. Y de ese momento su hermana Celina relata el siguiente recuerdo. Tras haber leído algunas páginas de los Anales de las Religiosas Misioneras, manifestó Teresita: “No quiero seguir leyendo. ¡Tengo ya un deseo tan vehemente de ser misionera! […] Quiero ser Carmelita“. Celina añade todavía el comentario de que su santa hermana aspiraba al Carmelo “para sufrir más y por este medio salvar más almas” .
Ya en el Carmelo, entendió su vocación como misionera desde la contemplación. “Lo que venía a realizar en el Carmelo, lo declaré a los pies de Jesús-Hostia, en el examen que precedió a mi profesión: “He venido al Carmelo para salvar almas y, sobre todo, para rogar por los sacerdotes. Cuando se desea un fin, hay que emplear los medios necesarios para alcanzarlo. Jesús me hizo comprender que las almas me las daría por medio de la cruz” . En el billete que compuso para ese día, 8 de septiembre de 1890, pidió a Jesús: “Que yo salve muchas almas…” Para evitar todo posible equívoco podrá escribir más tarde: “No es para vivir con mis hermanas que vine al Carmelo” . Hacia el final de su vida (19.03.1897) añadirá que quiere salvar almas “incluso después de mi muerte” . El principio de su vida carmelitana fue constante: “Es por la oración y el sacrificio que se puede ayudar a los misioneros” .
Lo admirable en este caso es que la atracción misionera no aparece en ella como una disposición preferencial de su persona, sino en razón de su vocación carmelitana. “Quiero ser hija de la Iglesia, como lo fue nuestra Madre Santa Teresa, y pedir por las intenciones de nuestro Santo Padre el Papa, sabiendo que sus intenciones abrazan el universo. He aquí la finalidad general de mi vida” . Es una clara referencia a ideas de la Madre Teresa, manifestadas con tanta vehemencia en sus Escritos, como V 32, 6; F 1, 7; C 3, 10. Hasta en la preferencia de poder salvar una sola alma a permanecer en el purgatorio se muestra en sintonía cordial con Teresa de Jesús (cf. C 3, 6) . Celina recordará en sus “Consejos y Recuerdos” que Teresita quiso ser fotografiada en junio de 1897 con el texto de Santa Teresa de Jesús en sus manos: “Por librar una sola [alma] pasaría yo muchas muertes de muy buena gana” (V 32, 6; cfr. también 6M 6, 4) .
En nombre de Santa Teresa de Ávila, en nombre de su mejor tradición, Teresa de Lisieux se siente misionera como monja Carmelita. La expresión desciende más de una vez a su pluma. “Una Carmelita que no fuera apóstol se alejaría de la finalidad de su vocación y cesaría de ser hija de la Seráfica Santa Teresa, que deseaba dar mil vidas para salvar una sola alma” . Una tal afirmación es el eco o la resonancia del espíritu que la Fundadora inculcó a las Carmelitas. Así Teresita concluye su pensamiento: “No pudiendo ser misionera por la acción, he querido serlo por el amor y la penitencia, como Santa Teresa” . En perfecta sintonía teresiana, la joven Carmelita lexoviense se adhiere a la prioridad de la oración contemplativa para la Misión: “¡Qué grande es el poder de la oración! Se diría que es una reina que en todo momento tiene libre acceso ante el rey, pudiendo obtener cuanto ella pide” .
Con estos presupuestos se pueden entender mejor todos sus vigorosos e incendiarios pronunciamientos misionales. En 1895 el Carmelo de Saigón había fundado el monasterio de Hanoi. De allí llega a Lisieux una correspondencia asidua. M. María de Gonzaga busca voluntarias en su comunidad. Teresa del Niño Jesús se ofrece en persona: “He aceptado no sólo el exilio en medio de un pueblo desconocido, sino que –lo que me era mucho más amargo- he aceptado el exilio para mis hermanas […] Madre mía: para vivir en Carmelos extranjeros hace falta (me lo ha dicho Usted) una vocación del todo especial. Muchas almas se creen llamadas sin serlo en realidad. Usted me ha dicho […] que yo tengo esta vocación…” En carta a su hermano espiritual Adolphe Roulland escribe decidida: ”Digo que partiría de buena gana a Tonkin, si Dios se dignase de llamarme”. Precisando más la idea, recalca: “No, no es un sueño y puedo aseguraros que si el buen Jesús no viene pronto a buscarme para el Carmelo del cielo, saldré para [el Carmelo] de Hanoi” . Sólo la agravación de la enfermedad truncó este proyecto. Tras una novena de aclaración al mártir de Indochina Téophane Vénard se impuso la evidencia de la renuncia .
Pero permanece la razón de su vocación misionera y la voluntad de su contribución específica. Ella explica: “El amor atrae al amor…” E inspirándose en el Cantar de los Cantares, escribe y comenta: “Atráeme […] ¿Qué es pedir ser atraídos, si no es unirnos en el modo más íntimo al objeto que llega al corazón? […] Madre amada: he aquí mi oración; pido a Jesús de atraerme a las llamas de su amor, de unirme tan estrechamente a El, que El viva y actúe en mí. Siento que cuanto más el fuego del amor inflame mi corazón, cuanto más diga: Atráeme, tanto más las almas que se acercarán a mí (pobre escoria de hierro inútil, si me alejo del brasero divino) correrán rápidamente al efluvio de los perfumes del Amado, porque un alma inflamada de amor no puede permanecer inactiva…”
Hans Urs von Balthasar ofrece este enjuiciamiento teológico: “Aquí Teresa muestra una actitud que no se puede caracterizar más ni por la noción de contemplación ni de acción. Se encuentra sobre las dos situaciones en una ley única del amor, del que proceden tanto la recepción como la fecundidad, tanto María como Marta. Este punto que trasciende la unidad es el supremo descubrimiento que se concedió a Teresa” .
La relación con sus dos hermanos espirituales acrecentó el espíritu misional por motivaciones más personalizadas. El trato con Maurice Bellière en 1895 le vino –de nuevo- de la mano de Santa Teresa, “como flores que se ofrecen para la fiesta . En mayo del año siguiente fue el turno de Adolphe Roulland, tranquilizada en su turbación de poder encargarse espiritualmente de un segundo hermano sacerdote . La correspondencia epistolar con ellos es todo un género literario de alto contenido en la temática misional .
Llegamos así al centro de la originalidad doctrinal de Santa Teresita, buscando con ardor los dones más perfectos” (1 Cor 12, 31). En esta fase de su vida Teresita entra en un gran desasosiego espiritual. Quiere ser demasiadas cosas a un tiempo. Por fin, encuentra la solución sintetizadora: “En el corazón de la Iglesia, mi Madre, seré el Amor… Así seré todo” . La universalidad de su vocación misionera la plasma en su billete a María de san José: “Estoy encantada con el Niñito (denominación dada a la misma Hermana) … Ah, ¡qué bella es la vocación del Niñito! No es una misión que debe evangelizar, sino todas las misiones” .
En este clima se deben interpretar las atrevidas afirmaciones de las “Ultimas Conversaciones”. Con el trasfondo de la vida podía bien afirmar en su última enfermedad: “Siento que estoy para entrar en el reposo … Pero siento sobre todo que mi misión está para comenzar, mi misión de hacer amar a Dios como yo le amo […] Mi Cielo trascurrirá en la tierra hasta el final del mundo. Sí, quiero pasar mi Cielo a hacer el bien en la tierra […] No puedo ser feliz de gozar, no puedo descansar hasta que se hayan salvado todas las almas” .
Teresa del Niño Jesús permanece Misionera universal hasta el final de los tiempos.

3.- Historia externa. Circunstancias providenciales

Aparte los méritos propios, para que Santa Teresita fuera proclamada Patrona de las Misiones intervinieron providencialmente algunas personas en un momento oportuno. Antes del decreto pontificio surgió el movimiento de la base en el campo misionero. Hablemos primero de las personas.

a) Misioneros OMI, esquimales y otros devotos del Canadá

En vida del fundador, San Eugène de Mazenod, los Oblatos de María Inmaculada fueron requeridos para prestar su servicio evangelizador en Canadá. Los primeros seis misioneros llegaron a Montreal en diciembre de 1841. En 1845 entraron al servicio de Mons. Provencher, vicario apostólico de todo el oeste canadiense. Así comenzó aquella epopeya misional, favorecida publicitariamente con los tintes de una literatura romántica, según el gusto de la época, con los desplazamientos misionales en trineos y canoas. En 1859 llegaron al Círculo Polar Ártico, estableciendo el primer contacto con los esquimales. Atraviesan el territorio de Labrador en 1866, y en 1912 comienzan la Misión de la Bahía de Hudson.
En Francia un joven seminarista se entusiasma por la evangelización de los Esquimales. Es el normando Arsène Turquetil (1876-1955). A sus 24 años en 1900 se embarca para el vicariato apostólico de Saskatchewan, Canadá. Atraviesa en canoa el lago Caribou. Tras una caminata de siete días, conducido en trineo, llega a contactar los Esquimales para aprender su lengua. Es una evangelización difícil. El pesimismo ha cundido entre los misioneros. “¡Los Esquimales, los Esquimales!, le dice el superior. Hace más de 30 años que suplico a Dios de enviarles un misionero…”
La hora de gracia para ese pueblo de la Bahía de Hudson había de sonar cuando se creara el vicariato apostólico de Keewatin. Su prelado Mons. Ovide Charlebois (1862-1933) confió al P. Turquetil la tarea de tratar de fundar una Misión en Chesterfield Inlet, en plena zona de esquimales “inuits”. Allí llegó con otros dos compañeros en agosto de 1912. Vivieron una año de completa soledad en aquel desierto de nieve y de hielo, incomunicados del resto del mundo. Tratan de aprender la lengua sin gramática ni diccionario, por la escucha, por la observación y preguntas directas a los nativos. Pero la burla y el sarcasmo son frecuentes en el auditorio. En noviembre de 1913 sobrecoge a todos la noticia del martirio de dos misioneros Oblatos en el vecino vicariato. Mons. Charlebois se decide a suprimir la Misión, que se manifiesta estéril y sin futuro.
En ese momento llega el correo anual de Europa, de la diócesis normanda de Bayeux, concretamente de Lisieux. El contenido es una vida abreviada de la Hª Teresa del Niño Jesús y saquitos de polvo de su ataúd con motivo de la exhumación de sus restos mortales . ¿Una santa de su Normandía natal, que haya prometido ayudar a los misioneros y mantiene la promesa? Se quiere probar una estrategia. Perece un infantilismo, pero pertenece a la historia. Es la prueba de que se actuó con fe, y la gran taumaturga de aquellos tiempos respondió a la esperanza.
“Mañana por la mañana – dice el P.Turquetil al Hº Girard- vamos a tentar el golpe. Cuando los Esquimales estén reunidos en la sala para escuchar el gramófono, yo les haré una catequesis en regla. Mientras yo les hable, Usted invocará a Teresita; abrirá estos saquitos y discretamente versará su contenido sobre las cabezas de mis oyentes”. Al día siguiente, sin más tardanza, llega la sorpresa. El brujo de Chesterfield, el mayor enemigo de la Misión, pide el bautismo, añadiendo decidido: “Vendré aquí todos los días; haré todo lo que me digas, porque no quiero ir al infierno…”
Su conversión ha arrastrado a tantos otros esquimales a disponerse al bautismo. El 2 de julio de 1917 se llega al bautizo de doce esquimales. Los neófitos muestran una gran fervor eucarístico. Admirados y agradecidos, los misioneros reconocen el milagro que ha obrado la normanda Teresita. En visita a la Misión de Chesterfield durante el año 1923 Mons. Ovide Charlebois, que años atrás quiso suprimir la Misión, decide la creación de otros puestos misioneros. En Pointe-aux-Esquimaux se levantará la primera iglesia en honor de la B. Teresa del Niño Jesús.
El 17 de mayo de 1925 el P. Arsène Turquetil regresa al Canadá de su visita en Francia. Dos meses más tarde, el 15 de julio, se le nombra primer prefecto apostólico de la Bahía de Hudson. La nueva circunscripción misional queda consagrada al patrocinio celeste de la nueva Santa, que amaba la nieve y prometió pasar su cielo haciendo bien en la tierra. Su estatua en la capilla es una atracción para los Esquimales. Bajo la impulsión del nuevo prelado se abren cuatro nuevas estaciones misioneras. Mons. Turquetil inaugura el hospital “Santa Teresita” en Chesterfield, el primero del Grande Norte, instala la calefacción y otras comodidades de la civilización. La evolución de la zona sorprende a la Congregación de Propaganda Fide, que en julio de 1931 eleva la Misión a la categoría de Vicariato Apostólico confiriendo el 23 de febrero de 1932 la consagración episcopal a Mons. Turquetil. Su celeste patrona le salva de peligros de travesías difíciles, le ayuda manifiestamente en el desarrollo de la Misión .
El relato parece, cuanto menos, extraordinariamente carismático. Pero queda atestado por los hechos. Con todo, antes todavía han de suceder otras cosas de importancia que nos interesan más directamente.
Un laico canadiense, el Sr. Paul Lionel Bernard (1889-1965), fue une teresianista entusiasta de la primera hora . Ya en 1910 estableció una relación asidua con el Carmelo de Lisieux, que la mantuvo de por vida ocupándose en 1957 de la beatificación de los padres de Santa Teresita. En 1917 se había hecho portavoz nacional, pidiendo a Benedicto XV la pronta beatificación de la taumaturga Carmelita. Consiguió presentar al Papa en 12 volúmenes varios miles de firmas con esta petición. En 1925 fue el promotor de un informe firmado por los obispos canadienses sobre la excepcional “lluvia de rosas” de gracias, de curaciones, de súplicas escuchadas, de intervenciones celestes en ese país septentrional de América. Pío XI lo examinó el informe con complacencia.
Santa Teresa del Niño Jesús, ¿será proclamada Patrona de las Misiones del Canadá? Interviene ahora Mons. Charlebois con su fe y con su experiencia teresiana evidenciadas en el caso del P. Turquetil. Siempre con la colaboración del señor Paul Lionel Bernard, el llamado “obispo polar” en el mes de la canonización “de la santa más grande de los tiempos modernos”, mayo de 1925, comunica su idea a algunos vicarios apostólicos del Canadá, y obtiene doce firmas de adhesión. En marzo de 1926 se le presenta al Papa. Surge una pregunta en la curia romana. El cardenal Van Rossum, prefecto de Propaganda, se interroga si la súplica canadiense se refiere sólo a las Misiones de aquel país o a las Misiones del mundo entero. En esta segunda hipótesis habría que consultar al episcopado misionero del mundo.
Puesto a la obra, para marzo de 1927 Mons. Charlebois había recibido ya 232 respuestas adhesivas. Algunas cartas contenían relatos entusiastas, porque también otros vicarios apostólicos en el mundo habían experimentado signos patentes de la intercesión de la santa Carmelita de Lisieux. La publicación “Pluie de Roses” los relata por centenares . María de la Encarnación, ursulina de Trois-Rivières y grande amiga de la M. Inés de Jesús, encuaderna el pliego de las adhesiones, prepara un álbum cuidadoso que el 14 de octubre de 1927 se entregó a Pío XI. El Papa Ratti lo examina con admiración. Pero las Congregaciones de Ritos y de Propaganda Fide se muestran contrarias al posible título de Patrona de las Misiones. El Papa insiste en que se considere bien el asunto. Su observación inclinó a la Congregación de Ritos a preparar el decreto por el que el 14 de diciembre de 1927 Santa Teresa del Niño Jesús venía proclamada Patrona universal de las Misiones.
En admirable síntesis Mons. Charlebois podía escribir al Carmelo de Lisieux: “No hay que atribuirme todo el mérito. Admito haber sugerido la idea y de haber prestado mi nombre; por el resto, hay que tener en cuenta a algunos que se han dedicado de modo admirable a esta cara causa, y a las oraciones de Ustedes. Pero, sobre todo, ha sido nuestra buena Santita, que de lo alto del cielo arrojaba sus rosas de éxito sobre todos nuestros pasos. Era ella que deseaba de corazón ser Patrona de los misioneros que tanto amó y por los que tanto sufrió” .

b) El Papa de las Misiones Pío XI

Hemos aludido a su intervención. El Papa de las Misiones asumió el gesto en su tiempo innovador y atrevido de nombrar como Patrona de las Misiones a la Santa que había declarado como “estrella de su pontificado” . Para evitar cualquier equívoco de que el título fuese más secundario y modesto se dice en el decreto que la santa Carmelita de Lisieux es Patrona “al igual que San Francisco Javier”.
El nombramiento no fue fruto de un impulso de su devoción personal. El Papa Ratti consideró la situación de la Iglesia en aquel momento. En este contexto Santa Teresa del Niño Jesús representaba o encarnaba con la mejor proyección la enseñanza papal. Ella se encontraba en el ápice de su “huracán de gloria”. Después de la Biblia, la “Historia de un alma” era la lectura preferida en los ambientes religiosos. “De la mano de Teresa –se ha escrito- la vida contemplativa recibía así una hermosa confirmación de su carácter apostólico, y ella misma se convertía en un lugar de referencia para los misioneros y misioneras” .
El 28 de febrero de 1928 firmó su encíclica misional “Rerum Ecclesiae” . El documento papal llegaba todavía como un fulgor del año santo de 1925, de la exposición misional vaticana, de la creación del museo misional, de la canonización de Santa Teresita y de su nombramiento como patrona de la Obra Misional Pontificia de San Pedro Apóstol, … Ampliando este último recuerdo, presenta a la Santa “como quien, mientras vivía aquí abajo su vida claustral, tomaba bajo su cuidado y, por decirlo así, adoptaba uno u otro misionero para ayudarlo, como lo hacía, con las oraciones, con las voluntarias o prescritas penitencias y, sobre todo, ofreciendo al Divino Esposo los vehementes espasmos de la enfermedad”. Y añade concluyendo su convicción: “Bajo los auspicios de la Virgen de Lisieux, esperamos los frutos más abundantes”.
El trasfondo de Santa Teresita impregna esta encíclica papal. En ella el Papa había ratificado la importancia de la oración. Por eso decía a los misioneros: “La estima en la que tenemos la vida contemplativa no necesita de pruebas […], porque hombres viviendo en la soledad atraerán sobre vosotros y sobre vuestros trabajos una inestimable abundancia de gracias” .
El Papa de las Misiones proponía un esforzado impulso misional, basado en la oración y en el sacrificio. Era el fundamento de la expansión misionera, que ayudara a la mejora de la calidad espiritual del clero, que motivara a los cristianos en el compromiso general por el éxito de la obra misionera en el mundo.
A la idea de inculcar la creación del clero indígena, como en la “Maximum illud” de Benedicto XV, Pío XI añadía ahora la propuesta de crear institutos religiosos en los territorios misionales. Desarrollando esta idea, llega la propuesta: “ Con cuánta estima apreciamos la vida contemplativa hace fe la Constitución Apostólica [“Umbratilem”], con la que aprobamos […] la Regla de los Cartujos. También Nosotros mismos exhortamos vivamente a los superiores mayores de tales Órdenes contemplativas […] a que, mediante fundaciones de conventos, importen y difundan la forma austera de vida contemplativa”. Saliendo al paso de posibles prejuicios seculares, Pío XI asegura: “No se ha de temer que estos monjes no encuentren terreno propicio en vosotros, mientras los habitantes, especialmente de algunas regiones, aunque paganos en su mayoría, por naturaleza tienden a la soledad, a la oración y a la contemplación” .
Es la novedad de la encíclica. El testimonio de Santa Teresita plasmaba en su persona este ideal del Papa. En este año y en este clima eclesial-misionero de 1926 está en elaboración la propuesta, inicialmente canadiense, de proponerla como Patrona de las Misiones. En diciembre del año siguiente se llegó a formalizar con rescripto pontificio este deseo y este ideal. Con renovado y concreto vigor el Papa de las Misiones recordó a la Iglesia la prioridad de la oración en la tarea de la evangelización. Santa Teresita era el modelo encarnado de tal doctrina.
En la misma línea y con los mismos objetivos Teresa del Niño Jesús fue nombrada todavía bajo Pío XI Patrona del seminario “Russicum” de Roma (1928), de la Delegación Apostólica de Méjico (1929) en un tiempo de especial dificultad, de la Unión Sacerdotal de Lisieux (1929), de la Juventud Obrera Cristiana (1932), …

Conclusión

El Concilio Vaticano II nos recuerda: “Todos los fieles, como miembros de Cristo vivo, incorporados y asemejados a El por el bautismo, por la confirmación y por la eucaristía, tienen el deber de cooperar a la expansión y dilatación de su Cuerpo, para llevarlo cuanto antes a la plenitud (cfr. Eph 4, 13) . El deber incumbe a todos. Se comprende fácilmente la actividad, la prestación social o caritativa de la Misión. Más sutil de evidenciar, aunque sea de fundamento bíblico, es el inculcar la oración. Se requiere más esfuerzo, más catequesis. En la mente de Pío XI Santa Teresa de Lisieux ofrece testimonio plástico y estímulo atrayente en este sentido. Por eso lo valorizó como ejemplo catalizador.
La vibración misionera de Santa Teresita tiene intensas connotaciones de originalidad. Está convencida de que su entrega a las Misiones en tal grado es obra de Dios. “¡Qué misericordioso es el camino por el que Dios me ha conducido siempre. Nunca me hace desear algo sin que me lo conceda” . Y en carta del 13 de julio de 1897 a Maurice Bellière, subraya la convicción: “Siempre me ha hecho desear lo que El quiere darme…” En esta dinámica misional Teresa parece inspirada y sostenida por el principio de San Juan de la Cruz: “Cuanto más espera el alma, tanto más alcanza” .
Evoquemos también su comprensión por las personas alejadas de Señor, sea por ignorancia, sea por rechazo. Su gran prueba de la fe le aclaró el problema de la increencia: ” Señor, vuestra hija ha comprendido vuestra divina iluminación. Os pido perdón por sus hermanos. Se resigna a comer, por el tiempo que vos tengáis a bien, el pan del dolor, y no quiere levantarse de esta mesa llena de amargura, donde comen los pobres pecadores, hasta que llegue el día por vos señalado […] Pero, ¿acaso no puede ella también decir en su nombre, en nombre de sus hermanos: ‘Tened piedad de nosotros, Señor, porque somos unos pobres pecadores? ¡O, Señor, despedidnos justificados! Que todos esos que no están iluminados por la antorcha de la fe la vean, por fin, brillar” . Conoció un caso entre sus propios familiares: “He ofrecido mis pruebas interiores contra la fe, principalmente, por una persona, ligada a nuestra familia, que no tiene fe” . Teresa es un alma que trasciende el claustro y aboga por los incrédulos.
El deseo tan ardiente, como lo hemos recordado, de partir –si fuera posible- al Carmelo de Tonkin le ayudó a comprender que Lisieux no la podía encerrar en un ambiente sin horizonte o, al menos, con horizontes reducidos. Le ayudó a “crecer en su alma”, a dilatar la mirada y el concepto de Misión. Esta preocupación aparece ya en ella antes de su ingreso en el Carmelo. Es una de las conclusiones de su viaje a Italia. En este contexto anota esta reflexión: “¡Qué hermosa es la vocación que tiene por finalidad conservar la sal de la tierra! Esta es la vocación del Carmelo, puesto que la única finalidad de nuestras oraciones y sacrificios es la de ser apóstol de apóstoles, orando por ellos mientras evangelizan las almas con la palabra y, sobre todo, con su ejemplo” .
Ya en el Carmelo, Teresita explica así la Misión a su hermana Celina en carta del 15 de agosto de 1892: “Pensaba un día en lo que podría hacer para salvar amas; un pasaje del Evangelio me dio una viva luz. En otra ocasión Jesús decía a sus discípulos, mostrándoles los campos de mieses maduras: ‘Levantad los ojos y ved cómo los campos están ya lo bastante blancos como para ser segados” (Jn 4, 35). Un poco más tarde añade: “En verdad, la mies es abundante, pero el número de obreros es reducido; pedid, pues, al dueño de la mies que envíe obreros’. ¡Qué misterio! ¿No es Jesús omnipotente? ¿No son las criaturas de quien las ha hecho? ¿Por qué, pues, Jesús dice: ‘Pedid al dueño que envíe operarios’? ¿Por qué? ¡Ah! Es que Jesús siente por nosotras un amor tan incomprensible, que quiere que tengamos parte con él en la salvación de las almas, redimidas, como ella, al precio de toda su sangre”.
Llega a la conclusión: “Nuestra vocación no es ir a segar en los campos de las mieses maduras; Jesús no nos dice: ‘Bajad los ojos, mirad los campos e id a segar’. Nuestra misión es más sublime todavía. He aquí las palabras de Jesús: ‘Levantad los ojos y ved. Ved cómo en el cielo hay sitios vacíos, os toca a vosotras llenarlos. Vosotras sois mi Moisés orante en la montaña; pedidme obreros, y yo los enviaré. ¡No espero más que una oración, un suspiro de vuestro corazón! El apostolado de la oración, ¿no es, por decirlo así, más elevado que el de la palabra? Nuestra misión, como Carmelitas, es la de formar obreros evangélicos que salven millones de almas, cuyas madres seremos…”
Este es, en conclusión, el pensamiento misional de Santa Teresita: concreto, atrayente, evocador. “Millones de almas, de las que seremos madres…” Esta es también su misión póstuma como Patrona de las Misiones: difundir el camino de la infancia espiritual ante Dios-Padre en un mundo autosuficiente que prescinde del Creador. Recordemos su propia palabra: “Mi caminito es todo de confianza y de amor” . Otra tarea suya es la de ser madre de los misioneros. Su carteo antológico con los dos hermanos espirituales es la mejor prueba de su maternidad misional. Con ellos se mostró hermana mayor, hermana experimentada, hermana pedagoga: madre intercesora.

1 AAS 20 (1927) 147-148; AOCD 2 (1927) 200.
2 Benedicto XV en la encíclica “Maximum illud” (1919) lo considera como “digno de ser comparado con los apóstoles” (nº 7).
3 En otro orden de ideas, es interesante recordar que Santa Teresita se encomendó al santo misionero navarro con mucha confianza por la llamada “novena de la gracia” (4-12 de marzo de 1897) para obtener de él pasar su cielo haciendo bien en la tierra. La misma gracia había solicitado de San José en la misma ocasión, según testimonio de su hermana María del Sdo. Corazón. Cfr. Correspondance Générale II, Paris 1973, p. 966, nota k.
4 Luciniano Luis Luis, “Javier y Teresita: Dos místicos Patronos de las Misiones”, in Monte Carmelo 115 (Burgos 2007) 88.
5 LT 220.
6 Ms C 34 rº.
7 20 (1921), p. 1.
8 Ibid., p. 27-27.
9 AAS 18 72-73.
10 Georges Gourée, Femmes au coeur du feu. Edit. La Combe, Paris 1956, p. 20. Ya « alma » en sentido bíblico recapitula la persona humana toda entera, designándola por la parte más espiritual. Cfr. Catecismo de la Iglesia Católica, nº 363.
11 AG 6.
12 EN 80.
13 Ibid., 26.
14 RM 91.
15 Texto del Secretariado Pontificio para los no creyentes. Roma 1984.
16 Stéphane-Marie Morgain, Le mouvement missionnaire en Europe dans la seconde moitié du 19ème siècle : l’exemple de la France, en «Thérèse de Lisieux et les Missions. Mission et Contemplations». Edit Carmel-Afrique, Kinshasa 1996, pp. 47-61 ; Christian Sorrel, Le contexte missionnaire en France au XIXè siècle, in VT187 (Lisieux 2007), 211-226.
17 Pierre André Picard, Le climat missionnaire du diocèse de Lisieux à l’époque de Thérèse, en Vie Thérésienne 39 (1999) 7-21.
18 Marie-Anne Loriot-Henri Sale, Pierre Berthelot, en Thérèse de Lisieux 873 (janvier 2007) 2-5.
19 Gérard Moussay, Mgr Lefebvre (1810-1865) et les Carmélites en Cochinchine, en Thérèse de Lisieux 876 (avril 2007) 2-3 ; Guy Gaucher, La fondation des Carmels de Saïgon et d’Hanoï par le Carmel de Lisieux, in VT 187 (Lisieux 2007) 227-245.
20 Ms A, 45 vº.
21 Ms A, 45 vº.

22 Ibid. 46 vº
23 Ibid., 46 rº-47 rº.
24 Consejos y Recuerdos. Burgos 1953, p. 131.
25 Ms A, 69 vº.
26 Or 2.
27 Ms C, 8 vº.
28 LT 221.
29 Ms C, 32 rº.
30 Ibid., 33 vº.
31 LT 221.
32 Consejos y Recuerdos, … p. 130; François de Ste Marie, Vrai visage … II, p. 71.
33 LT 198.
34 LT 189. Por encontrarnos en el centenario de la muerte de la B. Isabel de la Trinidad será oportuno recordar que nuestra mística hermana de Dijon tuvo el mismo reflejo de sentirse misionera o apóstol en nombre de Teresa, la Madre. “Pida a nuestra seráfica Madre santa Teresa; amó tanto y murió de amoer. Pídale su pasión por Dios y por las almas. La carmelita debe ser apóstol: toda su oración y sus sacrificios tienden a eso” (Carta 136, a Germana de Gemeaux).- “Nuestra santa Madre quiere que sus hijas sean todo apostólicas” (Carta 179, a Germana de Gemeaux).- “Como verdadera hija de santa Teresa, deseo ser “apóstol” para dar la mayor alegría a Aquél que amo. Como nuestra santa Madre, pienso que me ha dejado en la tierra para celar su honor, como verdadera esposa” (Carta 276, a la joven Carmelita lexoviense se adhiere a la prioridad de la oración contemplativa para la Misión: “¡Qué grande es el poder de la oración! Se diría que es una reina que en todo momento tiene libre acceso ante el rey, pudiendo obtener cuanto ella pide” .
Madre, pienso que me ha dejado en la tierra para celar su honor, como verdadera esposa” (Carta 276, a la señora Hallo).- “Apóstol y carmelita: es lo mismo” (Carta 124, al abate Beaubis).
35 Ms C, 25 rº. Cfr. también Ms A, 35 rº y 76 vº.
36 Ms C, 9 vº.-10 rº.
37 LT 221.
38 Ultimas Conversaciones, 27.05.1897.
39 Ms C 35 rº.
40 Ibid., 35 vº-36 rº.
41 Histoire d’une Mission. Apostolat des Editions, 1973, p. 277.
42 Ms C, 31 vº.
43 Ibid., 33 rº.
44 El tema causa seducción y ha sido estudiado frecuentemente. Entre otros, véase David Molina, “Teresa de Lisieux a los misioneros”, en AA.VV., Teresa de Lisieux, Profeta de Dios, Doctora de la Iglesia. Salamanca 1999, pp. 707-724.
45 Ms B 3 vº.
46 LT 194.
47 Ultimas Conversaciones, 17-07-1897. La idea viene también expresada en carta a A. Roulland: “Cuento con no estar inactiva en el Cielo: mi deseo es de trabajar todavía por la Iglesia y por las almas” (LT 254) . Durante su última enfermedad volvió repetidas veces a expresar esta convicción: “Dios no me daría deseo de hacer el bien en la tierra después de mi muerte, si no quisiera realizarlo; me daría, más bien, el deseo de descansar en Él” (UC 18,07,1897). Semanas más tarde se expresaba así: “Mientras estás entre hierros, no puedes cumplir tu misión; pero más tarde, después de tu muerte, llegará la hora de tus trabajos y de tus conquistas” (UC 10,08,1897).
48 Fra Henri-Marie, Monseigneur Turquetil et Ste Thérèse au pays esquimau, en Les Annales de Ste Thérèse de Lisieux. 1932, p. 133.
49 La primera exhumación en vistas al proceso canónico de la beatificación tuvo lugar el 6 de septiembre de 1910 y la segunda el 9-10 de agosto de 1917.
50 Les Annales…, p. 136.
51 Dominique Menvielle, « L’épopée blanche. Un normand contemporain de Thérèse Martin, apôtre des indiens et des esquimaux », en Thérèse de Lisieux, 875 (mars 2007) pp. 2-6.
52 Cfr. Les Annales de Ste Thérèse de Lisieux, 1966/2, p. 23 ; Stéphane Piat, « Un chevalier servant de la gloire thérésienne, Paul Lionel Bernard», en Les Annales… 1966/10, pp. 4-6.
53 De 1913 a 1925 se habían publicado siete volúmenes, con un total de 3. 750 páginas.
54 Les Annales …, 1928, p. 88
55Carlo Confalonieri, Pio XI visto da vicino, Torino 1957, p. 310; Marie-Thérèse Desouche, Le pape Pie XI et Thérèse de l’Enfant Jésus, in Bulletin de Littérature Ecclésiastique CVIII/3 (Toulouse 2007) 359-380. La vinculación de este Papa a Santa Teresita queda plasmada en el vistoso mosaico teresiano que acompaña el sueño de los muertos de Pío XI en su mausoleo de la cripta vaticana de Roma.
56 David Molina, “Teresa de Lisieux a los misioneros”, en AA. VV., Teresa de Lisieux, Profeta de Dios, Doctora de la Iglesia.Salamanca 1999, p. 708.
57 AAS 18 (1927) 65-83; AOCD I (1926) 8-19.
58 Encíclica “Rerum Ecclesiae”, nº 41.
59 Nº 106-112.
60 AG 36.
61 Ms A 71 rº.
62 LT 253.
63 3S 7, 2.
64 MS C 6 rº.
65 UC, 2-09-1897. Se refería a René Tostain, esposo de Margarita María Maudelonde, sobrina de Celina Guérin.
66 Ms A, 56 rº.
67 LT 135.
68 LT 226.

10 RAZONES PARA CREER EN LA RESURRECCION


10 RAZONES PARA CREER EN LA RESURRECCION

Artículos Cristianos
10 razones para creer en la resurrección de Cristo

1.Una ejecución pública aseguró su muerte.- Durante la fiesta judía de la Pascua, Jesús fue arrastrado por una multitud airada a una corte judicial romana. Mientras se encontraba ante Pilato, el gobernador de Judea, los líderes religiosos acusaron a Jesús de proclamarse a Sí mismo rey de los judíos. La multitud demandó que lo mataran. Jesús fue golpeado, azotado y sentenciado a la ejecución pública.

En una loma en las afueras de Jerusalén lo crucificaron en medio de dos criminales. Tanto sus amigos, con el corazón destrozado, como sus burlones enemigos, lo vieron morir lentamente. Como se acercaba el día de reposo, enviaron soldados romanos a terminar la ejecución. Para que los malhechores murieran más rápido, les rompieron las piernas. Pero cuando fueron a Jesús no le rompieron las piernas porque por experiencia sabían que ya estaba muerto. Sin embargo, como última precaución lo clavaron en el costado. Habría que darle mucho más que primeros auxilios para que volviera a causarles problemas.

2. Un alto oficial se encargó de la seguridad de la tumba.- Al otro día, los líderes religiosos se volvieron a reunir con Pilato. Dijeron que Jesús había predicho que resucitaría en tres días. Para asegurarse de que los discípulos no conspiraran y engañaran a todos diciendo que había resucitado, Pilato ordenó que se pusiera el sello oficial de Roma a la tumba, para que los ladrones de tumbas se mantuvieran alejados.

Además, para que se cumplieran esas órdenes, se puso una guardia a cuidar de la tumba. Cualquier discípulo que tratara de mover el cuerpo hubiera tenido que pasar por en medio de los guardias, lo cual no hubiera sido fácil. Los guardias romanos tenían buenas razones para mantenerse alertas, ya que la pena por dormirse durante la guardia era la muerte.

3. A pesar de los guardias, encontraron la tumba vacía.- La mañana siguiente al día de reposo, algunos de los seguidores de Jesús fueron a la tumba para ungir su cuerpo. Pero cuando llegaron, se sorprendieron de lo que encontraron. La peña gigantesca que cubría la tumba había sido removida, y el cuerpo de Jesús no estaba adentro. Cuando se corrió la voz, dos discípulos se apresuraron a ir a la tumba. Estaba vacía, a excepción de las envolturas de Jesús, que estaban dobladas nítidamente en su lugar.

Mientras tanto, algunos de los guardias habían ido a Jerusalén para decir a los oficiales judíos que se habían desmayado ante la presencia de un ser sobrenatural que quitó la piedra. Y cuando despertaron, la tumba estaba vacía. Los oficiales pagaron a los guardas una gran suma de dinero para que mintieran diciendo que los discípulos se habían robado el cuerpo mientras ellos dormían. Aseguraron a los guardas que si el informe del cuerpo perdido llegaba a oídos del gobernador, intercederían a favor de ellos.

4. Muchas personas dijeron haberlo visto vivo.- Cerca del año 55 d.C., el apóstol Pablo escribió que el Cristo resucitado había sido visto por Pedro, los doce apóstoles, más de 500 personas (muchas de las cuales todavía vivían cuando se escribió la carta), Jacobo y él mismo 1 Corintios 15:5-8). Al hacer una aseveración tan pública, dio a sus críticos la oportunidad de verificar sus afirmaciones por sí mismos. Además, el Nuevo Testamento comienza su historia de los seguidores de Cristo diciendo que Jesús «después de haber padecido, se presentó vivo con muchas pruebas indubitables, apareciéndoseles [a los apóstoles] durante cuarenta días y hablándoles acerca del reino de Dios» Hechos 1:3).

5. Sus apóstoles cambiaron de forma dramática.- Cuando uno de los hombres más cercanos a Cristo lo abandonó y lo traicionó, los otros apóstoles corrieron para salvar sus vidas. Hasta Pedro, quien antes había insistido en estar dispuesto a morir por su Maestro, se desalentó e incluso negó conocer a Jesús. Sin embargo, los apóstoles experimentaron un cambio dramático. En unas pocas semanas se encontraban cara a cara ante aquellos que habían crucificado a su líder. Su espíritu era como el hierro.

Se volvieron indomables en su determinación de sacrificar todo por Aquel a quien llamaban Salvador y Señor. Aun después de ser encarcelados, amenazados, y aunque se les prohibió hablar en el nombre de Jesús, los apóstoles dijeron a los líderes judíos: «Es necesario obedecer a Dios antes que a los hombres» Hechos 5:29). Luego de azotarlos por desobedecer las órdenes del consejo judío, estos mismos apóstoles que una vez fueron cobardes «no cesaban de enseñar y predicar a Jesucristo» Hechos 5:42).

6. Los testigos murieron por la verdad.- La historia está llena de mártires. Innumerables hombres y mujeres han muerto por sus creencias. Por esa razón, no es tan significativo señalar que los discípulos estuvieron dispuestos a sufrir y a morir por su fe. Sin embargo, sí es significativo que aunque muchos mueren por defender lo que para ellos es cierto, pocos, si acaso, están dispuestos a morir por algo que saben es una mentira.

Ese hecho psicológico es importante porque los discípulos de Cristo no murieron por creencias profundamente arraigadas sobre las cuales pudieran haber estado honestamente equivocados. Murieron por asegurar que habían visto a Jesús vivo y bien luego de Su resurrección. Murieron por asegurar que Jesucristo, no sólo había muerto por sus pecados, sino que se había levantado corporalmente de entre los muertos para demostrar que era muy diferente de cualquier otro líder espiritual que hubiera vivido jamás.

7. Los judíos cambiaron su día de adoración.- El día de reposo y adoración era un elemento básico de la forma de vida judía. Cualquier judío que no honrara el día de reposo era culpable de violar la ley de Moisés. Sin embargo, los judíos seguidores de Cristo comenzaron a adorar con los creyentes gentiles en un día nuevo. El primer día de la semana, el día en el que creían que Cristo se había levantado de entre los muertos, reemplazó al sábado o día de reposo judío.

Para un judío, se trataba de un cambio de vida muy importante. El nuevo día, junto con el rito del bautismo característico de la conversión cristiana, declaraban que aquellos que creían que Cristo se había levantado de entre los muertos estaban listos para algo más profundo que un reavivamiento del judaísmo. Creían que la muerte y resurrección de Cristo habían abierto el camino hacia una nueva relación con Dios. El nuevo camino no estaba basado en la ley sino en la ayuda de un Salvador resucitado que llevó sus pecados y les dio nueva vida.

8. Aunque inesperado, fue profetizado claramente.- Los discípulos fueron tomados por sorpresa. Esperaban que su Mesías restaurara el reino de Israel. Sus mentes estaban tan fijas en la venida de un reino político mesiánico que no esperaban los eventos esenciales para la salvación de sus almas. Deben haber pensado que Cristo hablaba en un lenguaje simbólico cuando decía una y otra vez que era necesario que fuera a Jerusalén a morir y a resucitar de entre los muertos. No supieron ver el significado obvio de las palabras de Aquel que hablaba en parábolas hasta mucho después de que todo terminara. En ese proceso, tampoco se fijaron en las predicciones del profeta Isaías de un siervo sufrido que llevaría los pecados de Israel, que sería llevado como cordero al matadero, antes que Dios le concediera vivir «por largos días» Isaías 53:10).

9. Era el clímax apropiado de una vida milagrosa.- Mientras Jesús colgaba de una cruz romana, la muchedumbre de burlaba de Él. Ayudó a otros, pero, ¿podría ayudarse a Sí mismo? ¿Habría llegado súbitamente el fin del milagro? Parecía ser un final inesperado para alguien que comenzó su vida pública convirtiendo agua en vino. Durante los tres años de su ministerio, caminó sobre agua, sanó a los enfermos, abrió los ojos de los ciegos y los oídos de los sordos, soltó la lengua de los mudos, restauró brazos y piernas secas, sacó demonios, calmó una tormenta violenta, y resucitó muertos.

Hizo preguntas que ni aún los sabios supieron responder. Enseñó profundas verdades con las más simples comparaciones. Y confrontó a los hipócritas con palabras que los desenmascararon. Si todo esto fue cierto, ¿por qué ha de sorprendernos que sus enemigos no dijeran la última palabra?

10. Concuerda con la experiencia de los que confían en Él.- El apóstol Pablo escribió: «Y si el Espíritu de aquel que levantó de los muertos a Jesús mora en vosotros, el que levantó de los muertos a Cristo Jesús vivificará también vuestros cuerpos mortales por su Espíritu que mora en vosotros» Romanos 8:11). Esa fue la experiencia de Pablo, cuyo corazón fue transformado de forma dramática por el Cristo resucitado.

También ha sido la experiencia de personas alrededor del mundo que han «muerto» a su vieja manera de vivir para que Cristo pueda vivir Su vida a través de ellos. Este poder espiritual no es evidente en aquellos que tratan de añadir el creer en Cristo a su vieja manera de vivir, sino sólo en aquellos que están dispuestos a «morir» a su vieja vida para permitir que Cristo los gobierne; aquellos que responden a la sobrecogedora evidencia de la resurrección de Cristo reconociendo Su señorío sobre sus corazones.



TONY GARAY

Saturday, March 29, 2008

UNA VISITAL AL MUSEO VATICANO

Esta es una visita al Museo Vaticano lo unico que es una visita on-line.
Espero que la disfruten. Ya yo lo hice. Este es el enlace:

http://mv.vatican.va/4_ES/pages/MV_Home.html

Si no puede entrar haga copy and paste en el browser.

Friday, March 28, 2008

EXAMEN DE CONCIENCIA

El Trabajo de Dios . Apostolado Católico

EXAMEN DE CONCIENCIA
Traducido de: " Brother, save yourself "
by Blessed James Alberione, S.S.P, S.T.D
________________________________________
[1] Yo soy el Señor tu Dios. No tendrás dioses extraños.
• ¿Le doy tiempo al Señor diariamente en oración?
• ¿Busco amarle con todo mi corazón?
• ¿He estado envuelto en prácticas supersticiosas o en algo de ocultismo?
• ¿Busco entregarme a la palabra de Dios como lo enseña la Iglesia?
• ¿He recibido la Sagrada Comunión en estado de pecado mortal?
• ¿He dicho deliberadamente en la confesión alguna mentira o le he omitido algún pecado mortal al sacerdote?
[2] No jurarás el Santo nombre del Señor en vano.
• ¿He usado el nombre del Señor en vano, ligeramente o descuidadamente?
• ¿He estado enojado con Dios?
• ¿Le he deseado maldad a alguna persona?
• ¿He insultado una persona consagrada o he abusado de algún objeto sagrado?
[3] Asistir a misa todos los Domingos y fiestas de guardar.
• ¿He faltado deliberadamente a la misa los Domingos o Dias santos de guardar?
• ¿He tratado de observar el Domingo como un día de la familia y como día de descanso?
• ¿Hago trabajos innecesarios el día Domingo?
[4] Honrar Padre y Madre.
¿Honro y obedezco a mis padres?
• ¿He abandonado mis deberes para con mi esposa y mis hijos?
• ¿Le he dado a mi familia buen ejemplo religioso?
• ¿Trato de traer la paz a mi vida familiar?
• ¿Me preocupo por mis parientes de edad avanzada o enfermos?
[5] No matarás.
• ¿He tenido algún aborto o le he dado coraje a alguien para que lo tenga?
• ¿He herido físicamente a alguien?
• ¿He abusado del alcohol o de las drogas?
• ¿Le di algún escándalo a alguien, y de esa manera le llevé al pecado?
• ¿He estado enojado o resentido?
• ¿He llevado odio en mi corazón?
• Me he hecho alguna mutilación con algún método de esterilización?
• ¿He favorecido o me he puesto a favor de la esterilización?
[6] No cometer adulterio.
• ¿He sido fiel a los votos de mi matrimonio en pensamiento y en acción?
• ¿He tenido alguna actividad sexual fuera de mi matrimonio?
• ¿He usado algún método anticonceptivo o algún método de control artificial de nacimiento en mi matrimonio?
• ¿Ha estado cada acto sexual de mi matrimonio abierto a la posibilidad de la procreación?
• ¿Me he masturbado?
• ¿He buscado controlar mis pensamientos?
• ¿He respetado todos los miembros del sexo opuesto, o he pensado de ellos/as como si fueran objetos?
• ¿He tenido actividades homosexuales?
• ¿Busco ser casto en mis pensamientos, palabras y acciones?
• ¿Me cuido de vestir modestamente?
[7] No hurtar.
• ¿He robado?
• ¿He regresado o he hecho restitución por lo que he robado?
• ¿Desperdicio el tiempo en el trabajo, en la escuela o en la casa?
• ¿Hago apuestas excesivamente, negándole a mi familia sus necesidades?
• ¿Pago mis deudas prontamente?
• ¿Busco compartir lo que tengo con los pobres?
[8] No levantar falsos testimonios ni mentir.
• ¿He mentido?
• ¿He chismoseado?
• ¿He hablado a espaldas de alguien?
• ¿He sido sincero en mis negocios con otros?
• ¿Soy crítico, negativo ó falto de caridad en mis pensamientos de los demás?
• ¿Mantengo secreto lo que debería ser confidencial?
[9] No desear la mujer del prójimo.
¿He consentido pensamientos impuros?
• ¿Los he causado por lecturas impuras, películas, conversaciones o curiosidad?
• ¿Busco controlar mi imaginación?
• ¿Rezo inmediatamente para desvanecer pensamientos impuros o tentaciones?
[10] No desear los bienes ajenos.
¿Soy envidioso de las pertenencias de los demás?
• ¿Siento envidia de otras familias o de las posesiones de otros?
• ¿Soy ambicioso o egoísta?
• ¿Son las posesiones materiales el propósito de mi vida?
• ¿Confío en que Dios cuidará de todas mis necesidades materiales y espirituales?

Imprimatur:
+ Francis Cardinal Spellman
Archbishop of New York Nihil Obstat:
John M.A. Fearns, S.T.D
Censor Librorum
________________________________________
Si usted se da cuenta de que no está haciendo lo correcto, entonces arrepiéntase.
Venga al Señor con un corazón humilde y contrito.
Acto de contrición
* * *
Jesús instituyó el Sacerdocio el Jueves Santo después de la última cena, Él también instituyó el Sacramento de La Reconciliación o La Penitencia en la tarde de la Resurrección cuando se le apareció a los Apóstoles y les dio el poder de perdonar los pecados. (y después este se transmitió sólo a los sacerdotes)
Juan 20:21-23
21 Jesús les dijo otra vez: «La paz sea con vosotros. Como el Padre me envió, también yo os envío.»
22 Dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo.
23 A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos.»

Acerca de la confesión con el Sacerdote
Palabras de Jesús a la hermana Faustina Kowalska (Divina Misericordia)
Acto de Contrición
Señor mío Jesucristo
"Señor mío Jesucristo. Dios y Hombre verdadero. Creador, Padre y Redentor mío. Por ser Tu quien eres y porque te amo sobre todas las cosas, me pesa de todo corazón haberte ofendido. Propongo firmemente nunca mas pecar, apartarme de todas las ocasiones de ofenderte, confesarme y cumplir la penitencia que me fuere impuesta.
Te ofrezco Señor mi vida, obras y trabajos en satisfacción de todos mis pecados. Así como te suplico, así confío en Tu Divina Bondad y Misericordia Infinita. Me perdonarás por los méritos de Tu Preciosa Sangre, Pasión y Muerte y me darás vida y gracia para enmendarme y para perseverar en Tu santo servicio hasta el fin de mi vida. Amén.”.

Acerca de la Confesión con el Sacerdote

Palabras del Señor a la Hermana Faustina Kowalska de Polonia (canonizada).
Cuando tu vayas a la confesión, a esta fuente de Misericordia; la Sangre y Agua que fluyó de mí Corazón siempre fluirá sobre tu alma... En el Tribunal de la Misericordia [El Sacramento de la Reconciliación]… los milagros mas grandes toman lugar y se repiten incesantemente… Aquí la miseria del alma se encuentra con el Dios de Misericordia.
Vengan con fe a los pies de mi representativo... Yo mismo estoy esperándoles allí. Yo tan sólo estoy escondido por el Sacerdote... Yo mísmo actúo en tu alma... Haz tu confesión ante Mí.
La persona del Sacerdote es, para Mi, solamente una pantalla. Nunca analices que clase de Sacerdote es el que Yo estoy usando; ábrele tu alma en la confesión como si lo hicieras Conmigo, y Yo te llenaré con Mí Luz...
Así estuviera un alma como un cadáver descompuesto, de tal manera que desde el punto de vista humano no hubiera esperanza de restauración y que todo ya estuviera perdido, no es así con Dios.
El milagro de la Divina Misericordia restaura esa alma en plenitud.... Desde esta fuente de Misericordia las almas atraen gracias solamente con la vasija de la confianza. Si su confianza es grande, no hay límite a mi generosidad.

Nuestro Señor ha enfatizado la necesidad de que nosotros vayamos a la confesión y de que Le recibamos en la Sagrada Eucaristía para que podamos obtener los mas grandes regalos de su Misericordia.
Como Católicos tenemos la fuente de Misericordia en el confesionario y en la Preciosa Sangre de la Eucaristía.

Proclamemos este mensaje.

Contribucion de Juan Rajs. G.

ALGUNAS ORACIONES

Oracion para antes de recibir la Sagrada Comunion
Santo Tomás de Aquino
Aquí me llego, todopoderoso y eterno Dios, al sacramento de vuestro unigénito Hijo mi Señor Jesucristo, como enfermo al médico de la vida, como manchado a la fuente de misericordias, como ciego a la luz de la claridad eterna, como pobre y desvalido al Señor de los cielos y tierra.

Ruego, pues, a vuestra infinita bondad y misericordia, tengáis por bien sanar mi enfermedad, limpiar mi suciedad, alumbrar mi ceguedad, enriquecer mi pobreza y vestir mi desnudez, para que así pueda yo recibir el Pan de los Angeles, al Rey de los Reyes, al Señor de los señores, con tanta reverencia y humildad, con tanta contrición y devoción, con tal fe y tal pureza, y con tal propósito e intención, cual conviene para la salud de mi alma.

Dame, Señor, que reciba yo, no sólo el sacramento del Sacratísimo Cuerpo y Sangre, sino también la virtud y gracia del sacramento !Oh benignísimo Dios!, concededme que albergue yo en mi corazón de tal modo el Cuerpo de vuestro unigénito Hijo, nuestro Señor Jesucristo, Cuerpo adorable que tomó de la Virgen María, que merezca incorporarme a su Cuerpo místico, y contarme como a uno de sus miembros.

!Oh piadosísimo Padre!, otorgadme que este unigénito Hijo vuestro, al cual deseo ahora recibir encubierto y debajo del velo en esta vida, merezca yo verle para siempre, descubierto y sin velo, en la otra. El cual con Vos vive y reina en unidad del Espíritu Santo, Dios, por los siglos de los siglos. Amén.


Oracion para despues de la Comunion
Alma de Cristo
San Ignacio de Loyola
Alma de Cristo, santifícame.
Cuerpo de Cristo, sálvame. Sangre de Cristo, embriágame.
Agua del costado de Cristo, lávame.
Pasión de Cristo, confórtame.

¡Oh, buen Jesús!, óyeme.
Dentro de tus llagas, escóndeme.
No permitas que me aparte de Ti.
Del maligno enemigo, defiéndeme.
En la hora de mi muerte, llámame. Y mándame ir a Ti.
Para que con tus santos te alabe. Por los siglos de los siglos. Amén

Oracion para despues de la Comunion de San Pio de Pietrelcina
Quédate conmigo, Señor, porque es necesario tenerte presente para que Yo no te pueda olvidar. Tú sabes que tan fácilmente te abandono.
Quédate conmigo, Señor, porque Yo soy débil y necesito de tu fortaleza, para que no caiga tan frecuentemente.
Quédate conmigo, Señor, porque tu eres mi vida y sin Ti Yo estoy sin fervor.
Quédate conmigo, Señor, porque tu eres mi luz y sin ti yo estoy en la oscuridad.
Quédate conmigo, Señor, para mostrarme tu voluntad.
Quédate conmigo, Señor, para que Yo pueda escuchar tu voz y seguirte.
Quédate conmigo, Señor, porque Yo deseo amarte mucho y siempre estar en tu compañía.
Quédate conmigo, Señor, si tu deseas que Yo sea fiel a ti.
Quédate conmigo, Señor, pobre como mi alma es, Yo deseo que sea un lugar de consolación para Ti, un nido de amor.
Quédate conmigo, Señor, porque se hace tarde y el día se está terminando, y la vida pasa. La muerte, el juicio y la eternidad se acercan. Es necesario renovar mi fortaleza, para que Yo no pare en el camino y por eso Yo te necesito.
Se está haciendo tarde y la muerte se aproxima, tengo miedo de la oscuridad, las tentaciones, la aridez, la cruz, los sufrimientos. O como te necesito, mi Jesús, en esta noche de exilio.
Quédate conmigo, esta noche, Jesús, en la vida con todos los peligros, Yo te necesito.
Déjame reconocerte como lo hicieron tus discípulos en la partición del pan, para que la Comunión Eucarística sea la luz que dispersa la oscuridad, la fuerza que me sostiene, el único gozo de mi corazón.
Quédate conmigo, Señor, porque a la hora de mi muerte, Yo quiero permanecer unido contigo, sino por la Comunión, por lo menos por la gracia y el amor.
Quédate conmigo, Señor, por que solamente eres tu a quien Yo busco, tu amor, tu gracia, tu voluntad, tu corazón, tu espíritu, porque Yo te amo y te pido no otra recompensa que amarte mas y mas.
Con un amor firme, Yo te amaré con todo mi corazón mientras aquí en la tierra y continuaré amándote perfectamente durante toda la eternidad. Amén.

Contribucion de Juan Rajs. G.

Semana santa: las homilías escondidas del Papa Benedicto


Semana santa: las homilías escondidas del Papa Benedicto
Escondidas excepto para los fieles que las han podido escuchar en vivo: pocos miles entre los 1,2 mil millones de católicos en el mundo. Aquí los textos completos. Una lectura obligatoria para entender este pontificado

por Sandro Magister



ROMA, 25 de marzo del 2008 – De las seis homilías pronunciadas por Benedicto XVI durante los ritos de semana santa de este año, sólo dos han tenido una amplia resonancia y han llegado a los oídos de millones de personas.

La primera es la leída al final del Vía Crucis del viernes santo y la otra es el mensaje “urbi et orbi” del domingo de Pascua. Ambas trasmitidas en directo por vía radiofónica y televisiva en numerosos países del globo.

Pero las otras cuatro no. Han llegado a pocos. O sea solamente a los pocos miles de fieles que estaban presentes en los ritos celebrados por el Papa y que entendían el italiano (porque entre ellos muchos eran extranjeros). A los que se agregan aquellos, también pocos, que las han leídos después en los medios de comunicación católicos en los días siguientes.

Si se piensa que los católicos en el mundo superan largamente los mil millones, el número de los que han escuchado o leído las homilías del Papa la semana pasada resulta más microscópico.

Sin embargo, estas homilías son uno de los tratados más reveladores del pontificado de Joseph Ratzinger. Son una veta del magisterio de este Papa teólogo y pastor.

Son inconfundiblemente escritos de su puño y letra. Y están inseparablemente ligadas a la celebración litúrgica en la que fue pronunciada cada una de ellas. Son obras maestras en su género.

La comparación que viene más natural es con las homilías de los Padres de la Iglesia. Por ejemplo, de León Magno, el primer Papa del que se ha conservado la predicación litúrgica. De san Ambrosio. De san Agustín.

Es una comparación iluminada también bajo el perfil comunicativo. Porque también las homilías de un León Magno, a su época, fueron escuchadas por pocos y leídas por muchos menos. Lo mismo se puede decir de san Agustín. Pero la influencia que la prédica de estos Padres ha tenido sobre la Iglesia ha sido igualmente grande y se ha dado a lo largo de los siglos.

No es imposible que por las homilías de Benedicto XVI ocurra algo análogo. Sólo es necesario que haya en la Iglesia personas que reconozcan la originalidad y la profundidad de la prédica litúrgica de este Papa. Y que actúen para propagar su conocimiento.

De Benedicto XVI han hecho noticia el libro sobre Jesús, las encíclicas, los grandes discursos sobre fe y razón. Desde hace un tiempo se ha encendido un interés también por sus discursos en las audiencias de los miércoles, dedicadas primero a los Apóstoles y ahora a los Padres de la Iglesia.

Sobre las homilías, en cambio, todavía falta una atención al menos igual. Pero basta leer las de la semana santa de este año – reproducidas más abajo – para entender cuan centrales son en el magisterio del Papa Benedicto.

Sorprende que la máquina comunicativa de la Santa Sede las haya desatendido hasta hoy. “L’Osservatore Romano” las publica con rapidez, pero para un círculo muy reducido de lectores, faltándole todavía a este diario un adecuado uso de internet. La Libreria Editrice Vaticana hasta ahora no ha producido ningún libro que recoja las homilías de Benedicto XVI en su conjunto o en varios tiempos litúrgicos, por ejemplo, las homilías de navidad, o las pascuales, mejor todavía si se les acompaña de los textos de las liturgias de las que hacen parte.

Más abajo, presentamos una muestra iluminadora: los textos completos de las seis homilías de Benedicto XVI en la semana santa 2008.



1. Domingo de Ramos

16 de marzo del 2008


Queridos hermanos y hermanas, año tras año el pasaje evangélico del Domingo de Ramos nos relata el ingreso de Jesús en Jerusalén. Junto a sus discípulos y a un grupo creciente de peregrinos, Él subió desde las llanuras de Galilea hacia la Ciudad Santa. Como peldaños de esta subida, los evangelistas nos han transmitido tres anuncios de Jesús referidos a su Pasión, señalando con esto al mismo tiempo el ascenso interior que se estaba cumpliendo en esta peregrinación. Jesús está en camino hacia el templo, hacia el lugar donde Dios, como dice el Deuteronomio, había querido “fijar la sede” de su nombre (cf. 12, 11; 14, 23). El Dios que ha creado el cielo y la tierra se ha dado un nombre, ha permanecido invocable, más aún, ha permanecido casi tangible por parte de los hombres. Ningún lugar puede contenerLo y, sin embargo, o precisamente por esto, Él mismo se da un lugar y un nombre, a fin de que Él personalmente, el Dios verdadero, pueda ser venerado como Dios en medio de nosotros. Gracias al relato sobre Jesús cuando tenía doce años de edad, sabemos que Él ha reverenciado al templo como la casa de su Padre, como su casa paterna. Ahora vuelve a este templo, pero su recorrido va más allá: la última meta de su subida a Jerusalén es la Cruz. Es la subida que la Epístola a los Hebreos describe como el ascenso hacia la tienda no fabricada por manos de hombre, hasta encontrarse en presencia de Dios. El ascenso hacia la presencia de Dios pasa a través de la Cruz. Es el ascenso hacia “el amor hasta el extremo” (cf. Jn 13, 1), el cual es el monte verdadero de Dios, el lugar definitivo del contacto entre Dios y el hombre.

Durante el ingreso a Jerusalén, la gente rinde homenaje a Jesús como hijo de David, con las palabras del Salmo 118 [117] de los peregrinos: “¡Hosanna al hijo de David! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! ¡Hosanna en lo más alto de los cielos!” (Mt 21, 9). Luego, Él llega al templo. Pero allí, donde debía ser el espacio del encuentro entre Dios y el hombre, Él encuentra comerciantes de animales y cambistas que, con sus negocios, ocupan el lugar de oración. Es cierto que los animales que había allí a la venta estaban destinados al sacrificio de inmolación en el templo. Además, no se podían usar en el templo las monedas en las que estaban representados los emperadores romanos (quienes eran adversarios del Dios verdadero), por eso era necesario cambiarlas por monedas que no tuvieran imágenes idolátricas. Pero todo esto podría haber sido erigido más lejos: el espacio donde ahora sucedía esto debía ser, según había sido diseñado, el atrio de los paganos. De hecho, el Dios de Israel era el único Dios de todos los pueblos. Y aunque, para decirlo de alguna manera, los paganos no entraban en el interior de la Revelación, sin embargo podían asociarse, en el atrio de la fe, a la oración al único Dios. El Dios de Israel, el Dios de todos los hombres, estaba a la espera siempre también de sus oraciones, de sus búsquedas, de sus invocaciones. Ahora, por el contrario, primaban los negocios – negocios legalizados por la autoridad competente que, a su vez, participaba de las ganancias de los mercaderes. Los mercaderes actuaban en forma correcta, según las disposiciones vigentes, pero este mismo ordenamiento legal era corrupto. “La avidez es idolatría”, dice la Epístola a los Colosenses (cf. 3, 5). Ésta es la idolatría que Jesús encuentra y frente a la cual cita a Isaías - "Mi casa será llamada casa de oración " (Mt 21, 13; cf. Is 56, 7) - y a Jeremías - "Pero vosotros la habéis convertido en una cueva de ladrones” (Mt 21, 13; cf. Jer 7, 11). Contra el ordenamiento malinterpretado, Jesús defiende con su gesto profético el orden verdadero que se encuentra en la Ley y en los Profetas.

Todo esto nos debe hacer pensar también a nosotros como cristianos: 'nuestra fe es lo suficientemente pura y abierta, para que a partir de ella también “los paganos”, las personas que hoy están en búsqueda y tienen sus interrogantes, puedan intuir la luz del único Dios, asociarse en los atrios de la fe a nuestra oración y con su preguntar convertirse quizás también ellos en adoradores? 'La conciencia que la avidez es idolatría está presente también en nuestro corazón y en nuestra praxis de vida? 'No será que, probablemente y de diversas maneras, dejamos entrar a los ídolos también en el mundo de nuestra fe? 'Estamos dispuestos siempre a dejarnos purificar de nuevo por el Señor, permitiéndoLe expulsar de nosotros y de la Iglesia todo lo que se Le opone?

Pero en la purificación del templo hay en juego algo más que la lucha contra los abusos, ya que se preconiza una nueva hora de la historia. Ahora está comenzando lo que Jesús había anunciado a la samaritana, al responder a su pregunta respecto a la adoración verdadera: “ha llegado el momento, y es éste, en el que los adoradores verdaderos adorarán al Padre en espíritu y verdad, porque el Padre busca tales adoradores” (Jn 4, 23). Ha concluido el tiempo en el que se inmolaban animales para Dios. Desde mucho tiempo atrás los sacrificios de animales habían sido una sustitución lastimosa, un gesto de nostalgia del verdadero modo de adorar a Dios. La Epístola a los Hebreos ha puesto como lema de la vida y del obrar de Jesús una frase del Salmo 40 [39]: "Tú no has querido ni sacrificios ni ofrenda, pero me has preparado un cuerpo" (Hb 10, 5). En lugar de los sacrificios cruentos y de las ofrendas de alimentos se introduce el cuerpo de Cristo, se introduce Él mismo. Solamente “el amor hasta el extremo”, sólo el amor que se dona totalmente a Dios en favor de los hombres es el culto verdadero, el sacrificio verdadero. Adorar en espíritu y en verdad significa adorar en comunión con El que es la verdad; significa adorar en comunión con su Cuerpo, en el que el Espíritu Santo nos reúne.

Los evangelistas nos narran que, en el proceso contra Jesús, se presentaron falsos testigos, quienes afirmaron que Jesús había dicho: “puedo destruir el templo de Dios y reconstruirlo en tres días” (Mt 26, 61). Frente a Cristo clavado en la Cruz, algunos que se burlaban de Él hacen referencia a la misma frase, al gritarle: “Tú que destruyes el templo y lo reconstruyes en tres días, ¡sálvate a ti mismo!” (Mt 27, 40). La versión justa de la frase, tal como salió de la boca del mismo Jesús, es la que ha transmitido Juan en su relato de la purificación del templo. Frente al pedido de un signo con el que Jesús debía legitimarse para una acción de ese tipo, el Señor respondió: “Destruid este templo y en tres días lo reconstruiré” (Jn 2, 18 y ss.). Juan agrega que, al recordar ese acontecimiento luego de la Resurrección, los discípulos comprendieron que Jesús había hablado del Templo de su Cuerpo (Jn 2, 21 y ss.). No es Jesús quien destruye el templo: éste es entregado a la destrucción mediante la actitud de aquéllos que, en lugar de encuentro de todos los pueblos con Dios, lo han transformado en una “cueva de ladrones”, en un lugar para sus negocios. Pero como ocurre siempre a partir de la caída de Adán, el fracaso de los hombres se convierte en la ocasión para un compromiso todavía más grande del amor de Dios respecto a nosotros. La hora del templo de piedra, la hora del sacrificio de los animales estaba superada: que ahora el Señor expulse a los mercaderes no sólo impide un abuso, sino que indica el nuevo obrar de Dios. Se forma el nuevo Templo: Jesucristo mismo, en quien el amor de Dios se inclina sobre los hombres. Él, en su vida, es el Templo nuevo y viviente. Él, que ha pasado a través de la Cruz y ha resucitado, es el espacio viviente de espíritu y vida en el que se realiza la adoración justa. De este modo, como culminación del ingreso solemne de Jesús en Jerusalén, la purificación del templo es además el signo de la inminente ruina del edificio y de la promesa del nuevo Templo; es la promesa del reino de la reconciliación y del amor que, en comunión con Cristo, se instaura más allá de toda frontera.

San Mateo, cuyo Evangelio escuchamos a lo largo de este año, se refiere al final del relato del Domingo de Ramos, luego de la purificación del templo, a dos pequeños acontecimientos que, nuevamente, tienen carácter profético y una vez más nos revelan claramente la verdadera voluntad de Jesús. Inmediatamente después de la frase de Jesús sobre la casa de oración de todos los pueblos, el evangelista continúa de esta manera: “En el templo se le acercaron ciegos y cojos y Él los curó”. Además de esto, Mateo nos dice que los niños repetían en el templo la aclamación que los peregrinos habían entonado cuando Él ingresó a la ciudad: “Hosanna el Hijo de David” (Mt 21, 14 y ss.). Jesús contrapone su bondad sanadora al comercio de animales y a los negocios con dinero. Aquélla es la verdadera purificación del templo. Él no se presenta como destructor, tampoco viene con la espada del revolucionario. Viene con el don de la curación. Se dedica a aquéllos que, a causa de su enfermedad, son arrojados a los confines de la vida y a los límites de la sociedad. Jesús muestra a Dios como Aquél que ama, y su poder como el poder del amor. Nos dice entonces qué es lo que formará parte para siempre del culto justo de Dios: curar, servir, la bondad que sana.

Están también los niños que rinden homenaje a Jesús como hijo de David y entonan el “Hosanna”. Jesús les había dicho a sus discípulos que, para entrar en el Reino de Dios, ellos deberían volver a ser como niños. Él mismo, que abraza al mundo entero, se ha hecho pequeño para venir a nuestro encuentro, para encaminarnos hacia Dios. Para reconocer a Dios debemos abandonar la soberbia que nos deslumbra y que quiere llevarnos lejos de Dios, como si Dios fuese nuestro competidor. Para encontrar a Dios es necesario ser capaces de ver con el corazón. Debemos aprender a ver con un corazón joven, que no es obstaculizado por prejuicios y que no se deslumbra por intereses. Es por eso que en los pequeños que Lo reconocen, porque poseen un idéntico corazón libre y abierto, la Iglesia ha visto la imagen de los creyentes de todas las épocas y también su propia imagen.

Queridos amigos, en esta hora nos asociamos a la procesión de los jóvenes de ahora, una procesión que atraviesa toda la historia. Junto a los jóvenes de todo el mundo vamos al encuentro de Jesús. A partir de Él nos dejamos guiar hacia Dios, para aprender de Dios mismo el modo recto de ser hombres. Con Él agradecemos a Dios, porque con Jesús, el Hijo de David, nos ha regalado un espacio de paz y de reconciliación que abraza al mundo. Recémosle a Él, a fin de que también nosotros seamos con Él y a partir de Él mensajeros de su paz, a fin de que en nosotros y en torno a nosotros crezca su Reino. Amén.



2. Jueves Santo. Misa crismal

20 de marzo del 2008


Queridos hermanos y hermanas, cada año la Misa Crismal nos exhorta a entrar en ese “sí” a la llamada de Dios que hemos pronunciado en el día de nuestra Ordenación sacerdotal. "Adsum – eccomi!", hemos dicho como Isaías, cuando sintió la voz de Dios que preguntaba: "'A quién mandaré y quien irá por mí?". "¡Aquí estoy, mándame!", respondió Isaías (Is 6, 8). Luego el Señor mismo, mediante las manos del Obispo, nos impuso las manos y nosotros nos hemos ofrecido para llevar a cabo la misión que Él nos confiara. En forma sucesiva hemos recorrido muchos caminos en el marco de su llamada. Podemos afirmar siempre lo que san Pablo, luego de años de servicio al Evangelio (servicio muchas veces fatigoso y marcado por sufrimientos de todo género), escribió a los corintios: "Nuestro celo no disminuye en ese ministerio que, por la misericordia de Dios, nos ha sido confiado " (cf. 2 Cor 4, 1). "Nuestro celo no disminuye". Oremos en este día, para que ese celo se encienda siempre, para que se alimente permanentemente de la llama viva del Evangelio.

Al mismo tiempo, el Jueves Santo es para nosotros una ocasión para preguntarnos siempre de nuevo: 'A qué le hemos dicho “sí”? 'Qué es este “ser sacerdote de Jesucristo"? El Canon de nuestro Misal, que fue redactado probablemente ya a fines del siglo II en Roma, describe la esencia del ministerio sacerdotal con las palabras con las que se describía en el libro del Deuteronomio (18, 5. 7) la esencia del sacerdocio veterotestamentario: astare coram te et tibi ministrare [estar de pie en tu presencia y servirte]. En consecuencia, son dos las tareas que definen la esencia del ministerio sacerdotal: en primer lugar, el "estar frente al Señor". En el Libro del Deuteronomio esto se lee en el contexto del precepto previo, según el cual los sacerdotes no recibían ninguna porción de terreno en Tierra Santa, ya que ellos vivían de Dios y para Dios. No se ocupaban de las habituales labores necesarias para el sustento de la vida cotidiana. Su profesión era “estar delante del Señor” –contemplarLo, estar a Su disposición. De este modo, en definitiva, la frase indicaba una vida en la presencia de Dios y, con ello también, un ministerio en representación de los otros. Así como los otros cultivaban la tierra, de la que también vivía el sacerdote, de la misma manera éste mantenía el mundo abierto hacia Dios, debía vivir con la mirada dirigida a Él. Si esta frase se encuentra ahora en el Canon de la Misa, inmediatamente después de la consagración de los dones, luego de la entrada del Señor en la asamblea en oración, entonces esto indica para nosotros el estar delante del Señor presente, es decir, indica a la Eucaristía como centro de la vida sacerdotal. Pero también aquí lo señalado va más allá. En el himno de la Liturgia de las Horas que durante la cuaresma introduce el Oficio de Lecturas –el Oficio que en la vida monástica se rezaba durante la hora de la vigilia nocturna, delante de Dios y por los hombres – se describe una de las obligaciones de la cuaresma con el imperativo: arctius perstemus in custodia – permanezcamos en guardia en la forma más profunda. En la tradición del monacato sirio, los monjes eran caracterizados como “los que están de pie”; el estar de pie era la expresión de la actitud vigilante. Lo que aquí se consideraba que era deber de los monjes, podemos verlo también con razón como expresión de la misión sacerdotal y como interpretación justa de la frase del Deuteronomio: el sacerdote debe ser alguien que vigila, debe estar en guardia frente a las potencias apremiantes del mal. Debe mantener despierto al mundo para Dios. Debe ser alguien que está de pie: erguido frente a las corrientes de la época; erguido en la verdad; erguido en el esfuerzo a favor del bien. En el sentido más profundo, estar delante del Señor debe ser siempre también un hacerse cargo de los hombres en el Señor, quien a su vez se hace cargo de todos nosotros en el Padre. Y debe ser un hacerse cargo de Él, de Cristo, de su palabra, de su verdad, de su amor. El sacerdote debe ser recto, impávido y dispuesto a recibir ultrajes a causa del Señor, como muestra el libro de los Hechos de los Apóstoles: ellos estaban “contentos de haber sido ultrajados, por amar el nombre de Jesús" (5, 41).

Pasemos ahora a la segunda frase, la que el Canon retoma del texto del Antiguo Testamento – "estar delante de ti y servirte". El sacerdote debe ser una persona recta, vigilante, una persona que está erguida. A todo esto se agrega entonces el servir. En el texto veterotestamentario, esta frase tiene un significado esencialmente ritual: a los sacerdotes se les reservaba todas las acciones del culto previstas por la Ley. Pero este obrar según el rito era catalogado como servicio, como una labor de servicio, y así se explica con qué espíritu debían ejercerse esas actividades. Al asumir la palabra “servir” en el Canon, este significado litúrgico del término se adopta en un cierto modo, en forma acorde a la novedad del culto cristiano. Lo que el sacerdote hace en ese momento, en la celebración de la Eucaristía, es servir, cumplir un servicio a Dios y un servicio a los hombres. El culto que Cristo ha efectuado al Padre ha sido el de ofrecerse hasta el extremo por los hombres. El sacerdote debe insertarse en este culto, en este servicio. De este modo, la palabra “servir” comporta muchas dimensiones. Por cierto, ante todo forma parte la recta celebración de la Liturgia y de los Sacramentos en general, realizada con la participación interior. Debemos aprender a comprender cada vez más la sagrada Liturgia en toda su esencia, desarrollar una viva familiaridad con ella, para que se convierta en el alma de nuestra vida cotidiana. Es así que celebramos en modo justo, es así que emerge desde sí el “ars celebrandi”, el arte de celebrar. En este arte no debe haber nada que sea artificial. Si la Liturgia es una labor central del sacerdote, significa también que la oración debe ser una realidad prioritaria que hay que aprender siempre de nuevo y cada vez más profundamente en la escuela de Cristo y de los santos de todas las épocas. Ya que la Liturgia cristiana, por su naturaleza es también siempre anuncio, debemos ser personas que tienen familiaridad con la Palabra de Dios, la aman y la viven. Sólo entonces podremos explicarla de modo adecuado. "Servir al Señor" – el servicio sacerdotal significa precisamente también aprender a conocer al Señor en su Palabra y hacerlo conocer a todos los que Él nos confía.

Por último, forman parte del servir también otros dos aspectos. Nadie está tan próximo a su señor como el siervo que tiene acceso a la dimensión más privada de su vida. En este sentido, “servir” significa vecindad, requiere familiaridad. Esta familiaridad conlleva también un peligro: que lo sagrado continuamente encontrado por nosotros se convierta para nosotros en algo habitual, con lo cual se apaga el temor reverencial. Condicionados por todas las costumbres, no percibimos más el hecho grande, nuevo y sorprendente: que Él mismo está presente, nos habla, se dona a nosotros. Debemos luchar sin tregua contra este acostumbramiento a la realidad extraordinaria, contra la indiferencia del corazón, reconociendo una y otra vez nuestra insuficiencia y la gracia que hay en el hecho que Él se pone así en nuestras manos. Servir significa vecindad, pero sobre todo significa también obediencia. El siervo está bajo la frase “¡no se haga mi voluntad, sino la tuya!” (Lc 22, 42). Con esta frase, Jesús ha librado en el Huerto de los Olivos la batalla decisiva contra el pecado, contra la rebelión del corazón caído. El pecado de Adán consistió precisamente en el hecho que él quiso realizar su voluntad y no la de Dios. La tentación de la humanidad es siempre la de querer ser totalmente autónoma, de seguir solamente la propia voluntad y de considerar que solamente así seríamos libres, que solamente gracias a una similar libertad sin límites el hombre sería completamente hombre. Pero justamente así nos ponemos en contra de la verdad, pues la verdad es que nosotros debemos compartir nuestra libertad con los otros y podemos ser libres únicamente en comunión con ellos. Esta libertad compartida puede ser verdadera libertad, sólo si con ella entramos en lo que constituye la medida misma de la libertad, si entramos en la voluntad de Dios. Esta obediencia fundamental que forma parte del ser humano - un ser no desde sí y sólo por sí mismo -, se torna todavía más concreta en el sacerdote: no nos anunciamos a nosotros mismos, sino a Él y a su Palabra que no podíamos concebir por nosotros solos. Anunciamos la Palabra de Cristo en una forma justa sólo en comunión con su Cuerpo. Nuestra obediencia es un creer con la Iglesia, un pensar y hablar con la Iglesia, un servir con ella. En esto se hace presente siempre también lo que Jesús predijo a Pedro: “serás llevado adonde no quieras”. Este hacerse guiar hacia donde no queremos es una dimensión esencial de nuestro servir, y es precisamente lo que nos hace libres. En este ser guiados, que puede ser contrario a nuestras ideas y proyectos, experimentamos lo nuevo: la riqueza del amor de Dios.

"Estar delante de Él y servirLo". Jesucristo, como el verdadero Sumo Sacerdote del mundo, ha otorgado a estas palabras una profundidad antes inimaginable. Él, que como Hijo era y es el Señor, ha querido convertirse en ese siervo de Dios que ha previsto la visión del Libro del profeta Isaías. Ha querido ser el siervo de todos. Ha representado la totalidad de su sumo sacerdocio en el gesto del lavado de los pies. Con el gesto del amor hasta el extremo, Él lava nuestros pies sucios, con la humildad de su servir nos purifica de la enfermedad de nuestra soberbia. De este modo nos hace capaces de convertirnos en comensales de Dios. Él ha descendido, y el verdadero ascenso del hombre se realiza ahora en nuestro descender con Él y hacia Él. Su elevación es la Cruz. Es el descenso más profundo y, como amor impulsado hasta el extremo, es al mismo tiempo la culminación del ascenso, la verdadera “elevación” del hombre. "Estar delante de Él y servirLo" significa ahora entrar en su llamada de siervo de Dios. La Eucaristía como presencia del descenso y ascenso de Cristo remite de este modo siempre, más allá de sí misma, a los múltiples modos del servicio del amor al prójimo. En este día, pidamos al Señor el don de poder decir nuevamente, en el sentido mencionado, nuestro “sí” a su llamada: “Aquí estoy. Mándame, Señor” (Is 6, 8). Amén.



3. Jueves Santo. Misa en la Cena del Señor

20 de marzo del 2008


Queridos hermanos y hermanas, san Juan inicia su relato sobre cómo Jesús lavó los pies de sus discípulos con un lenguaje particularmente solemne, casi litúrgico. “Antes de la fiesta de Pascua, Jesús, sabiendo que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre, luego de haber amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo” (13, 1). Ha llegado la “hora” de Jesús, hacia la cual estaba dirigido su obrar desde el comienzo. San Juan describe con dos palabras lo que constituye el contenido de esta hora: pasaje (metabainein, metabasis) y amor /"agape". Las dos palabras se explican recíprocamente, ambas describen en forma conjunta la Pascua de Jesús: cruz y resurrección, la crucifixión como elevación, como “pasaje” a la gloria de Dios, como un “pasar” del mundo al Padre. No es como si Jesús, luego de una breve visita en el mundo, ahora simplemente partiese y retornara al Padre. El pasaje es una transformación: Él lleva consigo su carne, su ser hombre. Es como si sobre la cruz, en el donarse a sí mismo, Él se fundiese y transformase en un nuevo modo de ser, en el que ahora está siempre con el Padre y al mismo tiempo con los hombres. Transforma la Cruz, el acto de muerte, en un acto de donación, de amor hasta el extremo. Con esta expresión “hasta el extremo”, Juan anticipa la última frase de Jesús en la Cruz: todo ha llegado a su término, “se ha cumplido” (19, 30). Mediante su amor, la Cruz se convierte en "metabasis", transformación del ser hombre en el ser partícipe de la gloria de Dios. En esta transformación, Él nos envuelve a todos nosotros, atrayéndonos dentro de la fuerza transformadora de su amor, al punto que en nuestro ser con Él, nuestra vida se convierte en “pasaje”, en transformación. Así recibimos la redención, es decir, el ser partícipes del amor eterno, una condición a la que tendemos con nuestra entera existencia.

Este proceso esencial de la hora de Jesús es representado en el lavado de los pies, en una especie de acto simbólico profético. En éste, Jesús pone de manifiesto, precisamente con un gesto concreto, lo que el gran himno cristológico de la Epístola a los Filipenses describe como el contenido del misterio de Cristo. Jesús depone los atuendos de su gloria, se ciñe con el “paño” de la humanidad y se hace esclavo. Lava los pies sucios de los discípulos y los hace así capaces de acceder al banquete divino al que Él los invita. En lugar de las purificaciones cultuales y exteriores que purifican ritualmente al hombre, pero dejándonos tal como somos, se introduce el baño nuevo: Él nos purifica mediante su palabra y su amor, mediante la donación de sí mismo. “Vosotros estáis ya limpios por la palabra que os he anunciado”, dirá a los discípulos en el discurso sobre la vid (Jn 15, 3). Él nos lava siempre de nuevo con su palabra. Sí, si acogemos las palabras de Jesús con una actitud de meditación, de oración y de fe, ellas desarrollan en nosotros su fuerza purificadora. Día tras día estamos como cubiertos con una suciedad que reviste múltiples formas: palabras vacías, prejuicios, una sabiduría reducida y alterada. Se infiltra continuamente en nuestro ser íntimo una semifalsedad de múltiples formas o una falsedad clara y evidente. Todo esto ofusca y contamina nuestra alma, nos amenaza con la incapacidad para la verdad y para el bien. Si acogemos las palabras de Jesús con un corazón atento, ellas se revelan como verdaderos lavados, como purificaciones del alma y del hombre interior. Es esto a lo que nos invita el pasaje evangélico del lavado de los pies: que nos dejemos lavar siempre de nuevo por esta agua pura, hacernos capaces de la comunión conviviente con Dios y con los hermanos. Pero del costado de Jesús, luego del golpe de lanza del soldado, salió no sólo agua, sino también sangre (Jn 19, 34; cf. 1 Jn 5, 6. 8). Jesús no sólo ha hablado, no sólo nos ha dejado palabras. Él se dona a sí mismo. Nos lava con la fuerza sagrada de su sangre, es decir, con su donarse “hasta el extremo”, hasta la Cruz. Su palabra es más que un simple hablar, es carne y sangre “para la vida del mundo” (Jn 6, 51). En los santos Sacramentos, el Señor se arrodilla siempre de nuevo delante de nuestros pies y nos purifica. ¡RecémosLe, a fin de que del baño sagrado de su amor seamos siempre impregnados más profundamente y así seamos verdaderamente purificados!

Si escuchamos el Evangelio con atención, podemos vislumbrar en el acontecimiento del lavado de los pies dos aspectos diferentes. El lavado que Jesús ofrece a sus discípulos es ante todo simplemente acción suya – el don de la pureza, de la “capacidad para Dios” ofrecida a ellos. Pero el don se convierte luego en un modelo: la tarea de hacer lo mismo los unos por los otros. Los Padres de la Iglesia han calificado esta duplicidad de aspectos del lavado de los pies con las palabras "sacramentum" y "exemplum". En este contexto, "Sacramentum" significa no uno de los siete sacramentos, sino el misterio de Cristo en su totalidad, desde la encarnación hasta la cruz y la resurrección. Esta totalidad se convierte en la fuerza sanadora y santificadora; la fuerza transformadora para los hombres se convierte en nuestra "metabasis", en nuestra transformación en una nueva forma de ser, en la apertura para Dios y en la comunión con Él. Pero este nuevo ser que Él simplemente nos da, sin mérito alguno de nuestra parte, debe luego transformarse en nosotros en la dinámica de una nueva vida. La totalidad de don y ejemplo, que encontramos en la perícopa del lavado de los pies, es característica de la naturaleza del cristianismo en general. En relación con el moralismo, el cristianismo es algo superior y diferente. Al comienzo no está nuestro hacer, nuestra capacidad moral. El cristianismo es ante todo don: Dios se dona a nosotros, no nos da algo sino que se da a sí mismo. Y esto acontece no sólo al comienzo, en el momento de nuestra conversión: Él permanece continuamente como el que dona. Una y otra vez nos ofrece sus dones y nos precede siempre. Por eso el acto central del ser cristiano es la Eucaristía: la gratitud por haber sido gratificados, la alegría por la vida nueva que Él nos da.

Pero con esto no permanecemos como destinatarios pasivos de la bondad divina. Dios nos gratifica como “socios” [partner] personales y vivos. El amor donado es la dinámica del “amar juntos”, quiere ser en nosotros una nueva vida a partir de Dios. Así comprendemos la palabra que, al término del relato del lavado de los pies, Jesús dice a sus discípulos y a todos nosotros: “Os doy un mandamiento nuevo: que os améis los unos a los otros; como yo los he amado, de la misma manera amaos también los unos a los otros” (Jn 13, 34). El “mandamiento nuevo” no consiste en una norma nueva y difícil, que hasta ahora no existía. El mandamiento nuevo consiste en amar juntos con Aquél que nos ha amado primero. Así debemos comprender también el Sermón de la montaña. Éste no significa que Jesús haya dado en ese momento preceptos nuevos que representaban exigencias de un humanismo más sublime que el precedente. El Sermón de la montaña es un camino de entrenamiento en el identificarse con los sentimientos de Cristo (cf. Fil 2, 5), un camino de purificación interior que nos conduce a un vivir juntos con Él. Lo nuevo es el don que nos introduce en la mentalidad de Cristo. Si consideramos esto, percibimos cuán lejos estamos frecuentemente en nuestra vida de esta novedad del Nuevo Testamento; cuán poco damos a la humanidad el ejemplo de amar en comunión con su amor. En este sentido, quedamos en deuda con ella respecto a la prueba de credibilidad de la verdad cristiana, la cual se demuestra en el amor. Precisamente por esto queremos orar tanto más al Señor para que, mediante su purificación, nos haga maduros para el nuevo mandamiento.

En el Evangelio del lavado de los pies, el diálogo de Jesús con Pedro presenta todavía otro detalle de la praxis de la vida cristiana, a la que, para concluir, queremos dirigir nuestra atención. En un primer momento, Pedro no quiso dejarse lavar los pies, pues este trastocamiento del orden, es decir, que el maestro – Jesús – lave los pies, que el amo asuma el servicio del esclavo, contrastaba totalmente con su temor reverencial hacia Jesús, con su concepto de la relación entre maestro y discípulo. “No me lavarás jamás los pies”, dice a Jesús con su pasión habitual (Jn 13, 8). Es la misma mentalidad que, luego de la profesión de fe en Jesús, Hijo de Dios, en Cesarea de Filipo, lo había impulsado a oponerse a Él, cuando anticipó la condenación y la cruz: “¡Esto no te sucederá jamás!”, había declarado Pedro categóricamente (Mt 16, 22). Su concepto del Mesías acarreaba una imagen majestuosa, de grandeza divina. Debía aprender siempre de nuevo que la grandeza de Dios es diferente de nuestra idea de la grandeza; que aquélla consiste precisamente en descender, en la humildad del servicio, en la radicalidad del amor hasta la total auto-inmolación. Y también debemos aprenderlo siempre de nuevo, porque sistemáticamente deseamos un Dios del éxito y no de la Pasión; porque no estamos en condiciones de darnos cuenta que el Pastor viene como Cordero que se dona y nos conduce así a los pastos apropiados.

Cuando el Señor dice a Pedro que sin el lavado de los pies él no podría tener parte con Él, inmediatamente Pedro pide con ímpetu que le sean lavadas también la cabeza y las manos. A continuación sigue la frase misteriosa de Jesús: “quien se ha bañado sólo necesita lavarse los pies” (Jn 13, 10). Jesús alude a un baño que sus discípulos, según las prescripciones rituales, ya habían llevado a cabo; para la participación en el banquete solamente era necesario el lavado de los pies. Pero naturalmente hay oculto en esto un significado más profundo. 'A qué alude? No lo sabemos con certeza. En todo caso, tengamos presente que el lavado de los pies, según el sentido de todo el capítulo, no indica un Sacramento específico particular, sino el "sacramentum Christi" en su totalidad – su servicio de salvación, su descenso hasta la cruz, su amor hasta el fin, que nos purifica y nos hace capaces de Dios. Pero aquí, con la distinción entre el baño y el lavado de los pies, se hace perceptible además una alusión a la vida en la comunidad de los discípulos, a la vida en la comunidad de la Iglesia, una alusión que quizás Juan quiere transmitir conscientemente a las comunidades de su tiempo. Ahora parece claro que el baño que nos purifica definitivamente y que no debe ser repetido es el Bautismo – el estar inmersos en la muerte y resurrección de Cristo, un hecho que cambia profundamente nuestra vida, dándonos como una nueva identidad que se conserva, si no la arrojamos como hizo Judas. Aunque permanezcamos con esta nueva identidad, por la comunión de vida con Jesús, tenemos necesidad del “lavado de los pies”. 'Por qué? Me parece que la Primera Epístola de san Juan nos da la clave para comprenderlo. En ella se lee: “Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos y la verdad no está en nosotros. Si reconocemos nuestros pecados, él – que es fiel y justo – nos perdonará los pecados y nos purificará de toda culpa” (1, 8 y ss.). Tenemos necesidad del “lavado de los pies”, del lavado de los pecados de cada día, y por eso tenemos necesidad de la confesión de los pecados. No sabemos cómo se ha desarrollado esto precisamente en las comunidades joáneas. Pero la dirección indicada por las palabras de Jesús a Pedro es obvia: para ser capaces de participar en la comunidad de vida con Jesucristo debemos ser sinceros, debemos reconocer que también pecamos, pese a nuestra nueva identidad de bautizados. Tenemos necesidad de la confesión, tal como ella toma forma en el Sacramento de la reconciliación. En éste, el Señor nos lava siempre de nuevo los pies sucios y nosotros podemos sentarnos a la mesa con Él.

Pero de este modo asume un nuevo significado también la palabra con la que el Señor ensancha el "sacramentum", haciéndolo el "exemplum", un don, un servicio para el hermano: “Si entonces yo, el Señor y Maestro, he lavado vuestros pies, también vosotros debéis lavaros los pies unos a otros” (Jn 13, 14). Debemos lavarnos los pies unos a otros en el servicio cotidiano recíproco del amor. Pero debemos lavarnos los pies también en el sentido que siempre de nuevo nos perdonemos los unos a los otros. La deuda que el Señor nos ha perdonado es siempre infinitamente más grande que todas las deudas que otros puedan tener respecto a nosotros (cf. Mt 18, 21-35). El Jueves Santo nos exhorta a esto: a no dejar que el rencor hacia el otro se convierta en lo más profundo en un envenenamiento del alma; nos exhorta a purificar continuamente nuestra memoria, perdonándonos recíprocamente de corazón, lavando los pies los unos a los otros, para así poder ir juntos al banquete de Dios.

El Jueves Santo es un día de agradecimiento y de alegría por el gran don del amor hasta el extremo que el Señor nos ha hecho. Queremos orar al Señor en esta hora, a fin de que el agradecimiento y la alegría se conviertan en nosotros en la fuerza de amar juntos con su amor. Amén.



4. Viernes Santo. Via Crucis

21 de marzo del 2008


Queridos hermanos y hermanas, también en este año hemos recorrido el camino de la cruz, el Vía Crucis, volviendo a evocar con fe las etapas de la pasión de Cristo. Nuestros ojos han vuelto a contemplar los sufrimientos y la angustia que nuestro Redentor tuvo que soportar en la hora del gran dolor, que supuso la cumbre de su misión terrena. Jesús muere en la cruz y yace en el sepulcro. El día del Viernes Santo, tan impregnado de tristeza humana y de religioso silencio, se cierra en el silencio de la meditación y de la oración. Al volver a casa, también nosotros, como quienes asistieron al sacrificio de Jesús, nos golpeamos el pecho, evocando lo que sucedió. 'Es posible permanecer indiferentes ante la muerte del Señor, del Hijo de Dios? Por nosotros, por nuestra salvación se hizo hombre, para poder sufrir y morir.

Hermanos y hermanas: dirijamos hoy a Cristo nuestras miradas, con frecuencia distraídas por disipados y efímeros intereses terrenos. Detengámonos a contemplar su cruz. La cruz, manantial de vida y escuela de justicia y de paz, es patrimonio universal de perdón y de misericordia. Es prueba permanente de un amor oblativo e infinito que llevó a Dios a hacerse hombre, vulnerable como nosotros, hasta morir crucificado.

A través del camino doloroso de la cruz, los hombres de todas las épocas, reconciliados y redimidos por la sangre de Cristo, se han convertido en amigos de Dios, hijos del Padre celestial. «Amigo», así llama Jesús a Judas y le dirige el último y dramático llamamiento a la conversión. «Amigo», llama a cada uno de nosotros, porque es auténtico amigo de todos nosotros. Por desgracia, no siempre logramos percibir la profundidad de este amor sin fronteras que Dios nos tiene. Para Él no hay diferencia de raza y cultura. Jesucristo murió para liberar a la antigua humanidad de la ignorancia de Dios, del círculo de odio y violencia, de la esclavitud del pecado. La Cruz nos hace hermanos y hermanas.

Pero preguntémonos, en este momento, qué hemos hecho con este don, qué hemos hecho con la revelación del rostro de Dios en Cristo, con la revelación del amor de Dios que vence al odio. Muchos, también en nuestra época, no conocen a Dios y no pueden encontrarlo en el Cristo crucificado. Muchos están en búsqueda de un amor o de una libertad que excluya a Dios. Muchos creen que no tienen necesidad de Dios.

Queridos amigos: Tras haber vivido juntos la pasión de Jesús, dejemos que en esta noche nos interpele su sacrificio en la cruz. Permitámosle que ponga en crisis nuestras certezas humanas. Abrámosle el corazón. Jesús es la verdad que nos hace libres para amar. No tengamos miedo: al morir, el Señor destruyó el pecado y salvó a los pecadores, es decir, a todos nosotros. El apóstol Pedro escribe: «sobre el madero llevó nuestros pecados en su cuerpo a fin de que, muertos a nuestros pecados, viviéramos para la justicia» (I Pedro 2, 24). Esta es la verdad del Viernes Santo: en la cruz, el Redentor nos ha hecho hijos adoptivos de Dios, que nos creó a su imagen y semejanza. Permanezcamos, por tanto, en adoración ante la cruz.

Cristo, danos la paz que buscamos, la alegría que anhelamos, el amor que llene nuestro corazón sediento de infinito. Esta es nuestra oración en esta noche, Jesús, Hijo de Dios, muerto por nosotros en la cruz y resucitado al tercer día. Amén.



5. Vigilia Pascual

22 de marzo del 2008


Queridos hermanos y hermanas, en su discurso de despedida, Jesús anunció a los discípulos su inminente muerte y resurrección con una frase misteriosa: "Me voy y vuelvo a vuestro lado" (Jn 14,28). Morir es partir. Aunque el cuerpo del difunto aún permanece, él personalmente se marchó hacia lo desconocido y nosotros no podemos seguirlo (cf. Jn 13,36). Pero en el caso de Jesús existe una novedad única que cambia el mundo. En nuestra muerte el partir es una cosa definitiva, no hay retorno. Jesús, en cambio, dice de su muerte: "Me voy y vuelvo a vuestro lado". Justamente en su irse, él regresa. Su marcha inaugura un modo totalmente nuevo y más grande de su presencia. Con su muerte entra en el amor del Padre. Su muerte es un acto de amor. Ahora bien, el amor es inmortal. Por este motivo su partida se transforma en un retorno, en una forma de presencia que llega hasta lo más profundo y no acaba nunca. En su vida terrena Jesús, como todos nosotros, estaba sujeto a las condiciones externas de la existencia corpórea: a un determinado lugar y a un determinado tiempo. La corporeidad pone límites a nuestra existencia. No podemos estar contemporáneamente en dos lugares diferentes. Nuestro tiempo está destinado a acabarse. Entre el yo y el tú está el muro de la alteridad. Ciertamente, amando podemos entrar, de algún modo, en la existencia del otro. Queda, sin embargo, la barrera infranqueable del ser diversos. Jesús, en cambio, que a través del amor ha sido transformado totalmente, está libre de tales barreras y límites. Es capaz de atravesar no sólo las puertas exteriores cerradas, como nos narran los Evangelios (cf. Jn 20, 19). Puede atravesar la puerta interior entre el yo y el tú, la puerta cerrada entre el ayer y el hoy, entre el pasado y el porvenir. Cuando, en el día de su entrada solemne en Jerusalén, un grupo de griegos pidió verlo, Jesús contestó con la parábola del grano de trigo que, para dar mucho fruto, tiene que morir. Con eso predijo su propio destino: no se limitó simplemente a hablar unos minutos con este o aquel griego. A través de su Cruz, de su partida, de su muerte como el grano de trigo, llegaría realmente a los griegos, de modo que ellos pudieran verlo y tocarlo en la fe. Su partida se convierte en un venir en el modo universal de la presencia del Resucitado, en el cual Él está presente ayer, hoy y siempre; en el cual abraza todos los tiempos y todos los lugares. Ahora puede superar también el muro de la alteridad que separa el yo del tú. Esto sucedió con Pablo, quien describe el proceso de su conversión y Bautismo con las palabras: "vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí" (Ga 2, 20). Mediante la llegada del Resucitado, Pablo ha obtenido una identidad nueva. Su yo cerrado se ha abierto. Ahora vive en comunión con Jesucristo, en el gran yo de los creyentes que se han convertido –como él define– en "uno en Cristo" (Ga 3, 28).

Queridos amigos, se pone así de manifiesto, que las palabras misteriosas de Jesús en el Cenáculo ahora –mediante el Bautismo– se hacen de nuevo presentes para vosotros. Por el Bautismo el Señor entra en vuestra vida por la puerta de vuestro corazón. Nosotros no estamos ya uno junto al otro o uno contra el otro. Él atraviesa todas estas puertas. Ésta es la realidad del Bautismo: Él, el Resucitado, viene, viene a vosotros y une su vida a la vuestra, introduciéndoos en el fuego vivo de su amor. Formáis una unidad, sí, una sola cosa con Él, y de este modo una sola cosa entre vosotros. En un primer momento esto puede parecer muy teórico y poco realista. Pero cuanto más viváis la vida de bautizados, tanto más podréis experimentar la verdad de esta palabra. Las personas bautizadas y creyentes no son nunca realmente ajenas las unas para las otras. Pueden separarnos continentes, culturas, estructuras sociales o también acontecimientos históricos. Pero cuando nos encontramos nos conocemos en el mismo Señor, en la misma fe, en la misma esperanza, en el mismo amor, que nos conforman. Entonces experimentamos que el fundamento de nuestras vidas es el mismo. Experimentamos que en lo más profundo de nosotros mismos estamos enraizados en la misma identidad, a partir de la cual todas las diversidades exteriores, por más grandes que sean, resultan secundarias. Los creyentes no son nunca totalmente extraños el uno para el otro. Estamos en comunión a causa de nuestra identidad más profunda: Cristo en nosotros. Así la fe es una fuerza de paz y reconciliación en el mundo: la lejanía ha sido superada, estamos unidos en el Señor (cf. Ef 2, 13).

Esta naturaleza íntima del Bautismo, como don de una nueva identidad, está representada por la Iglesia en el Sacramento a través de elementos sensibles. El elemento fundamental del Bautismo es el agua; junto a ella está, en segundo lugar, la luz que, en la Liturgia de la Vigilia Pascual, destaca con gran eficacia. Echemos solamente una mirada a estos dos elementos. En el último capítulo de la Carta a los Hebreos se encuentra una afirmación sobre Cristo, en la que el agua no aparece directamente, pero que, por su relación con el Antiguo Testamento, deja sin embargo traslucir el misterio del agua y su sentido simbólico. Allí se lee: "El Dios de la paz, hizo subir de entre los muertos al gran pastor de las ovejas, nuestro Señor Jesús, en virtud de la sangre de la alianza eterna" (cf. 13, 20). En esta frase resuena una palabra del Libro de Isaías, en la que Moisés es calificado como el pastor que el Señor ha hecho salir del agua, del mar (cf. 63, 11). Jesús aparece como el nuevo y definitivo Pastor que lleva a cabo lo que Moisés hizo: nos saca de las aguas letales del mar, de las aguas de la muerte. En este contexto podemos recordar que Moisés fue colocado por su madre en una cesta en el Nilo. Luego, por providencia divina, fue sacado de las aguas, llevado de la muerte a la vida, y así –salvado él mismo de las aguas de la muerte– pudo conducir a los demás haciéndolos pasar a través del mar de la muerte. Jesús ha descendido por nosotros a las aguas oscuras de la muerte. Pero en virtud de su sangre, nos dice la Carta a los Hebreos, ha sido arrancado de la muerte: su amor se ha unido al del Padre y así desde la profundidad de la muerte ha podido subir a la vida. Ahora nos eleva de la muerte a la vida verdadera. Sí, esto es lo que ocurre en el Bautismo: Él nos atrae hacía sí, nos atrae a la vida verdadera. Nos conduce por el mar de la historia a menudo tan oscuro, en cuyas confusiones y peligros corremos el riesgo de hundirnos frecuentemente. En el Bautismo nos toma como de la mano, nos conduce por el camino que atraviesa el Mar Rojo de este tiempo y nos introduce en la vida eterna, en aquella verdadera y justa. ¡Apretemos su mano! Pase lo que pase, ¡no soltemos su mano! De este modo caminamos sobre la senda que conduce a la vida.

En segundo lugar está el símbolo de la luz y del fuego. Gregorio de Tours narra la costumbre, que se ha mantenido durante mucho tiempo en ciertas partes, de encender el fuego para la celebración de la Vigilia Pascual directamente con el sol a través de un cristal: se recibía, por así decir, la luz y el fuego nuevamente del cielo para encender luego todas las luces y fuegos del año. Esto es un símbolo de lo que celebramos en la Vigilia Pascual. Con la radicalidad de su amor, en el que el corazón de Dios y el corazón del hombre se han entrelazado, Jesucristo ha tomado verdaderamente la luz del cielo y la ha traído a la tierra –la luz de la verdad y el fuego del amor que transforma el ser del hombre. Él ha traído la luz, y ahora sabemos quién es Dios y cómo es Dios. Así también sabemos cómo están las cosas respecto al hombre; qué somos y para qué existimos. Ser bautizados significa que el fuego de esta luz ha penetrado hasta lo más íntimo de nosotros mismos. Por esto, en la Iglesia antigua se llamaba también al Bautismo el Sacramento de la iluminación: la luz de Dios entra en nosotros; así nos convertimos nosotros mismos en hijos de la luz. No queremos dejar que se apague esta luz de la verdad que nos indica el camino. Queremos preservarla de todas las fuerzas que pretenden extinguirla para arrojarnos en la oscuridad sobre Dios y sobre nosotros mismos. La oscuridad, de vez en cuando, puede parecer cómoda. Puedo esconderme y pasar mi vida durmiendo. Pero nosotros no hemos sido llamados a las tinieblas, sino a la luz. En las promesas bautismales encendemos, por así decir, nuevamente, año tras año esta luz: sí, creo que el mundo y mi vida no provienen del azar, sino de la Razón eterna y del Amor eterno; han sido creados por Dios omnipotente. Sí, creo que en Jesucristo, en su encarnación, en su cruz y resurrección se ha manifestado el Rostro de Dios; que en Él Dios está presente entre nosotros, nos une y nos conduce hacia nuestra meta, hacia el Amor eterno. Sí, creo que el Espíritu Santo nos da la Palabra verdadera e ilumina nuestro corazón; creo que en la comunión de la Iglesia nos convertimos todos en un solo Cuerpo con el Señor y así caminamos hacia la resurrección y la vida eterna. El Señor nos ha dado la luz de la verdad. Esta luz es también al mismo tiempo fuego, fuerza de Dios, una fuerza que no destruye, sino que quiere transformar nuestros corazones, para que nosotros seamos realmente hombres de Dios y para que su paz actúe en este mundo.

En la Iglesia antigua existía la costumbre de que el Obispo o el sacerdote después de la homilía exhortara a los creyentes exclamando: "Conversi ad Dominum" –volveos ahora hacia el Señor. Eso significaba ante todo que ellos se volvían hacia el Este –en la dirección del sol naciente como señal del retorno de Cristo, a cuyo encuentro vamos en la celebración de la Eucaristía. Donde, por alguna razón, eso no era posible, dirigían su mirada a la imagen de Cristo en el ábside o a la Cruz, para orientarse interiormente hacia el Señor. Porque, en definitiva, se trataba de este hecho interior: de la conversio, de dirigir nuestra alma hacia Jesucristo y, de ese modo, hacia el Dios viviente, hacia la luz verdadera. A esto se unía también otra exclamación que aún hoy, antes del Canon, se dirige a la comunidad creyente: "Sursum corda" –levantemos el corazón, fuera de la maraña de todas nuestras preocupaciones, de nuestros deseos, de nuestras angustias, de nuestra distracción– levantad vuestros corazones, vuestra interioridad. Con ambas exclamaciones se nos exhorta de alguna manera a renovar nuestro Bautismo: Conversi ad Dominum –siempre debemos apartarnos de los caminos equivocados, en los que tan a menudo nos movemos con nuestro pensamiento y obras. Siempre tenemos que dirigirnos a Él, que es el Camino, la Verdad y la Vida. Siempre hemos de ser "convertidos", dirigir toda la vida a Dios. Y siempre tenemos que dejar que nuestro corazón sea sustraído de la fuerza de gravedad, que lo atrae hacia abajo, y levantarlo interiormente hacia lo alto: en la verdad y el amor. En esta hora damos gracias al Señor, porque en virtud de la fuerza de su palabra y de los santos Sacramentos nos indica el itinerario justo y atrae hacia lo alto nuestro corazón. Y lo pedimos así: Sí, Señor, haz que nos convirtamos en personas pascuales, hombres y mujeres de la luz, colmados del fuego de tu amor. Amén.



6. Domingo de Pascua

23 de marzo del 2008


"Resurrexi, et adhuc tecum sum. Alleluia! He resucitado, estoy siempre contigo. ¡Aleluya!". Queridos hermanos y hermanas, Jesús, crucificado y resucitado, nos repite hoy este anuncio gozoso: es el anuncio pascual. Acojámoslo con íntimo asombro y gratitud.

"Resurrexi et adhuc tecum sum – He resucitado y aún y siempre estoy contigo". Estas palabras, entresacadas de una antigua versión del Salmo 138 (v.18b), resuenan al comienzo de la Santa Misa de hoy. En ellas, al surgir el sol de la Pascua, la Iglesia reconoce la voz misma de Jesús que, resucitando de la muerte, colmado de felicidad y amor, se dirige al Padre y exclama: Padre mío, ¡heme aquí! He resucitado, todavía estoy contigo y lo estaré siempre; tu Espíritu no me ha abandonado nunca. Así también podemos comprender de modo nuevo otras expresiones del Salmo: "Si escalo al cielo, allí estás tú, si me acuesto en el abismo, allí te encuentro... Por que ni la tiniebla es oscura para ti, la noche es clara como el día; para ti las tinieblas son como luz" (Sal 138, 8.12). Es verdad: en la solemne vigilia de Pascua las tinieblas se convierten en luz, la noche cede el paso al día que no conoce ocaso. La muerte y resurrección del Verbo de Dios encarnado es un acontecimiento de amor insuperable, es la victoria del Amor que nos ha liberado de la esclavitud del pecado y de la muerte. Ha cambiado el curso de la historia, infundiendo un indeleble y renovado sentido y valor a la vida del hombre.

"He resucitado y estoy aún y siempre contigo". Estas palabras nos invitan a contemplar a Cristo resucitado, haciendo resonar en nuestro corazón su voz. Con su sacrificio redentor Jesús de Nazaret nos ha hecho hijos adoptivos de Dios, de modo que ahora podemos introducirnos también nosotros en el diálogo misterioso entre Él y el Padre. Viene a la mente lo que un día dijo a sus oyentes: "Todo me lo ha entregado mi Padre, y nadie conoce al Hijo más que el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar" (Mt 11,27). En esta perspectiva, advertimos que la afirmación dirigida hoy por Jesús resucitado al Padre, – "Estoy aún y siempre contigo" – nos concierne también a nosotros, que somos hijos de Dios y coherederos con Cristo, si realmente participamos en sus sufrimientos para participar en su gloria (cf. Rm 8,17). Gracias a la muerte y resurrección de Cristo, también nosotros resucitamos hoy a la vida nueva, y uniendo nuestra voz a la suya proclamamos nuestro deseo de permanecer para siempre con Dios, nuestro Padre infinitamente bueno y misericordioso.

Entramos así en la profundidad del misterio pascual. El acontecimiento sorprendente de la resurrección de Jesús es esencialmente un acontecimiento de amor: amor del Padre que entrega al Hijo para la salvación del mundo; amor del Hijo que se abandona en la voluntad del Padre por todos nosotros; amor del Espíritu que resucita a Jesús de entre los muertos con su cuerpo transfigurado. Y todavía más: amor del Padre que "vuelve a abrazar" al Hijo envolviéndolo en su gloria; amor del Hijo que con la fuerza del Espíritu vuelve al Padre revestido de nuestra humanidad transfigurada. Esta solemnidad, que nos hace revivir la experiencia absoluta y única de la resurrección de Jesús, es un llamamiento a convertirnos al Amor; una invitación a vivir rechazando el odio y el egoísmo y a seguir dócilmente las huellas del Cordero inmolado por nuestra salvación, a imitar al Redentor "manso y humilde de corazón", que es descanso para nuestras almas (cf. Mt 11,29).

Hermanas y hermanos cristianos de todos los rincones del mundo, hombres y mujeres de espíritu sinceramente abierto a la verdad: que nadie cierre el corazón a la omnipotencia de este amor redentor. Jesucristo ha muerto y resucitado por todos: ¡Él es nuestra esperanza! Esperanza verdadera para cada ser humano. Hoy, como hizo en Galilea con sus discípulos antes de volver al Padre, Jesús resucitado nos envía también a todas partes como testigos de su esperanza y nos garantiza: Yo estoy siempre con vosotros, todos los días, hasta el fin del mundo (cf. Mt 28,20). Fijando la mirada del alma en las llagas gloriosas de su cuerpo transfigurado, podemos entender el sentido y el valor del sufrimiento, podemos aliviar las múltiples heridas que siguen ensangrentando a la humanidad, también en nuestros días. En sus llagas gloriosas reconocemos los signos indelebles de la misericordia infinita del Dios del que habla al profeta: Él es quien cura las heridas de los corazones desgarrados, quien defiende a los débiles y proclama la libertad a los esclavos, quien consuela a todos los afligidos y ofrece su aceite de alegría en lugar del vestido de luto, un canto de alabanza en lugar de un corazón triste (cf. Is 61,1.2.3). Si nos acercamos a Él con humilde confianza, encontraremos en su mirada la respuesta al anhelo más profundo de nuestro corazón: conocer a Dios y entablar con Él una relación vital en una auténtica comunión de amor, que colme de su mismo amor nuestra existencia y nuestras relaciones interpersonales y sociales. Para esto la humanidad necesita a Cristo: en Él, nuestra esperanza, "fuimos salvados" (cf. Rm 8,24)

Cuántas veces las relaciones entre personas, grupos y pueblos, están marcadas por el egoísmo, la injusticia, el odio, la violencia, en vez de estarlo por el amor. Son las llagas de la humanidad, abiertas y dolientes en todos los rincones del planeta, aunque a veces ignoradas e intencionadamente escondidas; llagas que desgarran el alma y el cuerpo de innumerables hermanos y hermanas nuestros. Éstas esperan obtener alivio y ser curadas por las llagas gloriosas del Señor resucitado (cf. 1 P 2, 24-25) y por la solidaridad de cuantos, siguiendo sus huellas y en su nombre, realizan gestos de amor, se comprometen activamente en favor de la justicia y difunden en su alrededor signos luminosos de esperanza en los lugares ensangrentados por los conflictos y dondequiera que la dignidad de la persona humana continúe siendo denigrada y vulnerada. El anhelo es que precisamente allí se multipliquen los testimonios de benignidad y de perdón.

Queridos hermanos y hermanas, dejémonos iluminar por la luz deslumbrante de este Día solemne; abrámonos con sincera confianza a Cristo resucitado, para que la fuerza renovadora del misterio pascual se manifieste en cada uno de nosotros, en nuestras familias y nuestros Países. Se manifieste en todas las partes del mundo. No podemos dejar de pensar en este momento, de modo particular, en algunas regiones africanas, como Dafur y Somalia, en el martirizado Oriente Medio, especialmente en Tierra Santa, en Irak, en Líbano y, finalmente, en Tibet, regiones para las cuales aliento la búsqueda de soluciones que salvaguarden el bien y la paz. Invoquemos la plenitud de los dones pascuales por intercesión de María que, tras haber compartido los sufrimientos de la Pasión y crucifixión de su Hijo inocente, ha experimentado también la alegría inefable de su resurrección. Que, al estar asociada a la gloria de Cristo, sea Ella quien nos proteja y nos guíe por el camino de la solidaridad fraterna y de la paz. Éstos son mis anhelos pascuales, que transmito a los que estáis aquí presentes y a los hombres y mujeres de cada nación y continente unidos con nosotros a través de la radio y de la televisión. ¡Feliz Pascua!

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Todas las homilías de Benedicto XVI, año por año, en el sitio web del Vaticano:

> Homilías

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En esta página de www.chiesa, las homilías de Benedicto XVI en la semana santa del 2007:

> Pascua en Roma: las homilías secretas del sucesor de Pedro (11.4.2007)

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Los textos del Vía Crucis papal del viernes santo, escritos por el cardenal Joseph Zen Ze-kiun, obispo de Hong Kong:

> Vía Crucis

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La noche del sábado 22 de marzo del 2008, durante la vigilia pascual en San Pietro, Benedicto XVI bautizó a 7 nuevos cristianos, 5 mujeres y 2 hombres, provenientes de Italia, Camerún, de China, de los Estados Unidos y del Perú.

Entre estos había un convertido del Islam, Magdi Allam, 56 años, nacido en Egipto y ciudadano italiano, escritor y periodista de fama, subdirector “ad personam” del “Corriere della Sera”.

Poco antes del rito, el padre Federico Lombardi, director de la sala de prensa de la Santa Sede, declaró:

“Para la Iglesia católica cada persona que pide recibir el bautismo después de una profunda búsqueda personal, una elección plenamente libre y una adecuada preparación, tiene el derecho de recibirlo.

"Por su parte, el Santo Padre administra el Bautismo en el curso de la liturgia pascual a los catecúmenos que les han sido presentados, sin hacer ‘diferencia entre personas’, o sea considerándolos a todos igualmente importantes frente al amor de Dios y bienvenidos en la comunidad de la Iglesia”.

Al bautismo de Magdi Allam www.chiesa dedicará pronto un servicio.

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Traducción en español de José Arturo Quarracino, Buenos Aires, Argentina, y de Juan Diego Muro, Lima, Perú.

Contribucion de Juan Rajs. G.