Saturday, May 24, 2008

Sombra al pie del faro. Los ataques a la Iglesia.

Autor: Oscar Schmidt | Fuente: www.reinadelcielo.org
Sombra al pie del faro. Los ataques a la Iglesia.
Las sombras redoblan sus esfuerzos para ubicarse lo más cerca posible del faro y oscurecer su fanal, su fuente de luz

Sombra al pie del faro. Los ataques a la Iglesia.

Hace algunos años me dijo un hombre: “la sombra yace al pie del faro”. Y es una frase que ha quedado dentro de mi, reapareciendo en aquellos momentos en que la realidad me muestra que es tremendamente cierta. El faro ilumina a los navegantes, a lo lejos, en medio de la inmensidad del mar. Los guía por el camino seguro, es señal y símbolo de paz para ellos, porque al verlo navegan con confianza aun en medio de la más cerrada noche. La luz del faro barre el horizonte, segura de extender su mirada hacia la distancia, cubriendo con su manto a aquellos que necesitan de su guía y protección. Sin embargo, al pie del faro, en su base de piedra llena de musgo y moho, hay oscuridad. La luz no puede llegar allí, es un punto ciego donde se esconden las sombras. La oscuridad escapa del haz de luz, de la fuente de luminosidad, y se esconde donde no puede ser atacada: bien cerca del faro, a sus pies. Casi podríamos decir que cuanto más se acerca al faro, más segura y poderosa se siente.

Y es hasta entendible que así sea: el mal quiere extinguir la fuente de luz, por eso redobla sus ataques para apagarla, buscando ubicarse lo más cerca posible del poder, del mando, de aquellos que tienen la responsabilidad de guiar a otros. Si logran oscurecer a los que guían, se aseguran que el faro no emita más luz, dejando a la gente en medio de la oscuridad que el mal propone.

Esta triste realidad la vemos en los gobernantes de muchas naciones: la oscuridad se arroja sobre ellos para buscar que gobiernen siendo fuente de sombras. Las tentaciones orientadas al poder, la corrupción, la soberbia, la vanidad y la falta de caridad son las sombras que los atacan. Cuando la luz fue extinguida, ese faro ya no puede iluminar a su pueblo, dejando a las pobres almas sumidas en una noche espiritual y humana. También lo vemos en los lugares de trabajo: los responsables de conducir a muchas empresas son tentados para hacer indigna la tarea de quienes siguen sus ordenes. ¡Y el trabajo es fuente de dignificación del hombre!. De este modo las sombras extinguen estos faros que podrían hacer también del sudor del hombre una alabanza a Dios. En cambio, lo transforman en una guerra de vanidades, ambición, egoísmo, corrupción y división. Y que podemos decir de las familias: cuantas veces vemos matrimonios unidos en la fe que se encuentran con hijos que se desvían del amor a Dios. Esas familias que son fuente de luz y ejemplo para muchos otros, y de repente se enfrentan en su propio hogar con una fuente de oscuridad, cercana, tratando de oscurecer a los otros hijos o a la familia toda. Es un intento del mal de apagar esa fuente de luz, ese faro.

Y finalmente, también podemos entender muchos de los ataques a la Iglesia bajo el mismo principio. Si Ella es el Cuerpo Místico de Cristo, que trofeo más grande podría tener el mal más que oscurecerla, apagarla. ¡Es el gran faro!. Las sombras redoblan sus esfuerzos para ubicarse lo más cerca posible del faro y oscurecer su fanal, su fuente de luz. Pero la Iglesia es eterna, nunca acabará. Sufrirá, tendrá que soportar muchas sombras moviéndose cerca, tratando de detenerla. ¡Pero las sombras no prevalecerán!.

El Mal se concentra en aquellos puntos desde donde puede influir más en otros: en gobernantes, padres de familia, lideres de empresa, en todo aquel que sea guía de almas. Cuando nos toca el turno de ser faros seamos fuente de luz, no dejemos que la oscuridad opaque la luminosidad de nuestro consejo, nuestra guía y nuestro ejemplo.

¿Cómo actuar ante los ataques a la Iglesia?

Autor: P. Clemente González | Fuente: Catholic.net
¿Cómo actuar ante los ataques a la Iglesia?
Serenidad, sinceridad y caridad

¿Cómo actuar ante los ataques a la Iglesia?

Hay principalmente tres actitudes que ayudan de manera especial al católico ante los ataques a la Iglesia: la serenidad, la sinceridad y la caridad.

Le serenidad nace de la conciencia de que Cristo sigue estando presente en su Iglesia y que la fe es un don que "ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni al corazón del hombre llegó lo que Dios preparó para los que le aman". (1 Cor 2,9). Así, dado que la fe de la Iglesia no es una lección de matemáticas básica, no hay que extrañarse si no todos la comprenden. Siempre habrá ataques, pues a la Iglesia le toca el mismo destino que a Cristo: "Éste está puesto para ser señal de contradicción". (Lc 2,34)

Muchas veces los ataques a la Iglesia no son de mala voluntad, sino que surgen de la ignorancia de los atacantes. Hay que evitar los juicios y escucharlos con atención y respeto, tratando de iniciar juntos, un camino para encontrar la verdad. Por eso es necesario que cada cristiano conozca siempre mejor su fe, la profundice y sobre todo la viva cada día para poder dar respuesta a todo el que le pida razón de su esperanza (1 Pedro 3,15). El católico no tiene porque temer la sinceridad pues tiene su seguridad en Cristo que dijo: “Yo soy la verdad”. (Jn 14,6)

Conviene que un católico responda a los ataques, no con la discusión, ni con la agresión, sino con la caridad. El cristianismo no ha logrado sus grandes victorias por medio de la fuerza o del poder. Es el amor el que hizo diferente y deseable su estilo de vida. La caridad debe ser el distintivo de los cristianos, porque en la caridad el católico muestra que es un hijo de Dios. Debemos buscar el error y falsedad de las críticas, pero, a su vez, amar al hombre o mujer que las dice. El cristiano debe odiar el pecado, pero amar al pecador.

"Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que los odian, orad por los que los persiguen..." Este es el mandato de Jesús.

Por eso el cristiano debe defender a la Iglesia siempre como institución divina fundada por Jesucristo y como medio de santificación para todos los hombres, consciente de que está formada por seres humanos con fallos y debilidades pero que por encima de ella está la gracia de Dios. “Tu eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia y los poderes del infierno no prevalecerán sobre ella”.

¿Reuniones o confesiones?

Autor: P. Fernando Pascual | Fuente: Catholic.net
¿Reuniones o confesiones?
Un sacerdote que recordó que lo más importante es cuidar a las ovejas

¿Reuniones o confesiones?

El abad acababa de entrar a su oficina. Abrió la agenda con el programa del día.

9.00, reunión con el consejo del monasterio.

10.30, reunión de sacerdotes del sector.

12.30, reunión con los administradores de la zona.

15.00, reunión del obispo con los agentes de pastoral.

17.30, reunión para planeación de la catequesis.

Sonó el timbre de la sacristía. El abad estaba colocando varios papeles en su sitio, cuando se acercó el hermano portero.

"Ha llegado una señora anciana con un chico joven. Quieren hablar con un sacerdote".

"Diles que estamos ocupados, que vengan más tarde".

El portero se retira. A las 8.45, el abad se dirige a la sala de reuniones. Tiene que pasar por la sacristía. Allí seguían, en pie, la señora y el joven.

"Padre, perdone nuestra insistencia. ¿Podemos hablar un momento con usted?"

"Buenos días, buenos días. Perdonen, es que tengo un poco de prisa. Ahora debo ir a una reunión, y toda la mañana y la tarde voy a estar ocupado. ¿No pueden venir más tarde, cuando encuentren algún sacerdote libre?"

"Padre, es que llevo más de un año con deseos de confesarme. Nunca encuentro a un sacerdote en la iglesia, o si lo encuentro están siempre muy ocupados. Pero hoy no puedo dejar pasar más tiempo. Convencí a mi nieto para que viniese a confesarse o, al menos, a hablar un rato con un padre. Quizá es el momento de Dios, no habría que dejar pasar más tiempo. ¿No le parece?"

El padre abad sintió un poco de pena, pero es que las reuniones son tan importantes, y estaban programadas desde hacía tanto tiempo...

"Mire, señora, seguro que hacia mediodía encontrarán otro padre. El ecónomo salió de compras, el administrador ahora viene conmigo. El encargado de catequesis lleva unos días fuera en cursillos de actualización, pero cuando regrese estoy seguro de que les recibirá con mucho gusto".

"Padre, por favor, mi nieto está aquí ahora, pero a mediodía tiene que irse. ¿No es posible hacer algo, encontrar a alguien?"

El padre abad notó dentro de sí un movimiento de impaciencia. Tenía prisa. El reloj marcaba las 8.55. Pero había que mostrarse educado.

"Señora, lo siento... Seguro que habrá otra oportunidad... Quizá cuando vuelva su nieto, otro día..."

Como la señora hizo un gesto de insistencia, el padre decidió escapar directamente por la iglesia, para llegar más rápido a la sala de reuniones.

Al pasar por la capilla del Sagrario, hizo la genuflexión. Algo dentro de sí le dejó triste e inquieto. Como si Cristo le susurrase al corazón: "¿Vas a dar más importancia a las reuniones que a unas personas que han llegado aquí para pedir ayuda? ¿Para eso te escogí sacerdote?"

Fue como una lanzada profunda. Unas lágrimas asomaron por sus ojos. Repitió la genuflexión, y fue otra vez a la sacristía.

La señora y el joven estaban a punto de salir por la puerta lateral. El abad les dijo en voz alta: "Esperen, creo que hay una solución. Vuelvo en seguida".

Volvió al despacho y llamó al portero. "Cancela todas las citas que tengo en la mañana. Están anotadas aquí, en la agenda".

"Pero, padre, si ya el consejo está reunido para la reunión".

"Ahora hay algo más importante. Luego explico a todos lo que ha pasado".

Fue a la iglesia y se dirigió al confesionario de la izquierda. Daba pena verlo tan solo, tan triste, tan sucio. Rompió una telaraña y sacudió el polvo. Volvió a la sacristía y llamó a la señora y al nieto.

La luz del confesionario se encendió. ¡Todavía funcionaba! Tenía dudas el padre abad, pues desde hacía mucho tiempo que no se usaba ese lugar para lo que fue construido: para confesar...

Entró primero el joven. Estuvo tiempo, mucho tiempo, tranquilo, sin prisas. ¿Conversó o se confesó? Dios lo sabe. Pero el joven salió distinto, con una sonrisa como pocas veces se le había visto en los últimos meses. Al despedirse del padre abad, le dijo: "¿Sabe? Es la primera vez en mi vida que hablo con un sacerdote".

Luego entró la señora anciana. Quería estar poco tiempo, confesarse rápido, pues pensaba que el padre tendría mucha prisa. Pero se sintió extrañamente acogida, con más cariño que nunca. El padre abad le dedicó tiempo, mucho tiempo, como si ella fuese la persona más importante del mundo.

En la capilla del Sagrario, Jesús estaba muy feliz. Porque un sacerdote había recordado que lo más importante es cuidar a las ovejas. Y porque dos almas, de edades y mentalidades muy diferentes, habían tenido la ocasión de recibir una nueva señal del cariño inmenso que Dios tiene por cada uno de sus hijos.

¿Puede el Papa caer en error o herejía?



Autor: - | Fuente: Revista Cristiandad
¿Puede el Papa caer en error o herejía?
El Santo Padre puede caer como persona en el error, pero nunca como Supremo Pontífice

¿Puede el Papa caer en error o herejía?
¿Puede el Papa caer en error o herejía?
Cuando el rayo imbatible de la verdad golpea el pecho de Satanás, padre de la mentira, éste recurre, para perdición de las almas, a dos estrategias: la negación abierta de la verdad o a su ridiculización. El demonio es, como se ha dicho con anterioridad, "la mona de Dios".


Estrategias de Satanás para inducir al error

La primera estrategia la utiliza con los pecadores declarados y con todos los que adhieren a la mentira sin poner reservas a lo que se le dice, porque no tienen verdadero amor a la verdad. Para Lucifer éste grupo no es mayor problema, ya que a su sola inspiración es obedecido.

La segunda fórmula tiene dos objetivos: al falsificar la verdad llevándola al ridículo, los enemigos de ésta tienen una punzante herramienta para ridiculizar a quienes siguen la verdad plena. Sólo les basta unir a los fieles con la falsificación de la Verdad para alejar a las personas de lo verdadero y para persuadir a los fieles de que sostienen un absurdo, y, en consecuencia, alejarlas de Dios. El segundo objetivo consiste en reunir al mayor número de fieles posible en torno a este ridículo, suponiendo éstos que siguen la verdad que aman profundamente.

Recordemos que un demonio es un ángel es un ser de inteligencia pura, y por lo tanto lo grotesco y evidente lo reserva sólo para quienes caminan en sus pasos. Para los hijos de la luz sugiere cosas tan sutilmente erróneas, tan aparentemente ciertas y virtuosas que sólo el ojo atento puede detectarlas y denunciarla por amor de Dios. Es el caso de las apariciones falsas, y de todas las falsas devociones. Para detectar este error es preciso, en estos casos en que no aparece evidente ante los ojos, llevar la sentencia hasta su último extremo. Así salta a la vista el mal que hay en ella.


Infalibilidad: respuestas e historia

Uno de estos sutiles errores comenzó a proclamarlo en el siglo XIX, cuando se vio gravemente herido con la doble proclamación dogmática de la Inmaculada Concepción y la Infalibilidad Pontificia. Contra la primera su orgullo se hería por hacerse tan gran reconocimiento a las consideraciones divinas esa mujer que fue Madre del Creador, Reina de los Ángeles y Quien le aplasta la cabeza con su humildad. Los errores contra esto los analizaremos en una próxima oportunidad.

Contra la segunda se rebeló de todas las formas posibles, pero no pudo impedir la corroboración fulminante. Entonces habló al orgullo de los hombres para que se rebelasen contra la idea de que un hombre tan humano como cualquiera de ellos pudiese ser infalible. Y llevándolos por los caminos del error, sentó así los términos: el Papa es un hombre y por lo tanto puede errar, luego, el dogma es un absurdo de los católicos. Y así protestantes, modernistas, masones, librepensadores, socialistas y toda la caterva de secuaces del mal declarado se unieron para atacar a la Iglesia acusándola de sostener el ridículo de que el Papa, por el sólo hecho de sentarse en el trono del Pescador, automáticamente queda libre de error y de pecado. En otras palabras, gozaba del don de la inerrancia. Y como la historia papal denunciaba que esto no era así, que sólo el Renacimiento aportaba suficiente material de contradicción contra el dogma, etc. no era posible ser reído y aceptado esta propuesta como dogma. En otras palabras, todo el mundo se equivoca menos el Papa. El Papa, por lógica, nunca puede equivocarse.

A esta propuesta surgieron tres respuestas entre los católicos. La primera fue de abandonar las filas de la Iglesia porque ésta mandaba creer cosas que iban contra el sentido común. La segunda fue de enmarcar las cosas según los Padres Conciliares definieron, y por lo tanto, aprovechar las llamaradas infernales para dar mayor brillo al pronunciamiento de la Iglesia. Y la tercera fue de, por un sentimiento de piedad pura sin preparación doctrinaria, aceptar y defender la propuesta de los enemigos de la Iglesia como cierta, es decir, que el Papa es inerrante y no puede pecar. Lo que equivale a sostener que el Papa no puede pecar y condenarse.


Condiciones de infalibilidad

Ya antes hemos probado ampliamente por qué es sumamente conforme a la doctrina y a la razón el dogma de infalibilidad y en qué casos opera, en que casos no, etc. Por lo tanto no fundamentaremos aquí la definición dogmática Pero de esta tercera respuesta nos faltaba hablar.

Repitámoslo con la Iglesia: El Papa es infalible en lo doctrinal sólo y únicamente cuando se cumplen estas cuatro condiciones:

1) Cuando habla como Papa, es decir, como Pastor y Doctor de la Iglesia

2) No basta lo anterior. Tiene que ser enseñando a toda la Iglesia universal

3) Tampoco basta con esto. Tiene que se haciendo uso de toda su autoridad

4) E incluso todo lo anterior tampoco basta. Tiene que ser en sentencia última e irrevocable en materia de fe o de costumbres

Por lo tanto, el Papa puede equivocarse cuando habla de política, de medicina, de física, de economía, de historia, etc. En todo menos en asuntos religiosos. Pero incluso también puede errar en asuntos religiosos, si habla de ellos en charlas de sobremesa, o en un paseo con amigos, o discutiendo privadamente de religión. E incluso cuando habla como Fulano de Tal y expone sus propias teorías personales, aunque fuera en un libro de venta pública puede equivocarse. De hecho, las acusaciones puntuales que pueden hacer los enemigos de Dios señalando algunos casos en los 20 siglos de historia de la Iglesia, carecen de una, dos, tres o las cuatro condiciones.

El razonamiento del demonio confunde, maliciosamente, infalibilidad con impecabilidad. El Papa puede caer en pecado mortal y aún ser hereje, pero , precisamente por lo que creemos en el dogma de infalibilidad, sabemos que nunca enseñará ex-cathedra una herejía o error.

Como tratamos antes, hablando de las acusaciones sobre Papas viejos o enfermos, es de maravillarnos que habiendo sufrido estos augustos pontífices toda clase de males físicos y morales, nunca, jamás, eso haya impedido enseñar la Verdad plena, pura y ortodoxa. Ésta es la certeza que tenemos en la asistencia particular del Espíritu Santo prometida por el Redentor.

Cuando nos señalan dolorosos recuerdos, lejos de confundirnos, debemos ver en esto una prueba patente del origen sobrenatural de la Iglesia.

De hecho, en nada se opone a la infalibilidad pontificia, definida como dogma de nuestra fe católica, el que un Papa, considerado como una persona particular, pueda incurrir en la herejía, no sólo en el error.


Historia del problema

Ya en el Decreto de Graciano, se recuerda a San Bonifacio, Arzobispo de Mayence (ya citado por el Cardenal Deusdedit [†1087]): "Huius (I.e. papae) culpas istic redarguere praesumit mortalium nullus, quia qui cunctos ipsae iudicaturus a nemine est iudicandus, nisi deprendatur a fide devius" (Decretum part. I. dist. XL. c6) (Las culpas del Papa nadie presuma, entre los mortales, poner de manifiesto, porque el que ha de juzgar a todos no debe ser juzgado por ninguno, a no ser que sea sorprendido desviado del recto camino de la fe).

En uno de los sermones del Papa Inocente III, el Sumo Pontífice dice; "Me es tan necesaria la fe, que siendo así que sólo Dios puede juzgarme de los demás pecados, por el solo pecado que pudiera cometer contra la fe, podría ser juzgado por la Iglesia" [In tantum fides mihi necessaria est ut, cum de ceteris peccatis solum Deum iudicem habeam, propter solum peccatum quod in fide committitu possm ab Ecclesia iudicari] (Patrología Latina, t. 217, col. 656).

Si bien los teólogos del siglo de oro de la escolástica supusieron innecesario tratar el tema, todos los canonistas de los siglos XII y XIII comentaron el problema. Unánimemente admiten sin dificultad que el Papa puede caer en la herejía como en cualquier otro pecado grave; su estudio se concentra en explicar la razón por la cual en sólo los pecados de la fe pueda el Papa ser juzgado por la Iglesia.

Para algunos la única excepción de la inviolabilidad pontificia es la herejía: "Non potest accusari nisi de haeresi" (Sólo puede ser acusado de herejía) (Summa Lipsiensis, antes de 1170) Otros canonistas, en cambio, equiparan a la herejía el cisma, la simonía, la incredulidad: pero el pecado contra la fe es siempre y para todos un pecado por el cual el Papa puede ser juzgado.

El inmortal y reputado Torquemada, (en Summa de Ecclesia l.II, c.112, Roma 1469) sostiene que el Papa hereje quedaba automáticamente depuesto. Para otros, el Papa podía ser juzgado por un Concilio, cuya autoridad quedaba limitada a juzgar dicha herejía en el Pontífice; y en el caso comprobado, deponerlo y nombrar un nuevo Papa. Thomas Netter (1430) afirma que esa es la antigua fe católica.

En el siglo XVI la opinión del cardenal Torquemada es reafirmada por el gran teólogo Salmantino en su obra "De Romani Pontificis institutione et auctoritate", cap. XIII. Lo mismo sostendrá Piério (Summa Sylvestrina; t. II p. 276). Pighies niega la posibilidad de que el Papa pueda caer en la herejía. Y contra esta sentencia el extraordinario teólogo del Concilio de Trento, Melchor Cano, O.P., después de haber rechazado la mayor parte de las explicaciones dadas por Pighio, para defender a muchos papas en asuntos de fe, concluye que no se puede negar que el Sumo Pontífice pueda caer en herejía, pues basta un caso, un ejemplo, para que pueda haber dos o más ("De loctis theologicis 1. VIII, cap. VIII)


La raíz del problema

Desde la definición de la Infalibilidad Pontificia, pronunciada por el Concilio Ecuménico y Dogmático, Vaticano I, muchos teólogos, mini-teólogos y pseudo-teólogos, confundiendo la doctrina definida o, mejor, no entendiéndola, han declarado que el Papa, por el hecho de ser Papa, es siempre y en todo infalible e impecable. Pero la misma definición dogmática nos previene sobre el problema: no basta con sentarse en el Sillón de Pedro para ser automáticamente infalible e impecable. De hecho, la historia de la Iglesia contradice con hechos irrefutables este absurdo teológico lamentablemente tan extendido hasta en los mejores círculos de pensamiento.

La Iglesia nunca nos manda a creer cosas contrarias y opuestas a la razón. Y esta tesis afirma que la elección de un hombre como Papa hace de este hombre, en todos y cada uno de sus momentos; en todas y cada una de sus palabras; en todos y cada uno de sus juicios la expresión sensible de la verdad divina. La razón nos dice que la verdad no cambia, es inmutable; luego, siendo el privilegio de todos y cada uno de los papas la infalibilidad no didáctica, sino personal; no en especialísimas circunstancias, sino siempre y en todas ocasiones, lógicamente deberíase seguir que todos los papas deberían tener un mismo sentir, una misma manera de pensar. Y una cosa es la infalibilidad pontificia y otra es que el Santo Padre esté confirmado en gracia.

El principio universal "lex orandi, lex, sed credendi" nos confirma lo contrario. En las letanías mayores, así como en otras oraciones de la Santa Iglesia, se pide expresamente por la conservación de la fe del Sumo Pontífice, y de todos los órdenes eclesiásticos: "ut domum apostolicum, el omnes eclesiasticos ordines in sancta religione conservare digneris", "que te dignes conservar en la santa religión al Sumo Pontífice y a todos los demás eclesiásticos"

El Santo Padre puede, en resumen, caer como persona en el error, la herejía, pero nunca, jamás, con certeza absoluta de que esto no ocurrirá como Supremo Pontífice en las condiciones especialísimas que exige el dogma de Infalibilidad. Esta es la augusta promesa de Nuestro Señor. Es la asistencia eterna y cierta del Espíritu Santo de la Iglesia durará por los siglos de los siglos, no importando nunca, maravillémonos de esto, la condición moral del Pastor de Pastores.

La historia nos demuestra que hemos tenido Papas moralmente reprobables e incluso simpatizantes de gravísimos errores, pero nunca la Iglesia ha enseñado como tal una herejía, un error o una inmoralidad. El Espíritu Santo ha velado, vela y velará siempre por este faro maravilloso que ilumina a los hombres en su caminar por la tierra.

Sigamos con entusiasmo y reverenciemos siempre al Dulce, Dulce Sucesor de Pedro, la Voz de Cristo en la Tierra.

Friday, May 23, 2008

EL PADRE PIO DE PIETRELCINA, SAN PIO


La Serenidad de la Santidad.

EL PADRE PIO DE PIETRELCINA, SAN PIO DE PIETRELCINA



Exponen cuerpo incorrupto del Padre Pío muerto hace 40 años


Una foto vale mil palabras: ¿sabía que el fenómeno de cuerpos incorruptos sólo se da en santos Católicos?

Hay más de 300 casos documentados donde no se realizó momificación alguna (de todas formas ningún proceso de momificación logra este tipo de preservación)...

El está disfrutando de la Gloria después de tantos sufrimientos (único Sacerdote conocido que sufrió los estigmas visibles de la Pasión de Jesucristo).
Está científicamente documentado que no fueron autoinfligidos como quiere hacer creer la prensa en manos seculares.



Sin embargo:
'Para el que cree, ninguna explicación es necesaria, para el que no cree, ninguna explicación es posible'........

Nota: Agradezco la colaboracion de mi amigo y hermano de Fe J.A. Briz que en sus correos electronicos me envia cosas muy espirituales y edificantes. Esta es una de ellas.

Sunday, May 18, 2008

MAGISTERIO DE LA IGLESIA

MAGISTERIO DE LA IGLESIA

E Supremi Apostolatus


SAN PÍO X
Sobre la falta de doctrina y el deber de darla a conocer

Venerables hermanos: Salud y bendición apostólica

El peso del Pontificado

Al dirigirnos por primera vez a vosotros desde la suprema cátedra apostólica a la que hemos sido elevados por el inescrutable designio de Dios, no es necesario recordar con cuántas lágrimas y oraciones he m o s intentado rechazar esta enorme carga del Pontificado. Podríamos, aunque Nuestro mérito es absolutamente inferior, aplicar a Nuestra situación la queja de aquel gran santo, Anselmo, cuando a pesar de su oposición, incluso de su aversión, fue obligado a aceptar el honor del episcopado. Porque Nos tenemos que recurrir a las mis mas muestras de desconsuelo que él profirió para exponer con qué ánimo, con qué actitud hemos aceptado la pesadísima carga del oficio de apacentar la grey de Cristo. Mis lágrimas son testimonio -esto dice-, así como mis quejas y los suspiros de lamento de mi coraz6n; cuales en ninguna ocasión y por ningún dolor recuerdo haber derramado hasta el día en que cayó sobre mí la pesada suerte del arzobispado de Canterbury. No pudieron dejar de advertirlo todos aquellos que en aquel día contemplaron mi rostro... Yo con un color más propio de un muerto que de una persona viva, pali decía con doloroso estupor. A decir verdad, hasta ese momento hice todo lo posible por rechazar lejos de mí esa elección, o por mejor decir esa extorsión. Pero ya, de grado o por fuerza, tengo que confesar que a diario los designios de Dios resisten más y más a mis planes, de modo que comprendo que es absolutamente imposible oponerme a ello. De ahí que, vencido por la fuerza no de los hombres sino de Dios, contra la que no hay defensa posible, entendí que mi deber era adoptar una única decisión: después de haber orado cuanto pude y haber intentado que, si era posible, ese cáliz pasara de mí sin beberlo... entregueme por completo al sentir ya la voluntad de Dios, dejando de lado mi propio sentir y mi voluntad(1)

Los hombres están hoy apartados de Dios

Y efectivamente no Nos faltaron múltiples y graves motivos para rehusar el Pontificado. Ante todo el que de ningún modo, por nuestra insignificancia, nos considerábamos dignos del honor del pontifica do; ¿a quién no le conmovería ser designado sucesor de aquel que gobernó la Iglesia con extrema prudencia durante casi veintiséis años, sobresalió en tanta agudeza de ingenio, tanto resplandor de virtudes que convirtió incluso a sus enemigos en admiradores y consagró la memoria de su nombre con hechos extraordinarios? Luego, dejando aparte otros motivos, Nos llenaba de temor sobre todo la tristísima situación en que se encuentra la humanidad. Quién ignora, efectivamente, que la sociedad actual, más que en épocas anteriores, está afligida por un íntimo y gravísimo mal que, agravándose por días, la devora hasta la raíz y la lleva a la muerte? Comprendéis, Venerables Hermanos, cuál es el mal; la defección y la separación de Dios: nada más unido ala muerte que esto, según lo dicho por el Profeta (2): Pues he aquí que quienes se alejan de ti, perecerán. Detrás de la misión pontificia que se me ofrecía, Nos veíamos el deber de salir al paso de tan gran mal: Nos parecía que recaía en Nos el mandato del Señor: Hoy te doy sobre pueblos y reinos poder de destruir y arrancar, de edificar y plantar (3); pero, conocedor de Nuestra propia debilidad, Nos espantaba tener que hacer frente a un problema que no admitía ninguna dilación y sí tenía muchas dificultades.

«¡Instaurar todas las cosas en Cristo!»

Sin embargo, puesto que agradó a la divina voluntad elevar nuestra humildad a este supremo poder, descansamos el espíritu en aquel que N os conforta y poniendo manos a la obra, apoyados en ]a fuerza de Dios, manifestamos que en la gestión de Nuestro pontificado tenemos un sólo propósito, instaurarlo todo en Cristo (4), para que efectivamente todo y en todos sea Cristo (5).

Habrá indudablemente quienes, porque miden a Dios con categorías humanas, intentarán escudriñar Nuestras intenciones y achacarlas a intereses y afanes de parte.

Para salirles al paso, aseguramos con toda firmeza que Nos nada queremos ser, y con la gracia de Dios nada seremos ante la humanidad sino Ministro de Dios, de cuya autoridad somos instrumentos. Los intereses de Dios son Nuestros intereses; a ellos hemos decidido consagrar nuestras fuerzas y la vida misma. De ahí que si alguno Nos pide una frase simbólica, que exprese Nuestro propósito, siempre le daremos sólo esta: ¡instaurar todas las cosas en Cristo!

Los hombres contra Dios

Ciertamente, al hacernos cargo de una empresa de tal envergadura y al intentar sacarla adelante Nos proporciona, Venerables Hermanos, una extra ordinaria alegría el hecho de tener la certeza de que todos vosotros seréis unos esforzados aliados para llevarla a cabo. Pues si lo dudáramos os calificaríamos de ignorantes, cosa que ciertamente no sois, o de negligentes ante este funesto ataque que ahora en todo el mundo se promueve y se fomenta contra Dios; puesto que verdaderamente contra su Autor se han amotinado las gentes y traman las naciones planes vanos (6); parece que de todas partes se eleva la voz de quienes atacan a Dios: Apártate de nos otros (7). Por eso, en la mayoría se ha extinguido el temor al Dios eterno y no se tiene en cuenta la ley de su poder supremo en las costumbres ni en público ni en privado: aún más, se lucha con denodado esfuerzo y con todo tipo de maquinaciones para arrancar de raíz incluso el mismo recuerdo y noción de Dios.

Es indudable que quien considere todo esto tendrá que admitir de plano que esta perversión de las almas es como una muestra, como el prólogo de los males que debemos esperar en el fin de los tiempos; o incluso pensará que ya habita en este mundo el hijo de la perdición (8) de quien habla el Apóstol. En verdad, con semejante osadía, con este desafuero de la virtud de la religión, se cuartea por doquier la piedad, los documentos de la fe revelada son impugnados y se pretende directa y obstinadamente apartar, destruir cualquier relación que medie entre Dios y el hombre. Por el contrario -esta es la señal propia del Anticristo según el mismo Apóstol-, el hombre mismo con temeridad extrema ha invadido el campo de Dios, exaltándose por encima de todo aquello que recibe el nombre de Dios; hasta tal punto que -aunque no es capaz de borrar dentro de sí la noción que de Dios tiene-, tras el rechazo de Su majestad, se ha consagrado a sí mismo este mundo visible como si fuera su templo, para que todos lo adoren. Se sentará en el templo de Dios, mostrándose como si fuera Dios (9).

Efectivamente, nadie en su sano juicio puede dudar de cuál es la batalla que está librando la humanidad contra Dios. Se permite ciertamente el hombre, en abuso de su libertad, violar el derecho y el poder del Creador; sin embargo, la victoria siempre está de la parte de Dios; incluso tanto más inminente es la derrota, cuanto Con mayor osadía se alza el hombre esperando el triunfo. Estas advertencias nos hace el mismo Dios en las Escrituras Santas. Pasa por alto, en efecto, los pecados de los hombres (10), como olvidado de su poder y majestad: pero luego, tras simulada indiferencia, irritado como un borracho lleno de fuerza (11), romperá la cabeza a sus enemigos (12) para que todos reconozcan que el rey de toda la tierra es Dios (13) y sepan las gentes que no son más que hombres (14).

Todo esto, Venerables Hermanos, lo mantenemos y lo esperamos con fe cierta. Lo cual, sin embargo, no es impedimento para que, cada uno por su parte, también procure hacer madurar la obra de Dios: y eso, no sólo pidiendo Con asiduidad: Alzate, Señor , no prevalezca al hombre (15), sino -lo que es más importante- con hechos y palabras, abiertamente a la luz del día, afirmando y reivindicando para Dios el supremo dominio sobre los hombres y las demás criaturas, de modo que Su derecho a gobernar y su poder reciba culto y sea fielmente observado por todos.

El deseo de paz: dónde encontrarla

Esto es no sólo una exigencia natural, sino un beneficio para todo el género humano. ¿Cómo no van a sentirse los espíritus invadidos, Hermanos Venerables, por el temor y la tristeza al ver que la mayor parte de la humanidad, al mismo tiempo que se enorgullece, con razón, de sus progresos, se hace la guerra tan atrozmente que es casi una lucha de to- dos contra todos? El deseo de paz conmueve sin duda el corazón de todos y no hay nadie que no la reclame con vehemencia. Sin embargo, una vez rechaza do Dios, se busca la paz inútilmente porque la justicia está desterrada de allí donde Dios está ausente; y quitada la .justicia, en vano se espera la paz. La paz es obra de la justicia (16).

Sabemos que no son pocos los que, llevados por sus ansias de paz, de tranquilidad y de orden, se unen en grupos y facciones que llaman «de orden». ¡Oh, esperanza y preocupaciones vanas! El partido del orden que realmente puede traer una situación de paz después del desorden es uno sólo: el de quienes están de parte de Dios. Así pues, éste es necesario promover ya él habrá que atraer a todos, si son impulsados por su amor a la paz.

Y verdaderamente, Venerables Hermanos, esta vuelta de todas las naciones del mundo a la majestad y el imperio de Dios, nunca se producirá, sean cuales fueren nuestros esfuerzos, si no es por Jesús el Cristo. Pues advierte el Apóstol: Nadie puede poner otro fundamento, fuera del que está ya puesto, que es Cristo Jesús (17). Evidentemente es el mismo a quien el Padre santificó y envió al mundo (18); el esplendor del Padre y la imagen de su sustancia (19), Dios verdadero y verdadero hombre: sin el cual nadie podría conocer a Dios como se debe; pues nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo quisiera revelárselo (20).

Que los hombres vuelvan a Dios, por la Iglesia

De lo cual se concluye que instaurar todas las cosas en Cristo y hacer que ]os hombres vuelvan a someterse a Dios es la misma cosa. Así, pues, es ahí a donde conviene dirigir nuestros cuidados para someter al género humano al poder de Cristo: con El al frente, pronto volverá la humanidad al mismo Dios. A un Dios, que no es aquel despiadado, despectivo para los humanos que han imaginado en sus delirios los materialistas, sino el Dios vivo y verdadero, uno en naturaleza, trino en personas, creador del mundo, que todo lo prevé con suma sabiduría, y también legislador justísimo que castiga a los pecadores y tiene dispuesto el premio a los virtuosos.

Por lo demás, tenemos ante los ojos el camino por el que llegar a Cristo: la Iglesia. Por eso, con razón, dice el Crisóstomo: Tu esperanza la Iglesia, tu salvación la Iglesia, tu :efugio la Iglesia (21): Pues para eso la ha fundado Cristo, y la ha conquistado al precio de su sangre; y a ella encomendó su doctrina y los preceptos de sus leyes, al tiempo que la enriquecía con los generosísimos dones de su divina gracia para la santidad y la salvación de los hombres.

El deber concreto de los Pastores

Ya veis, Venerables Hermanos, cuál es el oficio que en definitiva se confía tanto a Nos como a vosotros: que hagamos volver a la sociedad humana, alejada de la sabiduría de Cristo, a la doctrina de la Iglesia. Verdaderamente la Iglesia es de Cristo y Cristo es de Dios. Y si, con la ayuda de Dios, lo logramos, nos alegraremos porque la iniquidad habrá cedido ante la justicia y escucharemos gozosos una gran voz del cielo que dirá: Ahora llega la salvación, el poder, el reino de nuestro Dios y la autoridad de su Cristo (22).

Ahora bien, para que el éxito responda a los de- seos, es preciso intentar por todos los medios y con todo esfuerzo arrancar de raíz ese crimen cruel y detestable, característico de esta época: el afán que el hombre tiene por colocarse en el lugar de Dios; habrá que devolver su antigua dignidad a los preceptos y consejos evangélicos; habrá que proclamar con más firmeza las verdades transmitidas por la Iglesia. toda su doctrina sobre la santidad del matrimonio. la educación doctrinal de los niños, la propiedad de bienes y su uso. los deberes para y con quienes administran el Estado; en fin, deberá restablecerse el equilibrio entre los distintos órdenes de la sociedad, la ley y las costumbres cristianas.

Los medios: formar buenos sacerdotes

Nos, por supuesto, secundando la voluntad de Dios, nos proponemos intentarlo en nuestro pontificado y lo seguiremos haciendo en la medida de nuestras fuerzas. A vosotros, Venerables Herma nos, os corresponde secundar Nuestros afanes con vuestra santidad, vuestra ciencia, vuestras vidas y vuestros anhelos, ante todo por la gloria de Dios; sin esperar ningún otro premio sino el hecho de que en todos se forme Cristo (23).

Y ya apenas es necesario hablar de los medios que nos pueden ayudar en semejante empresa, puesto que están tomados de la doctrina común. De vuestras preocupaciones, sea la primera formar a Cristo en aquellos que por razón de su oficio están destinados a formar a Cristo en los demás. Pienso en los sacerdotes, Venerables Hermanos. Que todos aquellos que se han iniciado en las órdenes sagradas sean conscientes de que, en las gentes con quienes conviven, tienen asignada la provincia que Pablo declaró haber recibido con aquellas palabras llenas de cariño: Hijitos míos, por quienes sufro de nuevo dolores de parto hasta ver a Cristo formado en vos otros (24). Pues, ¿quiénes serán capaces de cumplir su misión si antes no se han revestido de Cristo? y revestido de tal manera que puedan hacer suyo lo que también decía el Apóstol: ya no vivo yo, es Cristo quien vive en mí (25). Para mí la vida es Cristo (26). Por eso, si bien a todos los fieles se dirige la exhortación que lleguemos a varones perfectos, a la medida de la plenitud de Cristo (27), sin embargo se refiere sobre todo a aquel que desempeña el sacerdocio; pues se le denomina otro Cristo no sólo por la participación de su potestad, sino porque imita sus hechos, y de este modo lleva impresa en sí mismo la imagen de Cristo.

En esta situación, ¡qué cuidado debéis poner, Venerables Hermanos, en la formación del clero para que sean santos! Es necesario que todas las demás tareas que se os presentan, sean cuales fueren, cedan ante ésta. Por eso, la parte mejor de vuestro celo debe emplearse en la organización y el régimen de los seminarios sagrados de modo que florezcan por la integridad de su doctrina y por la santidad de sus costumbres. Cada uno de vosotros tenga en el Seminario las delicias de su corazón, sin omitir para su buena marcha nada de lo que estableció con suma prudencia el Concilio de Trento.

Cuando llegue el momento de tener que iniciar a los candidatos en las órdenes sagradas, por favor no olvidéis la prescripción de Pablo a Timoteo: A nadie impongas las manos precipitadamente (28); considerad con atención que de ordinario los fieles serán tal cual sean aquellos a quienes destinéis al sacerdocio. Por tanto no tengáis la mira puesta en vuestra propia utilidad, mirad únicamente a Dios, a la Iglesia y la felicidad eterna de las almas, no sea que, como advierte el Apóstol, tengáis parte en los pecados de otros (29).


Cuidar a los sacerdotes jóvenes

Otra cosa: que los sacerdotes principiantes y los recién salidos del seminario no echen de menos vuestros cuidados. A éstos -os lo pedimos con toda el alma-, atraedlos con frecuencia hasta vuestro corazón, que debe alimentarse del fuego celestial, encendedlos, inflamad los de manera que anhelen sólo a Dios y el bien de las almas. Nos ciertamente, Venerables Hermanos, proveeremos con la mayor diligencia para que estos hombres sagrados no sean atrapados por las insidias de esta ciencia nueva y engañosa que no tiene el buen olor de Cristo y que, con falsos y astutos argumentos, pretende impulsar los errores del racionalismo y el semirracionalismo; contra esto ya el Apóstol precavía a Timoteo cuando le escribía: Guarda el depósito que se te ha confiado, evitando las novedades profanas y las contradicciones de la falsa ciencia que algunos profesan extraviándose de la fe (30). Esto no impide que Nos estimemos dignos de alabanza los sacerdotes jóvenes, que siguen estudios de ciencias útiles en cualquier campo de la sabiduría, para hacerse mas instruid os en la guarda de la verdad y rechazar mejor las calumnias de los odiadores de la fe. Sin embargo, no podemos ocultar, antes al contrario lo manifestamos abiertamente, que serán siempre Nuestros predilectos quienes, sin menospreciar las disciplinas sagradas y profanas, se dedican ante todo al bien de las almas buscando para sí los dones que con vienen a un sacerdote celoso por la gloria de Dios. Nos tenemos una gran tristeza y un dolor continuo en el corazón ( 31), al comprobar que es aplicable a nuestra época aquella lamentación de Jeremías: Los pequeños pidieron pan y no había quien se lo repartiera (32). No faltan en el clero quienes, de acuerdo con sus propias cualidades, se afanan en cosas de una utilidad quizá no muy definida, mientras, por el contrario, no son tan numerosos los que, a ejemplo de Cristo, aceptan la voz del Profeta: El Espíritu me ungió, me envió para evangelizar a los
pobres, para sanar a los contritos de corazón, para predicar a los cautivos la libertad y a los ciegos la recuperación de la vista (33).

La falta de doctrina: enseñar con caridad

¿A quién se le oculta, Venerables Hermanos, ahora que los hombres se rigen sobre todo por la razón y la libertad, que la enseñanza de la religión es el camino más importante para replantar el reino de Dios en las almas de los hombres? ¡Cuántos son los que odian a Cristo, los que aborrecen a la Iglesia y al Evangelio por ignorancia más que por maldad! De ellos podría decirse con razón: Blasfeman de todo lo que desconocen (34). y este hecho se da no sólo entre el pueblo o en la gente sin formación que, por eso, es arrastrada fácilmente al error, sino también en las clases más cultas, e incluso en quienes sobresalen en otros campos por su erudición. Precisamente de aquí procede la falta de fe de muchos. Pues no hay que atribuir la falta de fe a los progresos de la ciencia, sino más bien a la falta de ciencia; de manera que donde mayor es la ignorancia, más evidente es la falta de fe. Por eso Cristo mandó a los Apóstoles: Id y enseñad a todas las gentes (35).
y ahora, para que el trabajo y los desvelos de la enseñanza produzcan los esperados frutos y en todos se forme Cristo, quede bien grabado en la memoria, Venerables Hermanos, que nada es más eficaz que la caridad. Pues el Señor no está en la agitación (36). Es un error esperar atraer las almas a Dios con un celo amargo: es más, increpar con acritud los errores, reprender con vehemencia los vicios, a veces es más dañoso que útil. Ciertamente el Apóstol exhortaba a Timoteo: Arguye, exige, increpa, pero añadía, con toda paciencia (37).

También en esto Cristo nos dio ejemplo: Venid, así leemos que El dijo, venid a mí todos los que trabajáis y estáis cargados y Yo os aliviaré (38). Entendía por los que trabajaban y estaban cargados no a otros sino a quienes están dominados por el pecado y por el error. ¡Cuánta mansedumbre en aquel divino Maestro! ¡Qué suavidad, qué misericordia con los atormentados! Describió exactamente Su corazón Isaías con estas palabras: Pondré mi espíritu sobre él; no gritará, no hablará fuerte; no romperá la caña cascada, ni apagará la mecha que todavía humea (39).

Y es preciso que esta caridad, paciente y benigna (40) se extienda hasta aquellos que nos son hostiles o nos siguen con animosidad. Somos maldecidos y bendecimos, así hablaba Pablo de sí mismo, padecemos persecución y la soportamos; difamados, con- solamos (41). Quizá parecen peores de lo que son. Pues con el trato, con los prejuicios, con los consejos y ejemplos de los demás, y en fin con el mal consejero amor propio se han pasado al campo de los impíos: sin embargo, su voluntad no es tan depravada como incluso ellos pretenden parecer. ¿ Cómo no vamos a esperar que el fuego de la caridad cristiana disipe la oscuridad de las almas y lleve consigo la luz y la paz de Dios ? Quizás tarde algún tiempo el fruto de nuestro trabajo: pero la caridad nunca desfallece, consciente de que Dios no ha pro metido el premio a los frutos del trabajo, sino a la voluntad con que éste se realiza.

El deber insustituible de los Obispos

Pero, Venerables Hermanos, no es mi intención que, en todo este esfuerzo tan arduo para restituir en Cristo a todas las gentes, no contéis vosotros y vuestro clero con ninguna ayuda. Sabemos que Dios ha dado mandatos a cada uno referentes al prójimo (42). Así que trabajar por los intereses de Dios y de las almas es propio no sólo de quienes se han dedicado a las funciones sagradas, sino también de todos los fieles: y ciertamente cada uno no de acuerdo con su iniciativa y su talante, sino siempre bajo la guía y las indicaciones de los Obispos; pues presidir, enseñar, gobernar la Iglesia a nadie ha concedido sino a vosotros, a quienes el Espíritu Santo puso para regir la Iglesia de Dios (43).

Que los católicos formen asociaciones, con diversos propósitos pero siempre para bien de la religión. Nuestros Predecesores desde ya hace tiempo las aprobaron y las sancionaron dándoles gran impulso. y Nos no dudamos de honrar esa egregia institución con nuestra alabanza y deseamos ardientemente que se difunda y florezca en las cuida- des y en los medios rurales. Sin embargo, de semejantes asociaciones Nos esperamos ante todo y sobre todo que cuantos se unen a ellas vivan siempre cristianamente. De poco sirve discutir con sutilezas acerca de muchas cuestiones y disertar con elocuencia sobre derechos y deberes, si todo eso se separa de la acción. Pues acción piden los tiempos; pero una acción que se apoye en la observancia santa e íntegra de las leyes divinas y los preceptos de la Iglesia, en la profesión libre y abierta de la religión, en el ejercicio de toda clase de obras de caridad, sin apetencias de provecho propio o de ventajas terrenas. Muchos ejemplos luminosos de éstos por parte de los soldados de Cristo, tendrán más valor para conmover y arrebatar las almas que las exquisitas disquisiciones verbales: y será fácil que, rechazado el miedo y libres de prejuicios y de dudas, muchos vuelvan a Cristo y difundan por doquier su doctrina y su amor; todo esto es camino para una felicidad auténtica y sólida.

Por supuesto, si en las ciudades, si en cualquier aldea se observan fielmente los mandamientos de Dios si se honran las cosas sagradas, si es frecuente el uso de los sacramentos, si se vive de acuerdo con las normas de vida cristiana, Venerables Hermanos, ya no habrá que hacer ningún esfuerzo para que todo se instaure en Cristo.

Y no se piense que con esto buscamos sólo la consecución de los bienes celestiales; también ayudará todo ello, y en grado máximo, a los intereses públicos de las naciones. Pues, una vez logrados esos objetivos, los próceres y los ricos asistirán a los más débiles con justicia y con caridad, y éstos a su vez llevarán en calma y pacientemente las angustias. de su desigual fortuna; los ciudadanos no obedecerán a su ambición sino a las leyes; se aceptará el respeto y el amor a los príncipes y a cuantos gobiernan el Estado, cuyo poder no procede sino de Dios (44). ¿ Qué más ? Entonces, finalmente, todos tendrán la persuasión de que la Iglesia, por cuanto fue fundada por Cristo, su creador, debe gozar de una libertad plena e íntegra y no estar sometida a un poder ajeno; y Nos al reivindicar esta misma libertad, no sólo defendemos los derechos sacrosantos de la religión, sino que velamos por el bien común y la seguridad de los pueblos. Es evidente que la piedad es útil para todo (45): con ella incólume y vigorosa el pueblo habitará en morada llena de paz (46).

Exhortación final

Que Dios, rico en misericordia (47), acelere benigno esta instauración de la humanidad en Cristo Jesús; porque ésta es una tarea no del que quiere ni del que corre sino de Dios que tiene misericordia (48) y nosotros, Venerables Hermanos, con espíritu humilde (49), con una oración continua y apremiante, pidámoslo por los méritos de Jesucristo. Utilicemos ante todo la intercesión poderosísima de la Madre de Dios: Nos queremos lograrla al fechar esta carta en el día establecido para conmemorar el Santo Rosario; todo lo que Nuestro Antecesor dispuso con la dedicación del mes de octubre a la Virgen augusta mediante el rezo público de Su rosario en todos los templos, Nos igualmente lo disponemos y lo confirmamos; y animamos también a tomar como intercesores al castísimo Esposo de la Madre de Dios, patrono de la Iglesia católica, ya San Pedro y San Pablo, príncipes de los apóstoles.

Para que todos estos propósitos se cumplan cabal mente y todo salga según vuestros deseos, imploramos la generosa ayuda de la divina gracia. y en testimonio del muy tierno amor de que os hago objeto a vosotros ya todos los fieles que la providencia divina ha querido encomendarnos, os impartimos con todo cariño en el Señor la bendición apostólica a vosotros, Venerables Hermanos, al clero y a vuestro pueblo.

Dado en Roma junto a San Pedro, el día 4 de octubre de 1903, primer año de Nuestro Pontificado.
PÍO PAPA X

Magisterio de San Pío X

Contenido del sitio

(1) Epp. 1. III. ep. 1 (volver)

(2) Salm 72, 26. (volver)

(3) Jer. 1, 10 (volver)

(4) Efes. 1, 10 (volver)

(5) Col. 3, 11 (volver)

(6) Salm. 2, 1 (volver)

(7) Job, 21, 14 (volver)

(8) 2 Tes. 2,3 (volver)

(9) 2 Tes. 2, 4 (volver)

(10) Sab. 11, 24 (volver)

(11) Salm. 77, 65 volver)

(12) Salm. 67, 22 (volver)

(13) Salm. 46, 7 (volver)

(14) Salm. 9, 20. (volver)

(15) Salm. 9, 19 (volver)

(16) Is. 32, 17 (volver)

(17) I Cor. 3, 11 (volver)

(18) Jn. 10, 36 (volver)

(19) Hebr. 1, 3 (volver)

(20) Mt. 11, 27 (volver)

(21) Hom. de capto Eutropio, n. 6 (volver)

(22) Apc. 12, 10 (volver)

(23) Gal. 4, 19 (volver)

(24) Gal. 4, 19 (volver)




(25) Gal. 2, 20 (volver)

(26) Filip 1, 21 (volver)

(27) Efes. 4, 13 (volver)

(28) I Tim. 5, 22 (volver)

(29) I Tim. 5, 22 (volver)

(30) I Tim. 6, 20 s. (volver)

(31) Rom. 9, 2 (volver)

(32) Tren 4, 4 (volver)

(33) Lc. 4, 18-19 (volver)

(34) Jud. 10 (volver)

(35) Mt. 28, 19 (volver)

(36) 3 Rey 19, 11 (volver)

(37) 2 Tim. 4, 2 (volver)

(38) Mt. 11, 28 (volver)

(39) Is. 42, 1 s. (volver)

(40) I Cor. 13, 4 (volver)

(41) I Cor. 4, 12 s. (volver)

(42) Ecli. 17, 12 (volver)

(43) Hech 20, 28 (volver)

(44) Rom. 13, 1 (volver)

(45) I Tim. 4, 8 (volver)

(46) Is. 32, 18 (volver)

(47) Efes. 2, 4 (volver)

(48) Rom. 9, 16 (volver)

(49) Dam. 3, 39 (volver)

¿San Pio X, un Papa de retaguardia? No, un ciclón reformador jamás visto

¿San Pio X, un Papa de retaguardia? No, un ciclón reformador jamás visto
Un ensayo de mil trescientas páginas, escrito por un gran investigador, volca el juicio sobre el Papa antimodernista. El nuevo Código de Derecho Canónico plasmado por él tuvo efectos formidables: reforzó más que nunca el rol público y la libertad de la Iglesia frente al mundo

por Sandro Magister



Tomado de www.chiesa




ROMA, 13 de mayo de 20008 – El Concilio Vaticano II no fue el único momento de un giro crucial en la historia de la Iglesia católica del siglo XX. Un giro crucial tan importante como éste aconteció medio siglo antes, con el pontificado de san Pío X.

Esto es lo que se recoge a partir un imponente ensayo en dos volúmenes, recién publicado en Italia, titulado "Chiesa romana e modernità giuridica [Iglesia romana y modernidad jurídica]", escrito por un ilustre investigador de derecho eclesiástico, Carlo Fantappiè, y dedicado a un emprendimiento grandioso del papa Giuseppe Sarto: el nuevo Código de derecho canónico.

De Pío X se recuerda la tenaz batalla librada contra los católicos “modernistas”. Su perfil habitual es el del Papa de la restauración y de los anatemas. Pero no fue así. Se están elaborando nuevos estudios de ese pontificado bajo una luz diferente, mucho más abarcativa e innovadora.

Por ejemplo, su célebre encíclica "Pascendi Dominici Gregis" contra los modernistas, de la que se celebró en 2007 el centenario, afrontó providencialmente cuestiones que en nuestros días son actuales y centrales en la vida de la Iglesia.

También el nuevo Código de derecho canónico, promulgado por Benedicto XV en 1917 y elaborado sobre todo por Pío X. Este Código no representó un repliegue defensivo de la Iglesia, sino que fue una audaz obra de modernización, ya que reforzó la figura pública y la libertad de la Iglesia en su relación con el mundo.

Pío X rechazó la modernización filosófica propuesta por los católicos modernistas, pues que veía que ella constituía un sumergirse en la cultura laica que desintegraba las verdades de la fe.

Pero fue un decidido modernizador de la forma jurídica e institucional de la Iglesia, al asumir de los Estados liberales de esa época las estructuras que juzgó compatibles con la naturaleza teológica de la Iglesia.

El profesor Fantappiè muestra cómo la reforma jurídica querida por Pío X no era una transformación aislada en sí misma, sino que se acoplaba con todas las otras innovaciones llevadas a cabo en la curia romana, en las diócesis, en los seminarios, en el catecismo, en la liturgia y en la música sacra. De estas múltiples obras de transformación salió la forma de la Iglesia que dominó hasta el Concilio Vaticano II y en buena parte también después.

En la recensión publicada en el "L'Osservatore Romano" de los dos volúmenes de Fantappiè, el historiador Gianpaolo Romanato sintetizó así el viraje crucial:

"La que en la segunda mitad del siglo XVIII era todavía de hecho una federación de Iglesias nacionales, se transformó en una compacta organización internacional, disciplinaria y teológicamente sometida al Papa".

El Código de derecho canónico querido por Pío X es la osamenta jurídica de esta Iglesia reunida en torno al obispo de Roma.

En efecto, antes de la promulgación del Código de 1917, la Iglesia católica se regulaba por un inmenso y desordenado cúmulo de leyes, las que muchas veces se superponían o confrontaban entre sí: desde el "Decretum Gratiani" del siglo XII a las colecciones de Gregorio IX, de Bonifacio VIII, de Clemente V y de Juan XXII, además de las decretales promulgadas por otros numerosos pontífices.

El nuevo Código de derecho canónico ha recodificado todo en forma coherente y unitaria, sobre la base del modelo de los códigos napoleónicos adoptados por los Estados europeos. Promulgado en 1917, Juan XXIII anunció en 1959 su revisión, junto al anuncio de un nuevo concilio ecuménico. La segunda edición del Código, actualmente en vigor, ha visto la luz en 1983.

Sin esta modernización jurídica e institucional de la Iglesia, querida por Pío X, habría sido impensable un rol planetario del papado, tal como lo han encarnado Juan Pablo II y, hoy, Benedicto XVI.

Carlo Fantappiè es profesor de derecho canónico y de historia del derecho canónico en la Universidad de Urbino, además de autor de numerosas y apreciadas publicaciones sobre el tema.

Sigue a continuación la reseña de los dos volúmenes sobre "Chiesa romana e modernità giuridica", escrita para "L'Osservatore Romano" del 4 de mayo de 2008 por el profesor Gianpaolo Romanato, docente de historia de la Iglesia en la Universidad de Padua y miembro del Comité Pontificio de Ciencias Históricas:


La revolución del Papa modernizador

por Gianpaolo Romanato


El estudio que Carlo Fantappiè, profesor de derecho canónico en la Universidad de Urbino, ha publicado recientemente en la editorial Giuffrè — "Chiesa romana e modernità giuridica [Iglesia romana y modernidad jurídica]" — representa un acontecimiento científico que no interesa solamente a los investigadores del derecho, sino también a los historiadores de la Iglesia y del cristianismo.

En los dos tomos de esta obra realmente imponente, de casi mil trescientas páginas, el autor demuestra que el Código de derecho canónico querido por Pío X y promulgado por Benedicto XV en 1917 fue mucho más que un trabajo técnico de re-sistematización y simplificación de normas jurídicas.

En realidad, fue una reflexión profunda sobre el pasado, sobre el presente y sobre el futuro de la Iglesia de Roma, finalizada con un diseño de reforma de la Iglesia, en el interior de la cual el derecho era el medio, no su finalidad.

El estudio comienza con el Concilio de Trento, pero se apoya sobre todo en los acontecimientos traumáticos que siguieron a la revolución francesa y al imperio napoleónico.

En efecto, la necesidad de la reforma tomó cuerpo en el transcurso del siglo XIX. El nacimiento de los Estados nacionales y la irrupción del sistema de gobierno liberal modificaron radicalmente el vínculo jurídico e institucional entre la Iglesia y el Estado.

La Santa Sede no debía competir más con los soberanos absolutistas del siglo XVIII, quienes sometían la organización eclesiástica, aunque al mismo tiempo la favorecían y reconocían su carácter público. Se encontró frente a los modernos Estados nacionales, sostenidos por ordenamientos representativos y que apuntaban a reducir la esfera religiosa al ámbito de lo privado y a encerrar a la Iglesia dentro del derecho común.

Fue una revolución que obligó a las instituciones eclesiásticas a concentrarse en torno al papado, el único punto de referencia sobreviviente del naufragio de los viejos poderes. Ya no confrontado por polos alternativos, ni internos ni externos, el pontífice romano se re-apropió de la soberanía plena, tanto en el ámbito doctrinal como en el disciplinar.

Ello derivó en un monopolio jurisdiccional, tal como lo define Fantappiè, inédito en la historia de la Iglesia latina. Contemporáneamente, los seminarios y las universidades romanas sustituyeron a las instituciones escolásticas, particularmente las francesas y las austriacas y alemanas que habían desaparecido en el torbellino revolucionario.

La romanización del catolicismo no pudo ser más rápida y más completa. En el transcurso de pocas décadas, la que en la segunda mitad del siglo XVIII era todavía, de hecho, una federación de Iglesias nacionales, se transformó en una compacta organización internacional, disciplinaria y teológicamente sometida al Papa y a los organismos de la curia.

De este modo, Roma se convierte contemporáneamente en la fuente del poder, en centro de elaboración del pensamiento teológico-canónico y en espacio de formación del personal dirigente.

Fantappiè reconstruye este proceso histórico con extraordinaria amplitud de referencias, pero con la vista siempre dirigida a las consecuencias que tuvo en la auto-comprensión jurídica de la Iglesia. Auto-comprensión que en 1870 se vio obligada a saldar cuentas con otra derivación decisiva: la proclamación de la infalibilidad papal, acontecida durante el Concilio Vaticano I, que culminó con el proceso de centralización antes delineado, y también con la desaparición de los Estados pontificios, es decir, con la desaparición del poder temporal.

La concomitancia de los dos acontecimientos — el Papa se torna infalible en el momento en que deja de ser el papa-rey — es mucho más que una coincidencia casual.

En esta situación, la petición de reforma del derecho canónico se hizo cada vez más apremiante. Era urgente poner orden en una normativa secularmente vieja, adecuándola a las transformaciones producidas, y sobre todo, era indispensable volver a pensar la naturaleza de la Iglesia en la comunidad internacional. Pero había un problema previo: 'se debía proceder a una recopilación por temas del extinguido material canónico acumulado desde el medioevo, simplemente desbrozando cuanto había caído en desuso, o era conveniente refundar y repensar todo el código de leyes orgánico y sintético, siguiendo la senda trazada por las reformas napoleónicas e imitadas por todos los Estados modernos?

Se prefirió la segunda opción, pero no sin fuertes resistencias, sobre todo en Roma, más que nada porque ésta estaba convencida que, al menos metodológicamente, se debía ir a remolque de la cultura liberal. En todo caso, la empresa parecía tan enorme, que ni Pío IX ni León XIII se atrevieron a iniciarla.

La tarea recayó sobre las espaldas de Pío X, elevado al papado en 1903, luego que el veto del gobierno de Viena había puesto fuera de juego al cardenal Rampolla. Paradójicamente, le tocó a un pontífice nacido en Austria, totalmente extraño a la curia vaticana, que no había estudiado en Roma sino en un seminario de provincia y que debía su candidatura al papado al instituto más anticuado y anacrónico del viejo derecho canónico, el "ius exclusivae", el derecho de veto de los monarcas católicos.

El Papa Giuseppe Sarto tuvo el mérito de superar las demoras, de no dejarse asustar por las infinitas dificultades, de elegir la persona justa a la cual confiar la dirección de la obra que involucró a todo el universo católico. Esta persona fue Pietro Gasparri, en ese entonces con poco más de cincuenta años, secretario de los asuntos eclesiásticos extraordinarios, ex profesor de derecho canónico en París y diplomático en América Latina. Un político y un hombre de gobierno, pero sobre todo un jurista experimentado, de ilimitada fidelidad a la sede apostólica.

Fantappiè dedica a Gasparri doscientas páginas, casi un libro en el libro, sin olvidar otras figuras que desempeñaron roles decisivos, en particular el cardenal Casimiro Gènnari, figura hasta ahora descuidada por la historiografía, desde 1908 prefecto de la Congregación del Concilio y ex fundador del "Monitore ecclesiastico", la revista que fue el órgano semioficial de la Santa Sede antes del nacimiento de las "Acta Apostolicae Sedis".

El "opus magnum" de la codificación, tal como fue definida, llegó a buen puerto en sólo trece años – la bula que dio comienzo a la obra, "Arduum sane munus", es de 1904, mientras que la promulgación del Código tuvo lugar en 1917 – gracias al aliciente continuo de Pío X, que siguió cotidianamente los trabajos, interviniendo en cada una de sus fases, hasta su muerte, acontecida en el verano de 1914. También se debe a él la imposición de la senda que había que seguir — la codificación más que la compilación — con una perentoria carta autógrafa a la comisión cardenalicia, orientada por el contrario hacia la otra solución.


* * *

'Cuáles son las novedades de este estudio? Dejando de lado el terreno estrictamente jurídico, se pueden individualizar dos.

Fantappiè pone la renovación del derecho canónico en el centro de la Iglesia de la época, demostrando que el Código fue el eje de equilibrio en torno al cual el catolicismo encontró su propia identidad.

La valoración del pontificado de Pío X – que muchas veces pareció, hasta ahora, un momento de estancamiento o directamente de retroceso a causa de la condena del modernismo – se invierte. Lo que caracterizó su década no fue la voluntad de condena, sino la instancia reformadora y modernizadora, una instancia tan enérgica que el Papa prefirió administrarla a través de la propia secretaría privada, la bien conocida "segreteriola", más que con los organismos curiales.

Las páginas densas y meditadas del autor tienen el mérito de recordarnos que la historia es siempre compleja, que los años iniciales del siglo XX - de bajo tono en el plano teológico, pero extraordinariamente creativos en el plano jurídico – pusieron las premisas para la modernización de la Iglesia en el plano asociativo, social, político e internacional.

Desde la supresión del derecho de veto hasta la reforma del cónclave; desde la reorganización de los seminarios hasta el rediseño de la estructura parroquial, diocesana y misionera; desde la renovación catequística hasta la reestructuración de la curia y de todos los órganos centrales de gobierno, el pontificado de Sarto representó un ciclón reformador que rara vez apareció en toda la historia de los papas: un ciclón que tuvo el efecto de universalizar el derecho de la Iglesia, de reforzar en todos los niveles la uniformidad disciplinar y operativa, precisamente mientras se aproximaba la estación de los totalitarismos y en el horizonte se perfilaba la globalización. Sin el Código, que inició el debate sobre el status internacional de la Santa Sede y a la que volvió a situar frente al Estado como interlocutor entre pares, no habrían sido posibles los concordatos de los años Veinte y Treinta.

Ciertamente, como en todas las grandes reformas, se adquirió mucho y se perdió algo. La centralización romana, la verticalización de la autoridad y la formulación de la vida de fe mortificaron el dinamismo de los carismas, pero al mismo tiempo confirmaron con la máxima energía que la Iglesia es una institución pública y no privada, que ella se sitúa frente al Estado como entidad autónoma y plenamente soberana.

El bajo perfil político de todo el pontificado de Giuseppe Sarto – con la masa enmudecida por la “cuestión romana”, por las reivindicaciones territoriales y por el "non expedit" [no conviene], es decir, por la prohibición a los católicos italianos de participar en las elecciones políticas – forman parte de esta estrategia, orientada a fortalecer a la Iglesia "ad intra" más que "ad extra", a restituir su rol y prestigio no sólo en el plano inmediatamente político, sino en el más sólido y duradero del derecho y de la fundamentación jurídica.

La segunda novedad se refiere más en general a la periodización de la reforma en la Iglesia del siglo XX.

El momento de transformación y de distanciamiento del pasado es generalmente individualizado en el Concilio Vaticano II, con acentuaciones más o menos decididas de acuerdo con las diversas escuelas historiográficas.

Sin quitarle ningún valor al acontecimiento conciliar, las argumentaciones de esta obra demuestran que un giro no menos importante tuvo lugar al comienzo del siglo XX, con la codificación pío-benedictina del derecho canónico. Un acontecimiento que fue mucho más que un mero hecho jurídico, pues cortó los vínculos con el "ancien régime", renovó y centralizó a todos los niveles las formas del gobierno eclesiástico, recreó la autoconciencia y la certeza de la Iglesia como institución libre, capaz de presentarse frente al mundo casi en las formas de un inédito "carácter estatal de las almas".

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El libro:

Carlo Fantappiè, "Chiesa romana e modernità giuridica. Vol. I - L'edificazione del sistema canonistico (1563-1903). Vol. II - Il Codex Iuris Canonici (1917)", Milano, Giuffré, 2008, pp. XLVI-1282, euro 110,00.

Y una síntesis de sus contenidos, escrita por el mismo autor:

> Come il papa antimodernista volle modernizzare la Chiesa

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El texto completo del código que regula la Iglesia católica latina:

> Código de Derecho Canónico


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En www.chiesa, sobre Pío X y el modernismo:

> La encíclica contra los "modernistas" cumple cien años. Pero en voz baja (23.10.2007)

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Traducción en español de José Arturo Quarracino, Buenos Aires, Argentina.

ORACIONES A LA SANTISIMA TRINIDAD

ORACIONES A LA SANTISIMA TRINIDAD


Oración
Liturgia de las Horas, de la Sol.Sant.Trinidad

Dios, Padre todopoderoso, que has enviado al mundo la Palabra de la verdad y el Espíritu de la santificación para revelar a los hombres tu admirable misterio, concédenos profesar la fe verdadera, conocer la gloria de la eterna Trinidad y adorar su Unidad todopoderosa. Por nuestro Señor Jesucristo.


HIMNO A LA SANTÍSIMA TRINIDAD
Liturgia de las Horas, Vísperas de la Sol.Sant.Trinidad

¡Dios mío, Trinidad a quien adoro!,
La Iglesia nos sumerge en tu misterio;
te confesamos y te bendecimos,
Señor Dios nuestro.

Como un río en el mar de tu grandeza,
el tiempo desemboca en hoy eterno,
lo pequeño se anega en lo infinito,
Señor, Dios nuestro.

Oh, Palabra del Padre, te escuchamos;
Oh, Padre, mira el rostro de tu Verbo;
Oh, Espíritu de amor, ven a nosotros;
Señor, Dios nuestro.

¡Dios mío, Trinidad a quien adoro!,
haced de nuestros almas vuestro cielo,
llevadnos al hogar donde tú habitas,
Señor, Dios nuestro.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu:
Fuente de gozo pleno y verdadero,
al Creador del cielo y de la tierra,
Señor, Dios nuestro. Amén.

ORACIÓNES DE S. S. JUAN PABLO II

ORACIÓNES DE S. S. JUAN PABLO II PARA
EL JUBILEO DEL 2000

ORACIÓN DE S. S. JUAN PABLO II
AL PADRE
Para el tercer año (1999) de preparación al Gran Jubileo del 2000

DIOS, CREADOR DEL CIELO Y DE LA TIERRA, PADRE DE JESUS Y PADRE NUESTRO

Bendito seas Señor, Padre que estás en el cielo, porque en tu infinita misericordia te has inclinado sobre la miseria del hombre y nos has dado a Jesús, tu Hijo, nacido de mujer, nuestro salvador y amigo, hermano y redentor. Gracias, Padre bueno, por el don del Año jubilar; haz que sea un tiempo favorable, el año del gran retorno a la casa paterna, donde Tú, lleno de amor, esperas a tus hijos descarriados para darles el abrazo del perdón y sentarlos a tu mesa, vestidos con el traje de fiesta.

¡A ti, Padre, nuestra alabanza por siempre!

Padre clemente, que en el Año Santo se fortalezca nuestro amor a ti y al prójimo: que los discípulos de Cristo promuevan la justicia y la paz; se anuncie a los pobres la Buena Nueva y que la Madre Iglesia haga sentir su amor de predilección a los pequeños y marginados.

¡A ti, Padre, nuestra alabanza por siempre!

Padre justo, que el gran Jubileo sea una ocasión propicia para que todos los católicos descubran el gozo de vivir en la escucha de tu palabra, abandonándose a tu voluntad; que experimenten el valor de la comunión fraterna partiendo juntos el pan y alabándote con himnos y cánticos espirituales.

¡A ti, Padre, nuestra alabanza por siempre!

Padre, rico en misericordia, que el santo Jubileo sea un tiempo de apertura, de diálogo y de encuentro con todos los que creen en Cristo y con los miembros de otras religiones:

en tu inmenso amor, muestra generosamente tu misericordia
con todos.

¡A ti, Padre, nuestra alabanza por siempre!

Padre omnipotente, haz que todos tus hijos sientan que en su caminar hacia ti, meta última del hombre, los acompaña bondadosa la Virgen María, icono del amor puro, elegida por ti para ser Madre de Cristo y de la Iglesia.

¡A ti, Padre, nuestra alabanza por siempre!

A ti, Padre de la vida, principio sin principio, suma bondad y eterna luz, con el Hijo y el Espíritu, honor y gloria, alabanza y gratitud por los siglos sin fin.
Amén.


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ORACIÓN DE S. S. JUAN PABLO II
AL ESPÍRITU SANTO
Para el segundo año (1998) de preparación al Gran Jubileo del 2000

¡VEN, ESPÍRITU DE AMOR Y DE PAZ!

Oración del Papa para el año dedicado al Espíritu Santo

Espíritu Santo, dulce huésped del alma,
muéstranos el sentido profundo del gran jubileo
y prepara nuestro espíritu para celebrarlo con fe,
en la esperanza que no defrauda,
en la caridad que no espera recompensa.

Espíritu de verdad, que conoces las profundidades de Dios,
memoria y profecía de la Iglesia,
dirige la humanidad para que reconozca en Jesús de Nazaret
el Señor de la gloria, el Salvador del mundo,
la culminación de la historia.

¡Ven, Espíritu de amor y de paz!

Espíritu creador, misterioso artífice del Reino,
guía la Iglesia con la fuerza de tus santos dones
para cruzar con valentía el umbral del nuevo milenio
y llevar a las generaciones venideras
la luz de la Palabra que salva.

Espíritu de santidad, aliento divino que mueve el universo,
ven y renueva la faz de la tierra.
Suscita en los cristianos el deseo de la plena unidad,
para ser verdaderamente en el mundo signo e instrumento
de la íntima unión con Dios y de la unidad del género humano.

¡Ven, Espíritu de amor y de paz!

Espíritu de comunión, alma y sostén de la Iglesia,
haz que la riqueza de los carismas y ministerios
contribuya a la unidad del Cuerpo de Cristo,
y que los laicos, los consagrados y los ministros ordenados
colaboren juntos en la edificación del único reino de Dios.

Espíritu de consuelo, fuente inagotable de gozo y de paz,
suscita solidaridad para con los necesitados,
da a los enfermos el aliento necesario,
infunde confianza y esperanza en los que sufren,
acrecienta en todos el compromiso por un mundo mejor.

¡Ven, Espíritu de amor y de paz!

Espíritu de sabiduría, que iluminas la mente y el corazón,
orienta el camino de la ciencia y de la técnica
al servicio de la vida, de la justicia y de la paz.
Haz fecundo el diálogo con los miembros de otras religiones,
y que las diversas culturas se abran a los valores del Evangelio.

Espíritu de vida, por el cual el Verbo se hizo carne
en el seno de la Virgen, mujer del silencio y de la escucha,
haznos dóciles a las muestras de tu amor
y siempre dispuestos a acoger los signos de los tiempos
que tú pones en el curso de la historia.

¡Ven, Espíritu de amor y de paz!

A ti, Espíritu de amor,
junto con el Padre omnipotente
y el Hijo unigénito,
alabanza, honor y gloria
por los siglos de los siglos.
Amén.


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ORACIÓN DE S. S. JUAN PABLO II
A JESUCRISTO
Para el primer año (1997) de preparación al Gran Jubileo del 2000

Señor Jesús, plenitud de los tiempos y señor de la historia, dispón nuestro corazón a celebrar con fe el Gran Jubileo del Año 2000, para que sea un año de gracia y de misericordia. Danos un corazón humilde y sencillo, para que contemplemos con renovado asombro el misterio de la Encarnación, por el que tú, Hijo del Altísimo, en el seno de la Virgen, santuario del Espíritu, te hiciste nuestro Hermano.

Gloria y alabanza a ti, oh Cristo, ahora y por siempre.

Jesús, principio y perfección del hombre nuevo, convierte nuestros corazones a ti, para que, abandonando las sendas del error, caminemos tras tus huellas por el sendero que conduce a la vida. Haz que, fieles a las promesas del Bautismo, vivamos con coherencia nuestra fe, dando testimonio constante de tu palabra, para que en la familia y en la sociedad resplandezca la luz vivificante del Evangelio.

Gloria y alabanza a ti, oh Cristo, ahora y por siempre.

Jesús, fuerza y sabiduría de Dios, enciende en nosotros el amor a la divina Escritura, donde resuena la voz del Padre, que ilumina e inflama, alimenta y consuela. Tú, Palabra del Dios vivo, renueva en la Iglesia el ardor misionero, para que todos los pueblos lleguen a conocerte, verdadero Hijo de Dios y verdadero Hijo del hombre, único Mediador entra el hombre y Dios.

Gloria y alabanza a ti, oh Cristo, ahora y por siempre.

Jesús, fuente de unidad y de paz, fortalece la comunión en tu Iglesia, da vigor al movimiento ecuménico, para que con la fuerza de tu Espíritu, todos tus discípulos sean uno. Tú que nos has dado como norma de vida el mandamiento nuevo del amor, haznos constructores de un mundo solidario, donde la guerra sea vencida por la paz, la cultura de la muerte por el compromiso en favor de la vida.

Gloria y alabanza a ti, oh Cristo, ahora y por siempre.

Jesús, Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad, luz que ilumina a todo hombre, da a quien te busca con corazón sincero la abundancia de tu vida. A ti, Redentor del hombre, principio y fin del tiempo y del cosmos, al Padre, fuente inagotable de todo bien, y al Espíritu Santo, sello del infinito amor, todo honor y toda gloria por los siglos de los siglos.
Amén.

EL MISTERIO DE LA TRINIDAD


EL MISTERIO DE LA TRINIDAD
Aclarado por el Padre Pío

Del libro: Los Milagros del P. Pío, P. Luis Butera V.
Promociones Humanas, A.C. pgs.12-13


" 'Padre, no he venido a confesarme sino para que se me aclaren algunas dudas que me atormentan. Me turba, sobre todo, el misterio de la Santísima Trinidad'.

El padre, con sencillas palabras, comenzó a disipar las dudas: "Hija, ¿quién puede comprender y explicar los misterios de Dios? Se llaman misterios precisamente porque no pueden ser comprendidos por nuestra pequeña inteligencia. Podemos formarnos alguna idea con ejemplos. ¿Has visto alguna vez preparar la masa para hacer el pan? ¿qué hace el panadero? Toma la harina, la levadura y el agua. Son tres elementos distintos: la harina no es la levadura ni el agua; la levadura no es la harina ni el agua y el agua no es la harina ni la levadura. Se mezclan los tres elementos y se forma una sola sustancia. Por lo tanto, tres elementos distintos forman unidos una sola sustancia. Con esta masa se hacen tres panes que tienen la misma sustancia pero distintos en la forma el uno del otro. Eso es, tres panes distintos el uno del otro pero una única sustancia.

Así se dice de Dios: Él es uno en la naturaleza, Trino en las personas iguales y distintas la una de la otra. El Padre no es el Hijo ni el Espíritu Santo; el Espíritu Santo procede del Padre y del Hijo. Son tres personas
iguales pero distintas. Sin embargo, son un solo Dios porque única e idéntica es la naturaleza de Dios".

LA SANTISIMA TRINIDAD



La Santísima Trinidad, de Andrey Rublëv, pintada hacia 1400.
Los 3 ángeles que se aparecieron a Abraham en Mambré representan la Trinidad.

LA SANTISIMA TRINIDAD



Trinidad: Término teológico que desde el 200 A.D. denota la doctrina central del cristianismo: Dios, que es uno y único en su sustancia o naturaleza infinita, es al mismo tiempo tres personas distintas: El Padre, El Hijo y El Espíritu Santo.

Hay un solo Dios que es El Padre, El Hijo y El Espíritu Santo. Pero Dios Padre no es Dios Hijo, sino que eternamente engendra al Hijo, como El Hijo es eternamente engendrado. El Espíritu Santo no ni El Padre ni El Hijo sino una persona distinta que procede eternamente del Padre y del Hijo. Las tres personas reciben una misma adoración y gloria.

La palabra "Trinidad" no aparece en la Biblia pero si aparece el concepto Cf. Mt. 28,19.
La palabra fue por primera vez utilizada por Tertuliano

La Trinidad explica la vocación de la humanidad a formar una sola familia
«Dios no es soledad, sino comunión perfecta», recuerda al rezar el «Angelus»



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La Trinidad -Juan Pablo II, 15 junio 2003

«la Unidad y la Trinidad de Dios es el primer misterio de la fe católica».

«Dios no es soledad, sino comunión perfecta. Del Dios comunión surge la vocación de toda la humanidad a formar una sola gran familia, en la que las diferentes razas y culturas se encuentran y se enriquecen recíprocamente».

A la luz de esta verdad fundamental de la fe se comprende la gravedad de todas las ofensas contra el ser humano.


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SOLEMNIDAD DE LA SANTISIMA TRINIDAD

Domingo después de Pentecostés

SOLEMNIDAD
DE LA SANTISIMA TRINIDAD

comentarios


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PRIMERA LECTURA
Antes de comenzar la tierra, la sabiduría fue engendrada

Lectura del libro de los Proverbios 8, 22-31

Así dice la sabiduría de Dios:

«El Señor me estableció al principio de sus tareas, al comienzo de sus obras antiquísimas.
En un tiempo remotísimo fui formada, antes de comenzar la tierra.
Antes de los abismos fui engendrada, antes de los manantiales de las aguas.
Todavía no estaban aplomados los montes, antes de las montañas fui engendrada.
No había hecho aún la tierra y la hierba, ni los primeros terrones del orbe.
Cuando colocaba los cielos, allí estaba yo; cuando trazaba la bóveda sobre la faz del abismo; cuando sujetaba el cielo en la altura, y fijaba las fuentes abismales.
Cuando ponía un límite al mar, cuyas aguas no traspasan su mandato;
cuando asentaba los cimientos de la tierra, yo estaba junto a él, como aprendiz,
yo era su encanto cotidiano, todo el tiempo jugaba en su presencia:
jugaba con la bola de la tierra, gozaba con los hijos de los hombres.

Palabra de Dios.


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Salmo responsorial
Sal 8, 4-5. 6-7a. 7b-9.(R.: 2a)

R. Señor, dueño nuestro, ¡qué admirable es tu nombre en toda la tierra!

Cuando contemplo el cielo, obra de tus dedos, la luna y las estrellas que has creado, ¿qué es el hombre, para que te acuerdes de él, el ser humano, para darle poder? R.


Lo hiciste poco inferior a los ángeles, lo coronaste de gloria y dignidad, le diste el mando sobre las obras de tus manos. R.


Todo lo sometiste bajo sus pies: rebaños de ovejas y toros, y hasta las bestias del campo, las aves del cielo, los peces del mar, que trazan sendas por el mar. R.


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SEGUNDA LECTURA
A Dios, por medio de Cristo, en el amor derramado con el Espíritu

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Romanos 5, 1-5

Hermanos:
Ya que hemos recibido la justificación por la fe, estamos en paz con Dios, por medio de nuestro Señor Jesucristo.
Por él hemos obtenido con la fe el acceso a esta gracia en que estamos; y nos gloriamos, apoyados en la esperanza de alcanzar la gloria de Dios.
Más aún, hasta nos gloriamos en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación produce constancia, la constancia, virtud probada, la virtud, esperanza, y la esperanza no defrauda, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones con el Espíritu Santo que se nos ha dado.

Palabra de Dios.


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Aleluya
Ap 1,8
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo, al Dios que es, que era y que viene

EVANGELIO
Todo lo que tiene el Padre es mío; el Espíritu tomará de lo mío y os lo anunciará

Lectura del santo evangelio según san Juan 16, 12-15

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

«Muchas cosas me quedan por deciros, pero no podéis cargar con ellas por ahora; cuando venga él, el Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad plena. Pues lo que hable no será suyo: hablará de lo que oye y os comunicará lo que está por venir.

Él me glorificará, porque recibirá de mí lo que os irá comunicando.

Todo lo que tiene el Padre es mío. Por eso os he dicho que tomará de lo mío y os lo anunciará.»

Palabra del Señor.


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Comentarios
Ver también: Trinidad

Proverbios 8, 22-31;
Romanos 5,1-5;
Juan 16, 12-15.

Padre Jordi Rivero

Cuando escuchamos que Jesús habla a sus discípulos, ¿nos sentimos incluidos?. ¿Quienes son discípulos de Jesús hoy?
Muchos oían a Jesús enseñar pero no entraban en una relación de discipulado. Recordemos al joven rico que se fue triste porque estaba apegado a sus bienes. Recordemos a los que abandonaron a Jesús cuando habló de comer Su Cuerpo (Cf. Jn 6). Hoy es igual. Pocos de verdad se comprometen a seguir a Jesús.

El discípulo está en formación toda su vida. Nunca podrá graduarse porque el maestro llama a la perfección. Jesús hoy nos dice: "Muchas cosas me quedan por deciros, pero no podéis cargar con ellas por ahora". La revelación esta ya dada en Cristo, pero toda la vida estaremos aprendiendo, profundizando. Jesús es un tesoro inagotable. El Espíritu Santo nos está comunicando la verdad y el amor del Padre y del Hijo.

Jesús desea adentrarnos en el misterio de amor que es la Trinidad. Para ello nos llama a ser discípulos, unidos en una familia y en una Iglesia, con Pedro, María Santísima y nuestros hermanos en la fe. Nuestra unidad de amor debe reflejar la Trinidad. Somos muchos, con diversos carismas pero constituimos un solo Cuerpo en Cristo.


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Padre Raniero Cantalamessa

En el Evangelio, procedente de los discursos de despedida de Jesús, se perfilan en el fondo tres misteriosos sujetos inextricablemente unidos entre sí. «Cuando venga Él, el Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad completa... Todo lo que tiene el Padre es mío [¡del Hijo !]». Reflexionando sobre estos y otros textos del mismo tenor, la Iglesia ha llegado a su fe en el Dios uno y trino.

Muchos dicen: ¿qué enigma es éste de tres que son uno y de uno que son tres? ¿No sería más sencillo creer en un Dios único, y punto, como hacen los judíos y los musulmanes? La respuesta es fácil. La Iglesia cree en la Trinidad no porque le guste complicar las cosas, sino porque esta verdad le ha sido revelada por Cristo. La dificultad de comprender el misterio de la Trinidad es un argumento a favor, no en contra, de su verdad. Ningún hombre, dejado a sí mismo, habría ideado jamás un misterio tal.

Después de que el misterio nos ha sido revelado, intuimos que, si Dios existe, no puede más que ser así: uno y trino al mismo tiempo. No puede haber amor más que entre dos o más personas; si, por lo tanto, «Dios es amor», debe haber en Él uno que ama, uno que es amado y el amor que les une. También los cristianos son monoteístas; creen en un Dios que es único , pero no solitario. ¿A quién amaría Dios si estuviera absolutamente solo? ¿Tal vez a sí mismo? Pero entonces el suyo no sería amor, sino egoísmo, o narcisismo.

Desearía recoger la gran y formidable enseñanza de vida que nos llega de la Trinidad. Este misterio es la máxima afirmación de que se puede ser iguales y diversos: iguales en dignidad y diversos en características. ¿Y no es esto de lo que tenemos la necesidad más urgente de aprender, para vivir adecuadamente en este mundo? ¿O sea, que se puede ser diversos en color de la piel, cultura, sexo, raza y religión, y en cambio gozar de igual dignidad, como personas humanas?

Esta enseñanza encuentra su primer y más natural campo de aplicación en la familia. La familia debería ser un reflejo terreno de la Trinidad. Está formada por personas diversas por sexo (hombre y mujer) y por edad (padres e hijos), con todas las consecuencias que se derivan de estas diversidades: distintos sentimientos, diversas actitudes y gustos. El éxito de un matrimonio y de una familia depende de la medida con la que esta diversidad sepa tender a una unidad superior: unidad de amor, de intenciones, de colaboración.

No es verdad que un hombre y una mujer deban ser a la fuerza afines en temperamento y dotes; que, para ponerse de acuerdo, tengan que ser los dos alegres, vivaces, extrovertidos e instintivos, o los dos introvertidos, tranquilos, reflexivos. Es más, sabemos qué consecuencias negativas pueden derivarse, ya en el plano físico, de matrimonios realizados entre parientes, dentro de un círculo estrecho. Esposo y esposa no tienen que ser «la media naranja» uno del otro, en el sentido de dos mitades perfectamente iguales, sino en el sentido de que cada uno es la mitad que le falta al otro y el complemento del otro. Es lo que pretendía Dios cuando dijo: «No es bueno que el hombre esté solo. Voy a hacerle una ayuda adecuada» (Gn 2,18). Todo esto supone el esfuerzo de aceptar la diversidad del otro, que es para nosotros lo más difícil y aquello que sólo los más maduros consiguen.

Vemos también de aquí cómo es erróneo considerar a la Trinidad como un misterio remoto de la vida, que hay que dejar a la especulación de los teólogos. Al contrario: es un misterio cercanísimo. El motivo es muy sencillo: hemos sido creados a imagen del Dios uno y trino, llevamos su huella y estamos llamados a realizar la misma síntesis sublime de unidad y diversidad.

[Traducción del original italiano realizada por Zenit]

LA CORREDENCION Y MEDIACIÓN DE NUESTRA SEÑORA

LA CORREDENCION Y MEDIACIÓN DE NUESTRA SEÑORA
EN RELACIÓN A LA SANTÍSIMA TRINIDAD
Por: Mark Miravalle, STD

Simposio Internacional sobre la Corredención Mariana, Inglaterra, 23 de Febrero del 2000.

Es una tendencia de la naturaleza humana caída el creer que ha dominado y capturado intelectualmente en forma total un dominio de verdad revelada, la que en realidad llega mucho más allá de las capacidades limitadas de la mente humana, y así previniendo un asombro reverencial apropiado por los misterios de fe divinamente revelados.

La tentación racionalista es tan antigua como el mismo Paraíso (cf. Gén. 3:4-6), y su aceptación en la forma más radical es encarnada en ideologías y movimientos yuxtapuestos tales como el Gnosticismo (y su expresión moderna como "Nueva Era"), Comunismo y Francmasonería. Pero el racionalismo tiene sus formas más sutiles en caminos más próximos al género del Apocalipsis. Tendencias de minimalismo y desmitologismo han infectado en tiempos recientes el cuerpo de la Teología en general, y los miembros específicos de la Mariología no han sido inmunes a estas tendencias.

Quizá una mirada al Este Mariano puede ayudarnos aquí. No sólo la sabiduría antigua de los Santos Cirilo, Efraín, Germano, Andrés y el Damasceno, sino aún la más reciente encíclica cuaresmal del Patriarca Bartolomeo I de 1998, manifiesta una armonía Bizantina entre la sobresaliente erudición y el respeto humilde por la transcendencia del misterio Mariano, el "otro Mariano" que escapa a la total comprensión del hombre en este tiempo.

"La Señora, la Virgen Madre, brilla como la que concibió alegría para el mundo. Brilla como el sentido de la historia; la meta de la creación; Ella que hizo nuestra composición celestial. Ella brilla como…la gloria de las vírgenes, el aliento de los cielos…la profundidad de misericordias; Ella, el amor que conquista todo deseo.

Deliberadamente siguió a su Hijo, Dios en sí mismo, desde su nacimiento hasta su Pasión y Cruz. Y el Dios-hombre desde lo alto de la Cruz, nos entregó a todos a su Santísima Madre como nuestra Madre en el orden de la gracia.

Ella sostiene nuestra vida y santifica nuestro tiempo…Permanece con nosotros, y con su amor divino, vigilantemente, envuelve toda nuestra vida. Cuida de nosotros como bebés. Nos enseña como a niños. Nos atiende como al enfermo. Nos eleva a una vida de esperanza como la que dio a luz a Dios.

Todos nosotros grandes o pequeños, el bebé recién nacido lo mismo que el que está por morir, necesita la presencia de la Madre de Dios. Somos purificados por medio de sus lágrimas; somos salvados a través de su divina belleza; y mantenemos un silencio santo en la presencia de asombro arrollador".1

De igual manera debemos buscar un asombro reverencial por la Teotokos y Mediadora que es enteramente humana y sin embargo "indemne" de humanidad, para estar en íntima relación con la Santísima Trinidad para la gloria de Dios y la santificación del hombre, de forma que va más allá de la comprensión humana. ¿Qué no será la primera pregunta del método occidental gradual y quizá inconscientemente "¿ Puede ser esta verdad Mariana entendida por otros?" en lugar de "¿Cómo podemos otorgar justicia y reverencia propia a ese misterio Mariano revelado sobrenaturalmente?"

Más allá de todo esto, la cura para un racionalismo progresivo es una humildad teológica del corazón. Por tanto, con una admisión garantizada de la dimensión apolítica del misterio mediatorio Mariano en relación de Dios con el hombre, echemos una mirada sobre una pequeña dimensión de la revelación meta-racional de la corredención y mediación de Nuestra Señora en relación con la Santísima Trinidad, luchando en pequeña medida de ver a María no como la ve el hombre, sino como Dios la ve.

Quisiera considerar la sublimidad de la relación de Nuestra Señora con la Santísima Trinidad desde dos perspectivas: primeramente, la revelación histórica y cronológica de María en relación con la Santísima Trinidad tal y como está descrita en los siete puntos simplificados dentro de la "Teología del Corazón"; y segundo, brevemente la relación ontológica de María con las Tres Personas Divinas de la Trinidad, con especial énfasis en su participación única en la acción Trinitaria de la santificación humana, lo que más manifiesta su intimidad y "unión de corazón" sin precedentes con las Tres Personas Divinas.

Punto 1. Abba, Padre de toda la humanidad, creó a la Inmaculada.

Podemos correctamente decir que el Corazón del Padre formó en forma única y especifica el Corazón de María. Entendiendo el significado de la palabra "corazón" como aquella que constituye el rincón más interno, el santuario interno, el tabernáculo espiritual de la persona, ya sea divino o humano, vemos que la creación y modelación sin paralelo del Corazón de la Inmaculada por parte del Padre, es la más grande obra maestra de toda la creación, de las cosas materiales y espirituales, de los coros angélicos y del cosmos.

El Corazón de María es modelado no sólo libre de la mancha del pecado original, no solamente intacto, sino positivamente formado por el Abba Padre con una capacidad totalmente original para recibir a Dios. Ella es la Nueva Eva y la Nueva Arca de la Alianza, construida por el Creador-Carpintero de una madera incorruptible con la precisa misión de llevar la nueva y eterna alianza entre Dios y el hombre. El Corazón del Padre nunca creo ni nunca volverá a crear jamás un corazón humano formado como el Corazón de la Inmaculada.

Punto 2. Entonces, La Inmaculada Regresó Su Corazón al Padre en el acto más grandioso de abandono que jamás haya presenciado la humanidad.

En la Anunciación, la pieza maestra del Abba lleva a cabo el resumen de la consagración total, libre y personal en una entrega incondicional de regreso al Padre de toda la humanidad. El "fíat" de la Inmaculada torna la creación preeminente de Dios, de regreso a El mismo, la cima del abandono humano en respuesta perfecta a la entrega inicial del Padre, tal y como nuestro Santo Padre enseña: "Debe ser reconocido que antes que nadie fue Dios mismo, el Padre Eterno, quien se entregó a sí mismo a la Virgen de Nazaret…". 2

Es el acto más grande de abandono humano por dos razones. Es el don más grande creado libremente regresado al Abba; y está envuelto en aceptación asentida de sufrimiento corredentivo.

Punto 3. Cuando la Inmaculada regresó su Corazón al Padre, Abba mandó al Espíritu Santo a María, y el Corazón del Espíritu Santo implantó el Corazón del Hijo en el seno de la Inmaculada.

En una segunda ocasión de comunión personal, el Espíritu y la Novia son conjuntados. Después de su unión inicial providencial en la Inmaculada Concepción, el Esposo Divino y la esposa humana son unidos en una unicidad tal que San Maximiliano anota que no queda adecuadamente captada en la expresión "esposa".

Sólo por una comparación analógica con la misma unión hipostática, en el evento super histórico -llamando a la unión íntima de Sus corazones- puede haber una atribución adecuada a la misteriosa unicidad entre la "Inmaculada Concepción Divina" y la Inmaculada Concepción humana para traer al Redentor del hombre.

La misma unicidad misteriosa de corazón entre el Espíritu y la Novia conducirá a la unicidad de acción santificante captada en la declaración Kolbeana: "La unión entre la Inmaculada y el Espíritu Santo es tan indecible, aún más perfecta, que el Espíritu Santo actúa solamente a través de la Santísima Virgen, su Esposa. Es por esto que es la Mediadora de todas las gracias dadas por el Espíritu Santo. Y puesto que cada gracia es un don de Dios Padre a través de su Hijo y por medio del Espíritu Santo, por tanto no hay gracia de la que María no pueda disponer como de Ella misma, la cual no le es dada con este propósito"3

Con la implantación del Corazón del Hijo en el seno de la Inmaculada, la Madre queda llena de gracia del Padre, Hijo y Espíritu Santo, con una plenitud de gracia inmensamente superior a la plenitud inicial recibida en la concepción. Es el tabernáculo humano de la Trinidad y la Nueva Arca inmaculada, encubierta y protegida por el Espíritu-Shekinah (cf. Ex. 13:21), como la persona humana portadora de la Alianza Eterna entre la Divinidad y la humanidad.

Punto 4: El Corazón de la Madre entonces alimenta y nutre el Corazón del Hijo en su seno, dándole vida humana y salud; y cuando el Hijo nació, formó Su Corazón humano con el Suyo propio, alimentándolo y nutriéndolo con su propio Corazón.

Imagínense la unión espiritual y física de corazón entre la Madre y el Hijo antes de que el Hijo viera la luz del día. Nueve meses de sangre, nutrición y amor nutriente del Corazón de la Madre al Corazón humano del Hijo oculto en su seno; nueve meses de santificación perpetua Eucarística del Sagrado Corazón del Hijo oculto en el seno del Inmaculado Corazón de la Madre. Así empieza la encarnación, unión inseparable de los Dos Corazones.

Y es aquí donde la misión eterna de la Redención y la Corredención toma carne.

En la aclamación de la extinta Madre Teresa: "Desde luego, Ella es la Corredentora. Le dio su cuerpo a Jesús, y el cuerpo de Jesús es lo que nos salvó" 4

"Hemos sido santificados por medio del ofrecimiento del cuerpo de Jesucristo de una vez por todas" (Heb. 10:10).

Punto 5. La unión absoluta entre el Corazón de la Madre y el Corazón del Hijo se completó cuando en la cruz, el Hijo, quien fue traído a la humanidad a través de la Madre por el Espíritu Santo y como un don de amor del Padre, entregó a su Madre a los corazones de toda la humanidad como la Madre de todos los Pueblos.

Aquí se encuentra el punto culminante de la Redención y la Co-redención y la revelación póstuma al mundo de la unión de los Dos Corazones. Contenido dentro del don de la Madre está la verdad de dicho don: de que el Corazón del Hijo fue traído al mundo a través del Corazón de la Madre, quien formó Su Corazón humano con el Suyo propio. Esto preparara al Corazón de la Madre para la mejor formación de otros corazones humanos para que estén en completa unión con el Corazón de Su Hijo.

El precio de este unión de corazón por parte de la Madre, unión de corazón que contiene y refleja la alianza misma entre la Divinidad y la humanidad, será una "crucifixión espiritual" en unicidad con el Hijo y en obediencia al Padre:

"…Aceptando y asistiendo al sacrificio de su Hijo, María es el amanecer de la Redención…Crucificada espiritualmente con su Hijo crucificado (cf. Gál. 2:20), contempló con amor heroico la muerte de su Dios, ‘consintió amorosamente a la inmolación de esta Víctima que ella misma había traído (Lumen Gentium, 58)…"

De hecho, en el Calvario se unió a sí misma con el sacrificio de su Hijo conduciendo al establecimiento de la Iglesia; su corazón maternal a lo más profundo de la voluntad de Cristo ‘para unir en uno sólo a los hijos dispersos de Dios" (Jn. 11:52). Habiendo sufrido por la Iglesia, María merece ser la Madre de todos los discípulos de su Hijo, la Madre de su unidad…

Puesto que estuvo unida de manera especial a la Cruz de su Hijo, también tuvo el privilegio de experimentar su Resurrección. De hecho, el rol de María como Corredentora no cesó con la glorificación de su Hijo"5; Juan Pablo II.

"María permanece en el punto crucial de la historia humana y especialmente en el punto crucial de la historia de la mujer…como Co-redentora al lado del Redentor, emerge del orden natural. Ambos, la Madre y el Hijo brotan de la raza humana…"6; Sta. Edith Stein. "Sufre junto con su Hijo, y en su espíritu experimenta Su muerte"7; von Baltazar.

"Por la naturaleza de su obra, el Redentor debe tener asociada a su Madre con su obra. Por esta razón, la invocamos con el título de Corredentora. Nos dio al Salvador, lo acompañó en la obra de la Redención hasta la Cruz misma, compartiendo con El las penas de la agonía y la muerte, en la cual, Jesús consumó la Redención de la humanidad e inmediatamente bajo la Cruz, en los últimos momentos de su vida, fue proclamada por el Redentor como nuestra Madre, la Madre del universo entero"8; Pío XI.

Su Corazón con sangre, su Corazón con lágrimas, juntos redimen el mundo.

"He ahí a tu Madre" (Jn. 19:26), un don del Corazón del Redentor para cada corazón humano, para todas las gentes y naciones. Aún así, se requiere de obediencia para aceptar este don el que, paradójicamente, puede ser adecuadamente sobrevalorizado por el corazón humano después de que ha sido recibido, abierto y llevado "a su propia casa" (Jn. 19:27).

Punto 6. También es el Corazón de la Madre quien dio a toda la humanidad el Corazón Divino del Padre, a través del Corazón del Hijo, puesto que el Corazón de Jesús revela y manifiesta el Corazón del Abba Padre.

El Corazón del Hijo es la manifestación del Corazón del Padre, dándole carne por medio del Corazón de la Madre y perforado por adopción humana. "Al llegar la plenitud de los tiempos envió Dios a su Hijo nacido de mujer" (Gál. 4:4). La única missio que une los Corazones del Hijo y de la Madre, una missio que está ordenada por y revela al mismo tiempo el Corazón del Padre, es el amor-redentor que produce "hijos adoptivos" (Gál. 4:5).

Y es el Espíritu del Hijo y el Esposo de la Mujer que gimen en los corazones de los adoptados, en reconocimiento eterno de que el origen de la misión del amor redentivo y corredentivo proviene del Corazón del Abba, el Corazón del Santificador iluminando e inspirando el corazón de los adoptados para clamar ¡Abba, Padre! (Gál. 4:6).

Punto 7. Ahora la Madre de todos los pueblos, dada a nosotros como Madre por el Corazón del Hijo, busca alimentar y nutrir los corazones de la humanidad como lo hizo con el Corazón humano de Su Hijo.

Cuando los corazones de la humanidad hayan sido alimentados y nutridos espiritualmente por el Corazón de la Madre y Ella haya formado los corazones del hombre como sólo la Inmaculada puede hacerlo, entonces llevará nuestros corazones a la unión con el Corazón del Hijo como sólo Ella puede hacerlo. Conoce el Corazón del Hijo como ninguna otra criatura terrenal o celeste.

La Madre del Corazón del Hijo desea formar personal e individualmente los corazones de la humanidad, para una comunión de corazón con el Corazón Eucarístico de Jesús, el que, por una perfecta disposición de la Santísima Trinidad, es alcanzable sólo a través de la formación directa por el Corazón de la Madre. Es sólo a través del Corazón de la Madre que la humanidad puede ser llevado al rincón más íntimo del Corazón del Hijo.

El Corazón de la Inmaculada es el portal entre la Divinidad y la humanidad; el facilitador y traductor de la Divinidad para la humanidad, tal que permita hacer la Divinidad recibible y entendible para el corazón humano.

El Corazón de María, que es providencialmente moldeada y destinada por la Santísima Trinidad como la Inmaculada que forma todos los corazones humanos con capacidad espiritual para recibir a Dios, y que alimenta los corazones del hombre de gracias Trinitarias con una eficacia inconmensurable, debe ser debidamente reconocida y reverenciada como la Madre de todos los Pueblos.

Tal y como se manifiesta en la Corredención y Mediación

Sus títulos son sus obras; sus títulos son sus funciones. Sus títulos manifiestan la necesaria unión de corazón entre el Corazón Inmaculado y las Tres Divinas Personas, misma que permite tal participación íntima en la acción Trinitaria en favor de la santificación del hombre.

Sus títulos son sus obras maternales y alimentadoras para el hombre, pero primero revelan una unicidad de corazón con las Tres Divinas personas, individual y colectivamente, tal que le permite ser la portadora de la alianza entre la Divinidad y la humanidad.

Hija y Corredentora por el Padre-Creador

A pesar de ser común y propiamente yuxtapuesta con el Redentor como el título lo denota, también debe ser entendido que la misión de la Corredentora es iniciada por el Abba Padre. La Hija Virgen es modelada inmaculada desde el principio por el Padre Creador, para que desde el principio la Mujer pueda compartir íntimamente en el aplastamiento del Mentiroso y su descendencia (Gén. 3:15).

La misión redentora-corredentora viene del Padre, es dirigida por el Padre y lleva a la gloria del Padre como es debido (cf. Gál. 4:6), y de aquí también con el rol de Corredentora: La criatura más grandiosa de Abba y la criatura más horrenda de Abba en guerra absoluta, con ramificación eterna para el resto de las criaturas de Abba (cf. Apo. 12:1-6).

Madre y Mediadora con el Hijo-Mediador

En respuesta a la invitación arcangélica, la Inmaculada verdaderamente medía a la humanidad con la Divinidad en el acto de dar carne a la Palabra, y así se convierte en Madre y Mediadora para el Hijo (Lc 1:38). Como Sn. Agustín nos recuerda, lo que es físicamente para el Hijo, así lo es para el Cuerpo espiritual de su Hijo, para los miembros de ese Cuerpo9 –Madre y Mediadora con y supeditada al Hijo-Mediador de todos los pueblos.

Primero Ella medió al Autor de toda gracia para la familia humana. Luego Ella medía toda la gracia del Autor de la familia humana. Su mediación, una participación sin precedentes en la mediación única de Cristo (1 Tim 2:5), manifiesta el poder y la gloria de El (cf. L.G. 60), que testifica, y debidamente lleva, a la alabanza de ambos.

Esposa y Abogada en el Espíritu-Abogado

El Esposo Divino y la esposa humana que llegaron juntos a la voluntad del Padre de toda la humanidad para traer el Corazón del Hijo, ahora continúan en unión inefable de corazón para llevar las peticiones de la humanidad al Corazón del Hijo. El Espíritu y la Novia, el primero Divino y la segunda humana, santifican como uno solo. En términos Kolbeanos, la "Inmaculada Concepción increada"10 y la Inmaculada Concepción creada, Divino el primero, humana la segunda, actúan como uno solo. De la misma manera, el Divino Abogado (cf. Jn. 15:16) y la Abogada humana, uno Divino y la otra humana, actúan como uno en llevar las necesidades pedidas de los corazones humanos al Corazón del Hijo.

Y así como en el Cenáculo vemos a la Abogada humana "por sus oraciones implorando los dones del Espíritu quien la cubrió con su sombra en la Anunciación" (L.G. 59), así también hoy, la Abogada humana implora al Espíritu-Abogado por un nuevo Pentecostés, en respuesta y cumplimiento de las necesidades de todos los corazones humanos; por la presencia y reino renovado del Corazón del Hijo en cada corazón humano.

Conclusión

Por tanto esforcémonos por un enfoque y metodología más Trinitaria para la Mariología del Tercer Milenio, humildemente buscando y orando para captar y comprender más el amor Trinitario y la visión de la Nueva Arca entre la Divinidad y la humanidad. Que la Madre de Todos los Pueblos pronto sea vista en su más completa gloria, para la alegría de la Santísima Trinidad y para la mayor salvación y santificación de su familia humana.

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1 Patriarca Ecuménico Bartolomeo I, "Encíclica Universal de Cuaresma sobre la Madre de Dios y Madre de Todos Nosotros en el Orden de la Gracia", Marzo de 1998.
2 Redemptoris Mater, n. 39
3 "Carta al P. Salezy Mikolaczyk, 28 de Julio de 1935, como fue encontrada en Monteau-Bonamy, La Inmaculada Concepción y el Espíritu Santo, p. 99.
4 Audiencia con la Madre Teresa, 14 y 15 de Agosto de 1993, Calcuta, India.
5 Alocución Papal en el Santuario de Nuestra Señora de la Alborada, Guayaquil, 31 de Enero de 1985 [ORE, 876:7].
6 Edith Stein, "Problemas de la Educación de la Mujer" en Mujer.
7 Hans urs von Balthazar, La Girnalda de Tres Dobleces, Ignatius Press, p. 102.
8 Alocución Papal a los Peregrinos de Vicenza, 30 de Noviembre de 1933, L’Osservatore Romano, 1 de Dic. 1933.
9 San Agustín, cf. De s. Virginitate 6,6
10 Cf. Manteau-Bonamy, La Inmaculada Cancepción y el Espíritu Santo, Ch. 2.